SOLO ESCRITURA,SOLO GRACIA,SOLA FE,SOLO CRISTO,SOLO A DIOS LA GLORIA.“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:36

La autoridad y la sumisión Watchman Nee

por Watchman Nee
Primera parte: la autoridad y la sumisión

          1. La importancia de la autoridad

          2. Ejemplos de rebelión en el Antiguo Testamento
          3. Ejemplos de rebelión en el Antiguo Testamento

          4. David conocía la autorida
          5. La sumisión del Hijo 
          6. Dios establece Su reino 
          7. Dios desea que el hombre se someta a Sus representantes 
          8. La autoridad que hay en el Cuerpo 
          9. La manifestación de la rebelión (1) 
         10.La manifestación de la rebelión (2) 
         11.El límite de la sumisión 


Segunda parte: cómo se conduce la autoridad delegada de Dios


     12. La persona a la que Dios da Su autoridad
     13. La base de la autoridad delegada: la revelación 
     14. El carácter de la autoridad delegada: la gracia 
     15. La base de la autoridad delegada: la resurrección 
     16. El abuso de la autoridad delegada, y el juicio gubernamental de Dios 
     17. La autoridad delegada debe estar bajo autoridad 
     18. La vida y la actitud de la autoridad delegada 
     19. La autoridad delegada debe santificarse 
     20. Requisitos de la autoridad delegada   


EL JUICIO DEL SEÑOR Y EL DE PABLO
En Mateo 26 y 27 el Señor pasó por dos clases de juicios: el de la religión, ante el sumo sacerdote (26:57-66), y el del gobierno civil, ante Pilato (27:11-14). Cuando Pilato lo interrogó, el Señor podía guardar silencio, porque El no estaba atado a las leyes terrenales. Pero cuando el sumo sacerdote le conjuró por el Dios viviente, el Señor tuvo que contestar, pues el asunto se relacionaba con la sumisión a la autoridad. También en Hechos 23 cuando Pablo fue juzgado, al darse cuenta de que Ananías era el sumo sacerdote de Dios, se le sujetó. Los obreros del Señor debemos encontrarnos cara a cara con la autoridad. De lo contrario, nuestra obra no se regirá por el principio de la voluntad de Dios, que es la sumisión a la autoridad, sino que nos encontraremos en el principio de la rebelión de Satanás, que consiste en obrar fuera de la voluntad de Dios. Este asunto requiere en verdad una revelación profunda.
En Mateo 7:21-23 el Señor reprendió a los que profetizaron, echaron fuera demonios e hicieron milagros en Su nombre. ¿Que había de malo en las obras realizadas en nombre del Señor? El problema radicaba en que el hombre era la fuente de todas esas obras. Externamente se veía al hombre trabajar en nombre del Señor, pero en realidad era la actividad de la carne. Por esta razón, el Señor los consideró hacedores de maldad. Más adelante el Señor dice que sólo quienes hacen la voluntad de Dios pueden entrar en el reino de los cielos. Esto nos muestra que todas las acciones deben originarse en la sumisión a la voluntad de Dios. El tiene que ser la fuente y el que designa todas las obras. No debemos buscar ninguna obra en el hombre. Sólo cuando el hombre entiende la voluntad de Dios en la obra que se le ha asignado, puede experimentar la realidad de la autoridad del reino de los cielos.
CONOCER LA AUTORIDAD ES UNA GRAN REVELACION
En el universo existen dos grandes acciones: creer para ser salvo, y someterse a la autoridad. En otras palabras, confiar y obedecer. La Biblia nos muestra que el pecado es la infracción de la ley (1 Jn. 3:4). En Romanos 2:12 la expresión “sin ley” equivale a “infringir la ley”. Vivir sin ley significa hacer a un lado la autoridad de Dios, lo cual es pecado. La transgresión se relaciona con la conducta, mientras que vivir sin ley tiene que ver con la actitud y con los motivos del corazón. La edad presente es una edad rebelde; el mundo está lleno de pecados de rebelión. Inclusive, el inicuo está a punto de manifestarse. Al mismo tiempo, la autoridad va siendo cada vez más desplazada en el mundo. Al final, toda la autoridad será desechada, y lo único que quedará será un reino de rebeldía.
Por consiguiente, existen dos principios en el universo: la autoridad de Dios y la rebelión de Satanás. No podemos servir a Dios y, al mismo tiempo, tomar el camino de la rebelión, adoptando un espíritu de rebelión. Aunque una persona rebelde puede predicar el evangelio, Satanás se ríe de ella, porque el principio de él está presente en esa predicación. El servicio siempre debe ir a la par de la autoridad. ¿Queremos someternos a la voluntad de Dios o no? Los que servimos a Dios debemos llegar a comprender este hecho. Es como tocar la electricidad. Una vez que uno la toca, jamás la vuelve a tratar descuidadamente; del mismo modo, cuando el hombre se encuentra con la autoridad de Dios y es azotado por ella, sus ojos serán iluminados. Podrá discernir no sólo lo que hay en sí mismo sino en otros también. El sabrá quien es rebelde y quien no lo es.
Que Dios tenga misericordia de nosotros para que seamos liberados de la rebelión. Entonces, al conocer Su autoridad y haber aprendido las lecciones necesarias acerca de la sumisión, podremos guiar a los hijos de Dios por la debida senda.


CAPITULO DOS
EJEMPLOS DE REBELION
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
  Gn. 2:16-17; 3:1-6; Ro. 5:19
LA CAIDA DE ADAN Y EVA
La caída del hombre
se debió a la falta de sumisión
Examinemos la historia de Adán y Eva en Génesis 2 y 3. Después de que Dios creó a Adán, le dio algunas instrucciones. Le ordenó que no comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Tengamos presente que la cuestión no se limitaba simplemente a comer o no comer del fruto prohibido. Dios puso a Adán bajo cierta autoridad para observar si se sometería a ella. Dios confió toda la creación a la autoridad de Adán, para que él la administrara y tuviera la autoridad de toda la creación. En ese entonces, Dios puso a Adán bajo Su propia autoridad para que aprendiera a someterse a la autoridad. Sólo quienes se someten a la autoridad pueden ejercer autoridad.
En el principio, Dios creó primero a Adán, y después a Eva. El decidió que Adán fuera la autoridad y que Eva se sometiera a dicha autoridad. Dios dispuso que uno fuera la autoridad y que el otro se sometiera. Tanto en la vieja creación como en la nueva, la autoridad depende del orden o la secuencia de precedencia. El que es creado primero tiene la autoridad. El que es salvo primero posee la autoridad. Por esta razón, a dondequiera que vayamos, lo primero que debemos preguntarnos es a quién el Señor desea que nos sometamos. En donde nos encontremos, debemos determinar quién tiene la autoridad y someternos a ella.
La caída del hombre se produjo por la falta de sometimiento a la autoridad. Eva no consultó con Adán, y tomó la decisión sola. Vio que el fruto era bueno para comer y agradable a los ojos; así que, tomó la decisión por su propia cuenta. Después de extender su mano para coger el fruto, ella primero pensó y luego cayó en la tentación. Ella asumió la posición de cabeza al extender su mano. Por lo tanto, la acción de Eva de tomar el fruto no provenía de la sumisión, pues fue una decisión de su yo. Ella no sólo violó el mandamiento que Dios le había dado, sino que también pasó por alto la autoridad de Adán. Al rebelarse contra la autoridad delegada, se rebeló contra Dios. Adán le hizo caso a Eva y también tomó del fruto, lo cual fue peor, ya que desobedeció la orden directa de Dios. Como resultado, Adán también hizo a un lado la autoridad de Dios y se rebeló.
Toda obra debe realizarse en sumisión
Mientras vivimos en la tierra, nuestra primera pregunta no debe ser si debemos hacer cierta cosa o no, sino a quién estamos sometiéndonos. Lo que cuenta no es hacer algo o no hacerlo, sino a quién nos sometemos. Sin sumisión no puede llevarse a cabo la obra ni el servicio. Cuando Adán tomó del fruto, debió preguntarse primero si al hacer lo que iba a hacer estaba en sumisión a Dios. La obra de un cristiano en su totalidad debe provenir de la sumisión. Nada debe ser hecho por iniciativa propia, ya que todo debe ser una respuesta de nuestra parte. Debemos adoptar una posición pasiva en nuestras acciones, es decir, todo lo que hagamos debe iniciarse en Dios y no en nosotros.
Eva no sólo estaba bajo la autoridad de Dios sino también bajo la autoridad que El había delegado en Adán. Ella tenía que someterse tanto a un doble mandato como a una doble autoridad. Esto se aplica también a nosotros hoy. Lo único que Eva pensó fue que el fruto era bueno para comer. No sabía a quién debía someterse antes de tomarlo. Desde el comienzo, Dios quiso que el hombre se sometiera en vez de usar sus propias ideas. Sin embargo, Eva actuó conforme a sus propias ideas y no en sumisión. Ella no se sometió a lo que Dios había dispuesto ni a la autoridad de El. Por el contrario, ella se valió de sus propias ideas, transgredió contra Dios y cayó. La caída es el resultado de actuar sin sumisión. La acción que no es fruto de la sumisión es rebelión.
Cuanto más sumiso sea el hombre, menos actuará por su cuenta. En el comienzo de la búsqueda del Señor por parte del hombre, se ve mucha actividad y poca sumisión. A medida que avanza, sus actividades disminuyen y, al final, queda solamente la sumisión. Muchas personas cuando se encuentran frente a la obra, tienden a tomar decisiones; no les gusta quedarse quietos. No les preocupa si son sumisos o no. A eso se debe que veamos tantas obras realizadas por el yo y no por escuchar y obedecer.
El bien y el mal pertenecen a Dios
El hombre no debe hacer nada basándose en el conocimiento del bien y del mal. Sólo debe actuar en obediencia. El principio de discernir entre el bien y el mal es el principio de conducirse según lo que uno juzgue bueno o malo. Antes de que Adán y Eva tomaran el fruto del árbol, el bien y el mal pertenecían sólo a Dios. Si ellos no vivían en la presencia de Dios, no podían saber nada; pues tanto el bien como el mal pertenecían sólo a Dios. Pero después de que el hombre comió el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, encontró una fuente de discernimiento entre lo bueno y lo malo aparte de Dios. En consecuencia, después de que cayó, no tuvo necesidad de acudir a Dios, y podía salir adelante solo; podía estar separado de Dios y juzgar entre lo bueno y lo malo. En esto consistió la caída. La redención nos hace aptos para que nos volvamos a Dios a fin de que el escoja por nosotros entre lo que es bueno y lo que es malo.
Los creyentes deben someterse
a la autoridad
Toda autoridad proviene de Dios porque todo fue dispuesto por El. Si tratamos de encontrar de dónde proviene alguna autoridad, descubriremos que en todos los casos proviene de Dios. El está por encima de toda autoridad, toda autoridad está sometida a El. Cuando nos encontramos con la autoridad de Dios, tocamos a Dios mismo. En realidad, Dios no lleva a cabo Su obra por Su poder sino por Su autoridad. El sustenta todas las cosas por Su palabra, la cual equivale a Su autoridad. No sabemos cómo trabaja la autoridad de Dios, pero sí sabemos que es Dios quien lleva a cabo todas las cosas por medio de Su autoridad.
El centurión cuyo siervo estaba enfermo sabía que había una autoridad por encima de él a la cual debía someterse, de la misma manera que él tenia soldados que se sometían a él. Por eso, él solamente necesitaba que el Señor dijera una sola palabra, pues sabía que eso era suficiente para que su siervo sanara. El sabía que toda autoridad estaba en las manos del Señor y creía en la autoridad de El. Esta es la razón por la cual el Señor dijo que no había hallado [en Israel] una fe tan grande como ésa. Encontrarse con la autoridad de Dios es lo mismo que encontrarse con Dios. En la actualidad Dios delega autoridades en todo el universo. Todas las órbitas que hay el universo son establecidas por El, y todos los caminos de los hombres fueron determinados por El. Por consiguiente, todos ellos están bajo Su autoridad. Ofender la autoridad de Dios es ofender a Dios. Por eso, el creyente debe someterse a la autoridad.
Lo primero que aprende el obrero
es a someterse a la autoridad
Nuestra posición debe ser mantenernos bajo la autoridad de otros y, al mismo tiempo, ejercer autoridad. Aparte de Dios, todas las personas, incluyendo al Señor Jesús, tienen que someterse a las diferentes autoridades que rigen en la tierra. Debemos reconocer la autoridad en dondequiera que estemos. Tanto en el hogar como en la escuela se halla la autoridad. Cuando uno ve un policía en la calle, aunque a uno le parezca que no es una persona competente y que su nivel cultural está por debajo del de uno, debe reconocer que es una autoridad delegada por Dios. Cuando algunos hermanos se reúnen, deben percibir de inmediato el orden de autoridad que les corresponde. Cada uno debe reconocer su posición. El que sirve en la obra debe saber quién tiene autoridad sobre él, aunque hay algunos que nunca llegan a enterarse y, por ende, nunca se han sometido a nadie. No nos preocupemos pensando si algo es correcto o incorrecto ni si es bueno o malo. En dondequiera que nos encontremos, lo primero que debemos determinar es quién tiene la autoridad. Si uno sabe a quién debe someterse, espontáneamente reconocerá la posición que a uno le corresponde en el cuerpo y estará en la debida posición. Pero hay muchos creyentes que no les pasa por la mente a quién deben someterse. Para ellos todo es confuso y no saben qué posición adoptar. Lo primero y lo más importante que deben aprender los que trabajan en la obra es la sumisión.
Es necesario recobrar la sumisión
Cuando Adán cayó, el orden del universo fue destruido. Jamás debemos tratar de diferenciar entre lo bueno y lo malo. Más bien, debemos someternos a la autoridad. El hombre siempre está presto a juzgar lo que es bueno y lo que es malo. El considera que esto es bueno y que aquello no lo es. Parece como si el juicio del hombre fuera más claro que el de Dios. Esto es, por tanto, una condición caída e insensata y debe ser erradicada de nosotros, ya que no es otra cosa que rebelión.
La pequeña medida de sumisión que percibimos hoy no es suficiente. Algunos piensan que basta con ser bautizados y salir de las denominaciones; pero no lo es. Hay muchos estudiantes jóvenes que piensan que Dios los incomoda cuando les indica que se sometan a sus profesores; también hay muchas esposas que piensan que Dios las molesta cuando les pide que se sometan a su esposo, una persona a la cual es imposible someterse. Existen muchos creyentes que todavía viven en rebelión. Estos no han descubierto ni siquiera el nivel básico de la sumisión.
En la Biblia la sumisión se refiere a someterse a las autoridades delegadas por Dios. ¡Cuán superficial es la sumisión que se ha predicado hasta ahora! La sumisión es un principio básico. Si el asunto de la autoridad no se resuelve, nada podrá estar bien. La fe es el principio por el cual recibimos vida, mientras que la sumisión es el principio por el cual nos conducimos diariamente. Todas las divisiones y las denominaciones de hoy son producto de la rebelión. A fin de restaurar la autoridad, primero debemos restaurar la sumisión. Muchos están acostumbrados a actuar como si fueran la cabeza; nunca han aprendido a someterse. Pero nosotros debemos aprender la lección de la sumisión, la cual debe ser parte de nuestro comportamiento.
Dios no nos ha escondido nada en cuanto a la autoridad. En la iglesia, sea directa o indirectamente, El nos ha mostrado cómo someternos a la autoridad. Muchos sólo saben que deben someterse a Dios, pero no saben que deben sujetarse a las autoridades. Debido a que todas las autoridades provienen de Dios, toda persona debe someterse a las autoridades. Todos los problemas del hombre se deben a que viven fuera de la esfera de la autoridad de Dios.
Sin la autoridad de la Cabeza
no hay unidad en el Cuerpo
Hoy Dios esta recobrando la unidad del Cuerpo de Cristo. Con el fin de obtener la unidad del Cuerpo, debe existir primero la vida de la Cabeza y luego Su autoridad. Sin la vida de la Cabeza, el Cuerpo no puede existir. Asimismo, sin la autoridad de la Cabeza no se produce la unidad en el Cuerpo. Debemos permitir que la vida de la Cabeza gobierne, para que el Cuerpo llegue a ser uno. Dios requiere que nos sometamos no solamente a El, sino también a las autoridades que El delegó. Todos los miembros tienen que aprender a someterse los unos a los otros. El Cuerpo es uno solo, y la Cabeza y el Cuerpo también son una sola entidad. La voluntad de Dios puede ser llevada a cabo solamente cuando la autoridad de la Cabeza prevalece, pues El quiere que la iglesia sea Su reino.
Algunos aspectos
de la sumisión a la autoridad
El siervo de Dios verá la autoridad en el universo, en su comunidad, en su hogar y en la iglesia. Si un hombre nunca se ha encontrado con la autoridad de Dios, no podrá someterse a El. Esto no es cuestión de doctrina ni de teoría. Si lo fuera, sería bastante abstracta. Algunos piensan que es muy difícil someterse a la autoridad. Pero no lo es cuando uno se encuentra con Dios. Si no fuera por Su misericordia, nadie podría someterse a Su autoridad. Por esta razón, debemos tener presentes algunos aspectos básicos:
(1) Se debe tener un espíritu de sumisión.
(2) Se necesita adiestramiento para aprender a ser sumiso. Algunas personas son como salvajes; no pueden someterse a nada ni a nadie. Hemos entregado las llaves de cada dormitorio a un encargado en cada uno de ellos con la esperanza que todos aprendamos la sumisión. (Nota del traductor: se refiere a los dormitorios de las instalaciones donde se estaban compartiendo estos mensajes.) Cada hermano debe ser adiestrado para que se ubique en la debida posición. Quien ha aprendido la lección o quien ha sido adiestrado no se sentirá restringido, no importa el lugar que le hayan asignado, y se someterá espontáneamente.
(3) Debemos aprender a ser autoridades delegadas. El obrero de Dios no solamente debe aprender a someterse a la autoridad, sino que también debe aprender a ser la autoridad delegada por Dios en la iglesia y en el hogar. Si Dios le confía muchas cosas, y él aprende a someterse a la autoridad de Dios, jamás se sentirá orgulloso de nada. Sin embargo, algunos que han aprendido a someterse a otros no saben cómo ser autoridad cuando Dios los lleva a la obra. Por eso, no solamente debemos aprender a someternos a la autoridad, sino también a ejercer la autoridad y a adoptar la debida posición. La iglesia sufre debido a que, por un lado, muchos no se someten y, por otro, muchos no saben ejercer la autoridad ni mantenerse en la posición apropiada.
CAPITULO TRES
EJEMPLOS DE REBELION EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Gn. 9:20-27; Lv. 10:1-2; Nm. 12:1-15; 16
LA REBELION DE CAM
El fracaso de la autoridad delegada
pone a prueba a los que le están sujetos
Al principio cuando Adán cayó estaba en el huerto, y también en un huerto se hallaba Noé cuando cayó. Dios salvó a Noé y a toda su familia debido a que Noé fue hallado justo. En el plan de Dios, Noé era la cabeza de su familia, y Dios puso a la familia de Noé bajo su autoridad. Dios también puso a Noé como la cabeza de toda la tierra en aquel entonces.
Pero un día Noé bebió del vino de su viña, se embriagó y quedó desnudo en su tienda. Cuando su hijo Cam vio la desnudez de su padre, salió de la tienda y lo contó a sus hermanos. Sabemos que la conducta de Noé estaba equivocada; él no debió embriagarse. Pero Cam no vio cuán serio era el asunto de la autoridad. El padre es la autoridad que Dios estableció en la familia. Ahora bien, a la carne le gusta ver que la autoridad caiga en vergüenza para sentirse libre de la restricción. Cuando Cam vio el comportamiento erróneo de su padre, no tuvo ninguna compasión ni se condolió de él. Tampoco guardó el asunto en secreto. Esto demuestra que tenía un espíritu rebelde, pues salió a decírselo a sus hermanos y expuso la vergüenza de su padre, y también que su conducta era rebelde. Notemos, por otro lado, la manera en que Sem y Jafet trataron el asunto. Ellos entraron a la tienda de espaldas y no miraron la desnudez de su padre, sino que lo cubrieron sin volverse. El fracaso de Noé fue una prueba para Sem, Cam, Jafet y Canaán, el hijo de Cam, que pondría en evidencia quién era sumiso y quién era rebelde. El fracaso de Noé sacó a la luz la rebelión de Cam.
Cuando Noé recobró la sobriedad, profetizó que los descendientes de Cam serían malditos y que serían siervos de sus hermanos. El primer siervo de la Biblia fue Cam. La expresión “Canaán será su siervo” se usa dos veces, lo cual significa que los que no se someten a la autoridad tendrán que ser siervos sujetos a autoridad. Sem fue bendecido. El Señor Jesús fue descendiente de Sem. Los descendientes de Jafet llegaron a ser anunciadores de Cristo. Todas las naciones que predican el evangelio son descendientes de Jafet. Después del diluvio, la primera persona que fue maldita fue Cam. Sus descendientes fueron hechos siervos bajo la autoridad de otros, de generación en generación. Todo aquel que desee servir al Señor, debe encontrarse cara a cara con la autoridad; pues no puede servir con un espíritu de rebelión.
NADAB Y ABIU OFRECEN FUEGO EXTRAÑO
La razón por la cual fueron consumidos
¡Cuán solemne es la historia de Nadab y Abiú! Ellos llegaron a ser sacerdotes debido a que pertenecían a la familia de Aarón. La condición de la casa de Aarón era aceptable delante de Dios, pero no la condición individual de los miembros de esa familia; por consiguiente, Dios puso a Aarón por sacerdote. La unción fue derramada sobre la cabeza de éste (Lv. 8:12). Aarón era la persona encargada de todo lo relacionado con las ofrendas y el servicio; y sus hijos eran sólo ayudantes que obedecían sus órdenes y atendían los asuntos del altar. Dios no deseaba que los hijos de Aarón fueran sacerdotes de una manera independiente, y deseaba que estuvieran bajo la autoridad de Aarón. Levítico 8 menciona doce veces a Aarón y a sus hijos. Luego el capítulo nueve indica que Aarón ofrecía los sacrificios teniendo a su lado a sus hijos para que le ayudasen. Si Aarón no se movía, sus hijos no debían moverse. Todo debía estar bajo el nombre de Aarón, y no de sus hijos. Cuando sus hijos tuvieron la arrogancia de asumir la posición de ser cabeza y ofrecieron sacrificios, esto constituyó un fuego extraño. Sin embargo, Nadab y Abiú, hijos de Aarón, pensaron que ellos también podían ofrecer sacrificios. Por consiguiente ofrecieron fuego extraño sin la autorización de él. Ofrecer fuego extraño equivale a servir a Dios y al mismo tiempo rechazar las órdenes y hacer a un lado la autoridad. Ellos pensaron que el servicio de su padre de ofrecer sacrificios era muy fácil. No le veían nada de extraordinario a dicho servicio; por lo tanto, pensaron que ellos podían hacer lo mismo. De tal manera que se encargaron de esto por su propia cuenta. Lo único que tuvieron en cuenta era si podían hacerlo o no. Pero no se percataron de que este asunto dependía de la autoridad de Dios.
El servicio que se origina en Dios
Este es un asunto muy solemne. Servir a Dios y ofrecer fuego extraño son asuntos similares y, al mismo tiempo, completamente diferentes. El servicio a Dios se origina en El. Esto significa que el hombre sirve a Dios sujeto a su autoridad y, como resultado, es acepto. Pero el fuego extraño se origina en el hombre, y no requiere que uno obedezca la voluntad de Dios ni que se someta a Su autoridad. Sólo se necesita el celo del hombre, y el resultado será la muerte. Frecuentemente producimos muerte cuando servimos y cuando laboramos. En tales circunstancias debemos pedirle a Dios que nos ilumine. ¿Estamos bajo el principio del servicio o bajo el principio del fuego extraño?
La obra de Dios efectuada
en una coordinación de autoridad
Cuando Nadab y Abiú trabajaron separados de Aarón, trabajaron separados de Dios, debido a que la obra de Dios debe realizarse en coordinación y bajo autoridad. En el Nuevo Testamento vemos a Bernabé y Pablo, a Pablo y Timoteo, y a Pedro y Marcos. En todos estos casos vemos a una persona que toma la iniciativa y a una que ayuda y se somete. En la obra de Dios, algunos son establecidos para que ejerzan autoridad, y otros, para que se sometan a la autoridad. Dios desea que seamos sacerdotes según el orden de Melquisedec. De la misma manera, debemos servir a Dios según el orden de la coordinación bajo la autoridad.
Cuando una persona que no debe dirigir toma el liderazgo, se encontrará en rebelión y muerte. Por lo tanto, todo el que sirve a Dios y desconoce lo que es la autoridad, ofrecerá fuego extraño. Cuando alguien dice: “Si tal persona puede hacerlo, yo también”, está en rebelión. Dios no sólo presta atención a la existencia o ausencia del fuego, sino también al carácter del fuego ofrecido. La rebelión puede cambiar el carácter mismo del fuego. Lo que no provenga de las instrucciones de Aarón, es decir, del mandato divino, es fuego extraño. A Dios le interesa preservar Su autoridad, y no se preocupa sólo por el sacrificio. Por esta razón, el hombre debe seguir las instrucciones y complementar a la otra persona. La autoridad delegada sigue a Dios. Y los seguidores se someten a la autoridad delegada. Ni en los asuntos espirituales ni en la obra espiritual existe un servicio individual sino un servicio corporativo llevado a cabo en coordinación. La unidad del servicio se encuentra en la coordinación y no en el individualismo. Cuando Nadab y Abiú estuvieron en desacuerdo con Aarón, en realidad lo estuvieron con Dios. Ellos no podían prestar servicio separados de Aarón. Toda persona que viola la autoridad será consumida por el fuego de Dios. Ni siquiera el mismo Aarón sabía cuán serio era este asunto, pero Moisés sí sabía cuán serio era rebelarse contra la autoridad de Dios. Hay muchas personas que piensan que sirven a Dios. Pero laboran independientemente sin sujetarse a ninguna autoridad. Muchas personas han pecado sin darse cuenta de que están rebelándose contra la autoridad de Dios. Por esta razón, muchos evangelistas independientes que laboraron con cierta eficiencia en China, ocasionaron una gran pérdida a la iglesia.
LA MURMURACION DE AARON Y DE MARIA
Murmurar contra la autoridad delegada
trae la ira de Dios
Aarón y María eran los hermanos mayores de Moisés. En la familia, Moisés estaba bajo la autoridad de Aarón y de María. Pero en el llamado y en la obra de Dios, éstos estaban bajo la autoridad de aquél. Ellos no estaban de acuerdo con que Moisés se casara con una mujer cusita o etíope y, a raíz de eso, murmuraron contra Moisés, diciendo: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?” (Nm. 12:2). Los cusitas o etíopes eran un pueblo africano; eran descendientes de Cam, y no estaba bien que Moisés se casara con una mujer de ese linaje. María era mayor que Moisés; estaba bien que ella corrigiera a su hermano basada en su relación familiar. Pero al hablar, ella tocó la obra de Dios y menospreció la posición de Moisés. En la obra Dios había puesto a Moisés como autoridad delegada. Fue un gran error que María y Aarón hablaran en contra de Moisés por motivos familiares.
Dios escogió a Moisés para que sacara de Egipto a los israelitas. Pero María menospreció a Moisés. Por lo tanto, Dios no se agradó de esto. Está bien que quisiera reprender a su hermano, pero no que hablara contra la autoridad de Dios. Ni Aarón ni María conocían la autoridad de Dios. Ellos desarrollaron un corazón rebelde al mantener una relación natural. Moisés no respondió nada, ya que sabía que si él era la autoridad delegada de Dios, no había necesidad alguna de defenderse. Cualquiera que hablara contra él, tocaría la muerte; así que no necesitó decir palabra. Mientras Dios le hubiera delegado Su autoridad, él no tenía que hablar. Un león no necesita protección porque es la autoridad. Moisés primero se sometió a la autoridad de Dios, y entonces pudo representar a Dios como autoridad. El era más manso que todos los hombres que había sobre la tierra (v. 3). La autoridad que Moisés representaba era la autoridad de Dios. Todas las autoridades son delegadas por Dios y nadie puede quitarlas.
Las palabras de rebelión subieron y fueron oídas por Dios (v. 2b). Cuando Aarón y María ofendieron a Moisés, ellos ofendieron a Dios, quien estaba en Moisés. Por eso, Dios se airó contra ellos. Cuando el hombre toca la autoridad delegada, toca a Dios en esa persona, y cuando ofende la autoridad delegada, ofende a Dios mismo.
La autoridad se basa en la elección de Dios
y no en los logros del hombre
Dios llamó a los tres a salir a la puerta del tabernáculo de reunión (v. 4). Aarón y María salieron osadamente, seguros de que estaban en lo correcto. Ellos pensaron que finalmente Dios los llamaba a servirle. Pensaban para sí: “Tú, Moisés, te has casado con una mujer cusita, lo cual ha traído tristeza a nuestra familia. Tenemos muchas cosas que decirle a Dios de ti”. Pero Dios dijo: “Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa ... ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” La autoridad espiritual no proviene del talento del hombre, sino de la elección de Dios. Los asuntos espirituales son completamente diferentes a los principios terrenales.
La autoridad es Dios mismo, quien no debe ser agraviado. Cualquiera que hable en contra de Moisés estará hablando contra la elección de Dios, la cual no podemos menospreciar.
La manifestación de la rebelión: la lepra
Cuando la ira de Dios se encendió, la nube se alejó de la tienda y la presencia de Dios se apartó. Inmediatamente, María quedó leprosa (v. 10). Esto no fue producto de alguna infección, sino que fue ocasionado por Dios. Tener lepra no es mejor que estar casado con una mujer etíope. Tan pronto como la rebelión interna se manifiesta, viene la lepra. Los leprosos debían ser marginados. No podían acercarse a ellos y quedaban privados de toda comunión.
Cuando Aarón vio que María quedó leprosa, él suplicó a Moisés que intercediera para que Dios la sanara. Dios indicó que María fuera echada del campamento por siete días, después de los cuales sería recibida de nuevo. Ella fue avergonzada por siete días como si su padre hubiera escupido sobre su rostro. Sólo después de siete días la tienda de reunión pudo continuar su viaje. Cada vez que surge la rebelión y la murmuración entre nosotros, la presencia de Dios se va y la tienda se detiene. La columna de nube no regresa hasta que sea juzgada la murmuración. Si el asunto de autoridad no ha sido establecido, todos los demás asuntos permanecerán inestables.
La sujeción a la autoridad directa de Dios
y a Su autoridad delegada
Muchos piensan que están sometidos a Dios, pero no saben que necesitan someterse a la autoridad que El delega. Los que son verdaderamente sumisos ven la autoridad de Dios en sus circunstancias, en su hogar y en las instituciones. Dios dijo: “¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” (v. 8). Cada vez que surge la murmuración, debemos estar alerta. No podemos ser descuidados pensando que podemos hablar precipitadamente. Cuando surge la murmuración, queda en evidencia que la rebelión está presente, pues es la expresión de ésta. Debemos temer a Dios y nunca hablar precipitadamente. Muchas personas hoy en día, hablan en contra de quienes los preceden, de los hermanos responsables en la iglesia, pero no se dan cuenta de la seriedad de este asunto. Si un día la iglesia recibe gracia de Dios, se separará de los que murmuran contra los siervos de Dios y no hablará con ellos porque son leprosos. Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos que este asunto no se relaciona con cierto hermano sino con la autoridad que Dios delegó. Si hemos tenido un encuentro con la autoridad, sabremos que existen muchas situaciones en las que pecamos contra Dios. Por eso, nuestro concepto con respecto al pecado cambia, pues veremos el significado del pecado desde el punto de vista de Dios. El pecado que Dios condena es la rebelión del hombre.
LA REBELION DE CORE Y SU SEQUITO JUNTO CON DATAN Y ABIRAM
Una rebelión colectiva
En Números 16 se habla del séquito de Coré, quien pertenecía a la tribu de Leví, y de Datán y Abiram, quienes eran de la tribu de Rubén. Los levitas representaban la tribu de los espirituales, y Datán y Abiram representaban a los líderes. A ellos se unieron doscientos cincuenta hombres de renombre. Todos estos príncipes se reunieron para rebelarse contra Moisés y a Aarón, y atacaron diciendo: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos ... ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (v. 3). Ellos no respetaron a Moisés ni a Aarón. Tal vez dijeron estas palabras con toda sinceridad. Al reprender a Moisés, no mencionaron nada de su relación con Dios ni de lo ordenado por Dios. Cuando Moisés escuchó acusaciones tan graves, no se enojó ni se molestó. En vez de esto, se postró delante de Jehová y no trató de defenderse; tampoco trató de ejercer la autoridad porque ésta era de Dios. El les dijo a Coré y a todo su séquito que esperaran hasta la mañana. En la mañana Jehová mostraría quién era suyo y quién era santo. El respondió a un espíritu de rebelión con un espíritu de sumisión.
Las palabras de Coré y su séquito estaban basadas exclusivamente en razonamientos; no eran más que suposiciones. Pero Moisés dijo que el Señor aclararía todas las cosas. Todo el asunto se basaba en la elección y el mandato de Dios; por eso el problema no era de Moisés, sino de Jehová. Ellos pensaron que se oponían solamente a Moisés y Aarón, y no se percataron de que se estaban oponiendo a Dios. Ellos no tenían la intención de rebelarse contra Dios; al contrario, deseaban continuar sirviéndolo. Solamente menospreciaron a Moisés y a Aarón. Pero Dios no está separado de la autoridad que El delega. Uno no puede tomar una actitud hacia Dios y otra hacia Moisés y Aarón. Nadie puede rechazar la autoridad delegada y al mismo tiempo aceptar a Dios. Si ellos se hubieran sometido a Dios, se habrían sometido a la autoridad de Moisés y Aarón. Pero Moisés no reaccionó porque la autoridad de Dios estaba sobre él. El se humilló a sí mismo bajo la autoridad de Dios. De una manera gentil les dijo: “Tomaos incensarios ... y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquel será el santo” (vs. 6-7). Moisés era un hombre de edad. El sabía las consecuencias de aquel acto, así que suspiró diciendo: “Esto os baste ... ¿os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel acercándoos a él? ... Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová” (vs. 7, 9, 11).
En ese momento Datán y Abiram no estaban presentes. Más tarde Moisés envió hombres para mandar a llamarlos. Pero ellos se rehusaron diciendo: “Tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos” (v. 14). Esta actitud demuestra claramente que estaban en rebelión. Ellos no creyeron en la promesa de Dios, y su atención estaba puesta en la bendición terrenal. Ellos se olvidaron de su propio error, pues fueron ellos los que se rehusaron a entrar en Canaán. Así que, se rebelaron contra Moisés con palabras hostiles.
Dios debe quitar la rebelión de entre su pueblo
Entonces Moisés se enojó pero no contestó nada sino que oró a Dios. Muchas veces la rebelión del hombre fuerza a Dios a ejecutar Su juicio. Dios dijo: “Apartaos de entre esta congregación, y los consumiré en un momento” (v. 21). Dios debe quitar la rebelión de entre su pueblo. Moisés y Aarón se postraron sobre su rostro y dijeron: “¿No es un sólo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?” (v. 22). Dios respondió la oración de Moisés y Aarón, y juzgó sólo al séquito de Coré. Por eso, los israelitas no sólo escucharon las palabras de la autoridad delegada por Dios, sino que Dios mismo testificó delante de los israelitas que El aceptaba las palabras de dicha autoridad.
La rebelión es un principio que procede del Hades. Cuando ellos se rebelaron, las puertas del Hades se abrieron. La tierra abrió su boca y se tragó a Coré, a Datán, a Abiram, a sus familias y todos sus bienes. Ellos cayeron vivos en el Hades. Las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia. Pero un espíritu de rebelión puede abrir sus puertas. La iglesia no logra la victoria debido a que hay en ella algunos que son rebeldes. Cuando no hay rebelión, la tierra no puede abrir su boca. Todos los pecados producen muerte, pero sólo la sumisión a la autoridad cierra las puertas del Hades y libera la vida.
Los sumisos actúan basados en la fe,
no en la doctrina
Cuando los rebeldes hablaron contra Moisés diciendo que él no los había conducido a la tierra que fluye leche y miel, y que no les había dado por heredad las tierras y las viñas, sus palabras eran de alguna manera verdaderas ya que ellos estaban todavía en el desierto y no en la tierra que mana leche y miel. Notemos que cada vez que los hombres actúan y juzgan según la doctrina o lo que ven físicamente, toman el camino del razonamiento; pero quienes se someten a la autoridad entrarán en Canaán por medio de la fe. Los que argumentan o arguyen razones no pueden tomar el camino del espíritu; pero los que por medio de la fe siguen la columna de nube y de fuego y la orientación de Moisés, quien es la autoridad delegada, disfrutarán la plenitud del espíritu. La tierra abre su boca para tragar a los rebeldes; es así como la muerte los conduce rápidamente al Hades. Los que no se someten a la autoridad ven con mucha claridad; pero lo único que pueden ver es la desolación del desierto. Sólo los que están aparentemente ciegos, que avanzan por la fe sin fijarse en la desolación que los rodea, pueden entrar en Canaán. Quienes están en senda espiritual ven la promesa de bendición futura con los ojos de la fe. Por lo tanto, uno debe encontrarse con la autoridad, ser restringido por Dios y someterse a Su autoridad delegada. Si lo único que uno ve es a su padre o a sus hermanos o hermanas, no ha visto lo que es la autoridad y todavía no conoce a Dios; ya que para conocer la autoridad se requiere una revelación personal, y no solamente una enseñanza teórica.
La rebelión se contagia
En Números 16 vemos dos rebeliones. En los versículos del 1 al 40 vemos la rebelión de los líderes, y en los versículos del 41 al 50 vemos la rebelión de toda la congregación. El espíritu de rebelión se contagia. El juicio de los doscientos cincuenta no fue suficiente advertencia para toda la congregación. Ellos vieron con sus propios ojos el fuego que vino de Dios y consumió a los doscientos cincuenta que habían ofrecido el incienso. No obstante, se rebelaron y hasta acusaron a Moisés de haberles dado muerte. Moisés y Aarón no podían hacer que la tierra se abriera ni consumir a las personas con fuego; así que obviamente fue Dios quien lo hizo. Algunos hombres sólo se guían por lo que ven con los ojos físicos, y no logran ver que toda autoridad proviene de Dios. Tales personas son muy osadas, pues no temen ni siquiera cuando ven la ejecución del juicio de Dios. Esto se debe a que no conocen el significado de la autoridad. Este es un asunto muy peligroso. Cuando toda la congregación atacó a Moisés y Aarón, la gloria de Dios apareció para mostrarles que la autoridad proviene de El. Dios los juzgó trayendo una plaga en la cual murieron 14.700 personas. Moisés discernió rápidamente lo que estaba sucediendo y le dijo a Aarón que tomara de inmediato el incensario y que le pusiera fuego e incienso para hacer propiciación por la congregación. Aarón se puso entre los muertos y los que todavía estaban vivos, y la mortandad cesó.
Dios pudo tolerar las diez veces que Su pueblo murmuró en el desierto, pero no tolera que se ofenda a Su autoridad. El puede tolerar muchos pecados y aun perdonarlos, pero cuando se trata de la rebelión, no la tolera porque ella corresponde al principio de la muerte, es decir, al principio de Satanás. Por esta razón, el pecado de la rebelión es más serio que cualquier otro pecado. Cada vez que alguien se opone a la autoridad, Dios inmediatamente lo juzga. Cuán solemne es este asunto.
CAPITULO CUATRO
DAVID CONOCIA LA AUTORIDAD
  1 S. 24:4-6; 26:9, 11; 2 S. 1:14
DAVID SUBE AL TRONO  SIN TENER QUE RECURRIR A LA REBELION
Durante el establecimiento del reino de Israel, Dios oficialmente estableció Su autoridad sobre la tierra. Cuando los israelitas entraron en Canaán, le pidieron a Dios que les diera un rey; por tanto Dios envió a Samuel a ungir a Saúl como su primer rey (1 S. 10:1). Dios escogió a Saúl y lo constituyó como autoridad, es decir, como autoridad delegada. Pero cuando éste llegó a ser rey, no se sometió a la autoridad de Dios. Saúl violó la autoridad de Dios y se rehusó a matar al rey de Amalec y preservó lo mejor de su ganado, rebelándose contra Dios y desobedeciendo Sus palabras. Debido a esto, Dios lo desechó y ungió a David por rey (1 S. 15—16). Sin embargo, David seguía bajo la autoridad de Saúl y era uno de sus súbditos; más aún, era un soldado de su ejército e incluso llegó a ser su yerno. Estos dos hombres habían sido ungidos por Dios, pero Saúl procuraba matar a David. Había dos reyes en Israel. Uno había sido desechado pero todavía estaba en el trono, y el otro había sido escogido pero no reinaba todavía. En esos momentos David se encontraba en una situación muy difícil.
En 1 de Samuel 24 Saúl perseguía a David en el desierto de En-gadi. Saúl entró en una cueva para hacer sus necesidades, pero David y sus hombres estaban en los rincones de la cueva. Los soldados de David le sugirieron que diera muerte a Saúl, pero David rechazó la propuesta. No se atrevió a rebelarse contra la autoridad (vs. 1-7). David había sido ungido por Dios. En cuanto a subir al trono, David se mantuvo en la posición adecuada y actuó conforme a la voluntad y el plan de Dios. ¿Quién se habría podido oponer a que fuera rey? ¿Qué habría de malo en que David hiciera algo para hacerse rey? ¿No era bueno que ayudara a Dios a realizar Su voluntad? Pero David percibía en lo profundo de su ser que él no podía hacer esto. Si hubiera matado a Saúl, habría actuado sobre el principio de la rebelión contra la autoridad de Dios, debido a que la unción de Dios todavía reposaba sobre Saúl. Aunque Saúl fue rechazado, seguía siendo el ungido de Dios. Si David hubiera dado muerte a Saúl, podría haberse hecho rey inmediatamente, y la voluntad de Dios no se habría atrasado. Pero David era un hombre que se negaba a su yo. El prefería que su reinado se pospusiera y que el plan de Dios se retrasara que convertirse en un rebelde. Como resultado, llegó a ser la autoridad de Dios.
Anteriormente Dios había puesto a Saúl como rey, y David estaba bajo su autoridad. Si David hubiera matado a Saúl, habría obtenido el reinado a costa de la rebelión, y habría caído en la esfera de la rebelión; pero David no se atrevió a hacer esto. Este es el mismo principio por el que Miguel no se atrevió a proferir juicio de maldición contra Satanás (Jud. 9). La autoridad es un asunto muy delicado.
LA SUMISION ES MAS IMPORTANTE QUE LAS OBRAS
Si uno desea servir a Dios, debe someterse a la autoridad, pues la sumisión es más importante que las obras. Aun si David hubiera puesto todo el reino en orden, si no se hubiera sometido a la autoridad de Dios, no le habría valido de nada y habría estado en la misma condición que Saúl. En el Antiguo Testamento Saúl no destruyó lo mejor de las ovejas y del ganado, y lo preservó para ofrecerlo en sacrificio a Jehová. Tal acción se halla en el principio de la rebelión, igual que la acción de Judas, en el Nuevo Testamento, que traicionó al Señor Jesús por treinta piezas de plata (Mt. 26:14-16). Los sacrificios no pueden cubrir la rebelión. Si David hubiera querido cumplir la voluntad y el plan de Dios, podía haber quitado de en medio a Saúl y así habría podido servir a Dios inmediatamente, pero él no se atrevió a hacer esto, sino que esperó a que Dios obrara. El estuvo dispuesto a someterse. David solamente cortó la orilla del manto de Saúl y hasta eso hizo que su corazón se turbara. Su sentir interno fue como el de un creyente neotestamentario, que no sólo rechaza el homicidio, sino incluso considera equivocado y parte de la rebelión cortar un trozo de la ropa de otro. La murmuración, el menosprecio y el rencor tal vez no sean un asesinato, pero son como cortar la ropa de otro, y eso proviene de un espíritu de rebelión.
David conocía en su corazón la autoridad de Dios. El fue perseguido por Saúl muchas veces; y aún así, se sometía a la autoridad de Dios. El consideraba a Saúl su señor y el ungido de Jehová. Esto nos habla de un asunto importante. La sumisión a la autoridad no significa someterse a una persona, sino a la unción depositada sobre una persona cuando Dios la estableció como autoridad. David sabía que la unción reposaba sobre Saúl, pues éste había sido ungido por Dios. Por eso, sólo podía escapar de él, pero no extender su mano para herirlo. Saúl desobedeció el mandato de Dios, por lo cual Dios lo rechazó, pero esto era un asunto entre Saúl y Dios. La única responsabilidad que David tenía delante de Dios era someterse a Su ungido.
DAVID DEFIENDE LA AUTORIDAD DE DIOS DE UNA MANERA INCONDICIONAL
Dios desea defender Su autoridad de una manera absoluta y tiene que recobrar este asunto. Examinemos de nuevo 1 Samuel 26. Algo similar sucede en el desierto de Zif. Se presenta una segunda tentación. Saúl se quedó dormido, y David llegó al lugar donde él dormía. Abisai quería matar a Saúl, pero David se lo impidió y le dijo: “¿Quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová y será inocente?” Esta fue la segunda vez que David dejó libre a Saúl. El sólo tomó la espada y la vasija de agua de Saúl (vs. 7-12). Su conducta fue mejor que la de la tentación anterior. David no tomó nada del cuerpo de Saúl, sino algo que estaba al lado. El renunció a la oportunidad de rebelarse y honró la autoridad de Dios.
De acuerdo con 1 Samuel 31 y 2 Samuel 1, Saúl murió por su propia mano. Pero un joven amalecita vino a David para reclamar el crédito, diciendo que él había matado a Saúl; sin embargo, David continuó negándose a su yo y sometiéndose a la autoridad de Dios. El le dijo al hombre, “¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová?” (2 S. 1:14), y ordenó la ejecución de aquel mensajero joven.
Puesto que David mantuvo la autoridad de Dios, se dice que él era un hombre conforme al corazón de Dios. Su reino ha sido preservado hasta ahora, pues el propio Señor Jesús es un descendiente suyo. Sólo los que se someten a la autoridad pueden ser autoridad. Este es un asunto serio. Debemos erradicar la rebelión de entre nosotros. Para poder llegar a ser una autoridad debemos primero someternos a la autoridad. Este es un asunto decisivo. Si no entendemos esto claramente, no podremos seguir adelante. La iglesia es un órgano de sumisión. No debemos temer a los débiles en la iglesia, pero sí a los rebeldes. Debemos someternos a la autoridad de Dios desde lo profundo de nuestro corazón. Sólo así la iglesia será bendecida. El camino que tenemos por delante depende de nosotros. Debemos vivir nuestros días con mucha sobriedad.
CAPITULO CINCO
LA SUMISION DEL HIJO
  Fil. 2:5-11; He. 5:7-9
EL SEÑOR CREA LA SUMISION
La Palabra de Dios nos dice que el Señor Jesús y el Padre son uno. En el principio existía el Verbo, y también existía Dios. El Verbo era Dios y este Verbo creó los cielos y la tierra. En el principio la gloria estaba con Dios, una gloria a la cual nadie podía acercarse. Esta era la gloria del Hijo. El Padre y el Hijo son iguales, omnipotentes, coexistentes, es decir, existen simultáneamente. Pero existe una diferencia en la persona del Padre y del Hijo. Esta diferencia no es Su naturaleza intrínseca, sino algo en la constitución de la Deidad. La Biblia dice que el Señor no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Fil. 2:6). Aferrarse significa tomar con fuerza. La igualdad entre el Señor y Dios no era algo a lo que El tuviera que asirse por la fuerza; tampoco era una imposición ni una usurpación, porque el Señor tiene ya la imagen de Dios.
El pasaje de Filipenses 2:5-7 constituye una sección, y los versículos del 8-11 constituyen otra. La primera sección muestra que Cristo se despojó a Sí mismo, y la segunda sección afirma que El se humilló a Sí mismo. El Señor se bajó dos veces: primero se despojó de Su deidad, y luego se humilló a Sí mismo tomando forma humana. Cuando el Señor descendió a la tierra, se despojó de la gloria, el poder, la posición y la imagen que tenía en su deidad. Como resultado de esto, quienes no tenían revelación no lo reconocieron ni lo aceptaron como el Hijo de Dios, y pensaron que se trataba de un hombre común. Con respecto a la Deidad, el Señor escogió voluntariamente ser el Hijo, y someterse a la autoridad del Padre. Por lo tanto, El dijo que el Padre era mayor que El (Jn. 14:28). El Hijo tomó esa posición voluntariamente. En la Deidad hay una armonía perfecta. También podemos decir que en la Deidad hay igualdad; sin embargo, en la Deidad el Padre debe ser la cabeza y el Hijo debe someterse. El Padre representa la autoridad, y el Hijo representa la sumisión.
Para nosotros los seres humanos la sumisión es un asunto sencillo. Podemos someternos en la medida que nos humillamos a nosotros mismos. Pero la sumisión del Señor no es tan sencilla. Para el Señor la sumisión es más difícil que la creación de los cielos y de la tierra. Con el fin de someterse, El tuvo que despojarse de toda Su gloria, Su poder, Su posición y Su imagen como Deidad. También tuvo que tomar la forma de un siervo, pues solamente así El podía cumplir el requisito de la sumisión; por lo tanto, la sumisión es algo que el Hijo de Dios creó.
Anteriormente, el Padre y el Hijo compartían la misma gloria. Cuando el Señor vino a la tierra, el se despojó de Su autoridad y se sometió. El aceptó ser un siervo, restringido en el tiempo y el espacio como hombre. Pero esto no fue todo, el Señor se humilló a Sí mismo siendo obediente. La obediencia por parte de la Deidad es lo más maravilloso de todo el universo. El se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esa fue una muerte dolorosa y vergonzosa. Por lo cual, al final, Dios lo exaltó hasta lo sumo. Puesto que el que se humilla será exaltado. Este es un principio divino.
LOS QUE ESTAN LLENOS DE CRISTO ESTAN LLENOS DE SUMISION
Originalmente, no había necesidad de que la Deidad se sometiera, pero debido a que el Señor creó la sumisión, el Padre llegó a ser la Cabeza de Cristo en la Deidad. Tanto la autoridad como la sumisión fueron establecidas por Dios y creadas desde el principio. Por consiguiente, quienes conocen al Señor serán sumisos espontáneamente, pero los que no conocen ni a Dios ni a Cristo, no conocen ni la autoridad ni la sumisión. En Cristo tenemos el modelo por excelencia de la sumisión; por eso, los que son sumisos aceptan el principio de Cristo, y quienes están llenos de Cristo, estarán llenos de sumisión.
En la actualidad muchos se preguntan: “¿Por qué tengo que someterme? ¿Por qué tengo que obedecerle a usted, si tanto usted como yo somos hermanos?” En realidad, el hombre no tiene derecho a hacer tales preguntas. Solamente el Señor es apto para hablar de esa manera; y aún así, jamás formuló esas preguntas. Ni siquiera hubo en El ese pensamiento. Cristo representa la sumisión, una sumisión perfecta, del mismo modo que la autoridad de Dios es perfecta. Hoy día algunas personas piensan que conocen la autoridad, pero no conocen la sumisión. Solamente podemos pedir la misericordia de Dios para tales personas.
LA MANERA EN QUE EL SEÑOR SE DESPOJO DE SU FORMA DIVINA
Y LA MANERA EN QUE REGRESO A ELLA
En deidad, el Señor es igual a Dios el Padre, pero llegó a ser el Señor por obra de Dios, lo cual sucedió después que El se hubo despojado de su deidad. La deidad del Señor Jesús se basa en lo que El es. El es Dios desde el principio; pero obtuvo la posición como Señor sobre la base de lo que hizo. Después de que El dejó a un lado Su forma divina para satisfacer el principio de sumisión y de que ascendió a los cielos, Dios le dio la posición de Señor. En cuanto a Su constitución, El es Dios, y en cuanto a Su logros, El es el Señor. El señorío no estaba originalmente presente en la Deidad.
Esta porción de Filipenses 2 es muy difícil de explicar y muy controvertida. Pero al mismo tiempo es un pasaje lleno de divinidad. Tenemos que acercarnos a ese pasaje con nuestros pies descalzos, pues es tierra santa. Parece como si hubiera habido una conferencia de la Deidad en el principio cuando Dios decidió crear el universo. En esta conversación las personas de la Deidad acordaron que el Padre debería representar la autoridad; pero si solamente existiera la autoridad y no la sumisión, la autoridad no podría ser establecida, porque la autoridad no existe aisladamente. Por eso, era necesario que hubiera sumisión en el universo. Dios creó dos clases de seres en el universo: los ángeles, que son espirituales, y el hombre, que es anímico. Dios sabía de antemano que los ángeles se rebelarían y que el hombre caería; por lo cual Su autoridad no podía ser establecida sobre los ángeles ni sobre los descendientes de Adán. Así que, en la Deidad hubo una decisión armoniosa, la cual determinó que la autoridad debería establecerse primero en la Deidad. De ahí en adelante, hubo una distinción en las funciones del Padre y del Hijo. Un día el Hijo voluntariamente se despojó a Sí mismo y llegó a ser un hombre creado, como representación de la sumisión a la autoridad. Las criaturas se habían rebelado; por lo tanto, solamente la sumisión de una criatura podía establecer la autoridad de Dios. El hombre pecó y se rebeló. Por esa razón, solamente por la sumisión de un hombre podía ser establecida la autoridad de Dios. Así que, el Señor vino a la tierra y se hizo hombre; fue una criatura en todo aspecto.
El nacimiento del Señor es el nacimiento de Dios. El no retuvo Su autoridad como Dios, sino que se sometió a las restricciones humanas haciéndose hombre, y aun las restricciones de un siervo. Este fue un paso muy arriesgado que dio el Señor, pues una vez que se despojó de la forma de Dios, existía la posibilidad de que no regresara y permaneciera en Su condición humana. Si no se hubiera sometido, podía aducir la forma de Su deidad para retener Su posición de Hijo. No obstante, en ese caso, el principio de sumisión habría sido roto para siempre. Cuando el Señor se despojó sólo había dos caminos para regresar a su posición inicial. Una era ser un hombre auténtico que se sometiera de una manera absoluta y sin reservas ni rastro de rebelión, siendo obediente paso a paso a fin de permitir que Dios lo regresara a Su posición como Señor. Pero si ser un esclavo era muy difícil para El, si las limitaciones de la carne eran demasiadas y si la sumisión estaba más allá de Su alcance, la única manera de regresar a Su posición inicial habría sido por la fuerza, valiéndose de la autoridad y la gloria que tenía en la Deidad. Pero nuestro Señor rechazó este camino, el cual no debía tomar, y se sometió hasta la muerte. El determinó en Su corazón sujetarse al camino de sumisión hasta la muerte. Debido a que se despojó a Sí mismo, no podía llenarse otra vez por Su cuenta, y jamás vaciló. Ya que se había despojado de Su gloria y Su autoridad divinas, y se mantuvo como siervo, no quiso regresar a Su posición anterior por ningún otro camino que no fuera la sumisión. Antes de regresar, El completó Su obediencia hasta la muerte manteniéndose en la posición de hombre. El pudo regresar a Su posición anterior porque mantuvo una sumisión perfecta y pura. Sufrimiento tras sufrimiento se acumuló sobre El, pero El permaneció completamente sumiso. No hubo ni la más mínima tendencia a rebelarse. Por eso, Dios lo exaltó y le devolvió Su posición como Señor en la Deidad. El no regresó a ser lo que había sido antes, sino que el Padre lo recibió en la Deidad como un HOMBRE. El Hijo llegó a ser Jesús (el Hombre) y fue recibido de nuevo en la Deidad. Ahora sabemos cuán precioso es el nombre de Jesús. En todo el universo no hay otro como El. Cuando el Señor declaró en la cruz: “Consumado es”, no quiso decir solamente que había obtenido la salvación, sino que también había cumplido todo lo que había dicho. Por lo cual El obtuvo un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor. Desde ese momento, El no era solamente Dios, sino también Señor. Su señorío se refiere a Su relación con Dios y a todo lo que logró delante de El. Ser el Cristo alude a Su relación con la iglesia.
En síntesis, cuando el Señor vino de parte de Dios, no trató de regresar por medio de Su deidad; sino que procuró regresar por medio de Su exaltación como hombre. Es así como Dios mantiene el principio de sumisión. No debemos tener ni un ápice de rebelión. Debemos someternos a la autoridad completamente. Este es un asunto bastante delicado. El Señor Jesús regresó al cielo por haberse hecho un hombre y por haberse sometido como tal. El resultado fue que Dios lo exaltó. Debemos afrontar este asunto. En toda la Biblia no existe un pasaje tan misterioso como éste. El Señor se despojó de Su forma divina y no regresó a ella en esa misma forma, porque ya se había vestido de carne. En El no había rasgo alguno de desobediencia; por eso Dios lo exaltó en Su humanidad. El renunció a Su gloria, pero regresó y la reclamó. Todo esto fue cumplido por Dios. Por lo tanto, debemos tener el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús. Todos nosotros debemos tomar el camino que nuestro Señor tomó, siguiendo el principio de la sumisión como nuestro principio para sujetarnos y para ser sumisos los unos para con los otros. Quien conoce este principio se da cuenta de que no hay pecado más terrible que la rebelión y de que no hay nada más importante que la sumisión. Sólo cuando veamos el principio de la sumisión, podremos servir a Dios. Podemos mantener el principio de Dios solamente cuando nos sometemos de la misma manera en que el Señor se sometió. Cuando nos rebelamos, nos hallamos en el mismo principio de Satanás.
APRENDIO LA OBEDIENCIA POR LO QUE SUFRIO
En Hebreos 5:8 se afirma que el Señor aprendió la obediencia por medio de los padecimientos. Los sufrimientos produjeron obediencia en El. La verdadera sumisión se encuentra cuando obedecemos a pesar del sufrimiento. La utilidad de un hombre no depende de si ha sufrido, sino de si ha aprendido la obediencia por medio del sufrimiento. Sólo quienes son obedientes a Dios le son útiles. Si nuestro corazón no ha sido ablandado, los sufrimientos persistirán; por esta razón, nuestro camino es un camino de múltiples sufrimientos. El hombre que anhela la comodidad y el placer no es útil para Dios. Debemos aprender a ser obedientes en los sufrimientos. Cuando el Señor vino a la tierra, no trajo consigo la obediencia; la aprendió por medio de los sufrimientos.
La salvación no sólo trae gozo, sino también sumisión. Si el hombre sólo se interesa por el gozo, no tendrá muchas experiencias espirituales; sólo los que son sumisos experimentarán la plenitud de la salvación. Si no fuera así, cambiaríamos el sentido de la salvación. Necesitamos ser sumisos, de la manera que lo fue el Señor. El vino para ser el autor de nuestra salvación por medio de Su obediencia. Dios nos salva y espera que nos sometamos a Su voluntad. Cuando alguien se encuentra con la autoridad de Dios, descubre que la sumisión es bastante simple, así como conocer Su voluntad, porque el Señor, quien fue sumiso durante toda Su vida, nos dio esa vida de sumisión.
CAPITULO SEIS
DIOS ESTABLECE SU REINO
  He. 5:8-9; Hch. 5:32; Ro. 10:16; 2 Ts. 1:8; 1 P. 1:22
EL SEÑOR APRENDIO LA OBEDIENCIA POR LO QUE SUFRIO
Dios estableció el principio de la sumisión en la vida del Señor. Como resultado, El estableció Su autoridad por medio de El. En este capítulo veremos cómo Dios establece Su reino por medio de la sumisión. Cuando el Señor vino a la tierra, vino con las manos vacías, es decir no trajo consigo la obediencia. El aprendió la obediencia por medio de los sufrimientos que experimentó y llegó a ser el autor de eterna salvación para todos los que le obedecen. Su obediencia en la tierra, la obediencia que lo llevó a la cruz, la aprendió por medio de Sus sufrimientos. Por medio de todos ellos él fue perfeccionado para aprender la obediencia. El Señor gozaba de la libertad de estar en la Deidad, pero llegó a ser un hombre, un ser débil, y en tal condición padeció. Cada sufrimiento por el cual El pasó, produjo frutos de obediencia. Ninguno de los sufrimientos del Señor logró que El se quejara ni murmurara. No obstante, muchos creyentes, al pasar los años, no aprenden la obediencia. Aunque sus sufrimientos aumentan, su obediencia no mejora. Cuando experimentan sufrimientos, profieren palabras de desesperanza, lo cual revela que no han aprendido la obediencia. El Señor pasó por muchas clases de sufrimientos, los cuales manifestaron siempre Su sumisión; como consecuencia llegó a ser el autor de nuestra salvación. Por medio de la obediencia de uno, muchos recibieron la gracia. La obediencia del Señor trajo el reino de Dios, pues la meta de la redención es el agrandamiento de Su reino.
DIOS DESEA ESTABLECER SU REINO
¿Ha pensado usted alguna vez en el daño tan grande que sufrió el universo por la caída de los ángeles y del hombre, y cuán grande fue este problema para Dios? Dios deseaba que los ángeles y los hombres aceptaran Su autoridad; sin embargo, ambas criaturas la rechazaron. No fue posible que Dios estableciera Su autoridad sobre Sus criaturas. Sin embargo, El nunca retrajo Su autoridad. El puede retraer Su presencia, pero jamás retrae Su sistema de autoridad. Dondequiera que se encuentre la autoridad de Dios, El tendrá una posición prominente. Por un lado, Dios mantiene Su sistema de autoridad y por otro, El establece Su reino. Aunque Satanás se rebeló contra la autoridad de Dios, y aunque el hombre diariamente viola esa autoridad rebelándose contra Dios, Dios no permitirá que esta rebelión continúe y establecerá Su propio reino. La Biblia llama al reino de Dios el reino de los cielos porque la rebelión no se limita a este mundo (Mt. 4:17; Mr. 1:15), pues los ángeles, quienes están en los cielos, también se rebelaron.
¿Cómo estableció el Señor Su reino? El lo hizo por medio de la sumisión. Todo lo que el Señor realizó mientras estuvo en la tierra se basó completamente en la sumisión. Nunca hizo nada que se opusiera a la autoridad de Dios. Todo lo hizo en sumisión y en perfecta cooperación con la autoridad de Dios. En esta esfera el Señor estableció el reino de Dios y ejecutó Su autoridad. La iglesia hoy también debe permitir que la autoridad de Dios opere para que se manifieste Su reino por medio de la sumisión.
DIOS DESEA QUE LA IGLESIA SEA SU REINO
Después de que Adán cayó, Dios escogió a Noé y a su familia en los días de éste. Después del diluvio dicha familia también cayó, y Dios escogió a Abraham para que fuera el padre de muchas naciones. El reino de Dios se edificó a partir de él. Luego Dios escogió a Isaac y a Jacob, y más adelante la descendencia de Jacob sufrió en Egipto y se multiplicó en medio de esos sufrimientos. Dios envió a Moisés a sacarlos de Egipto con el fin de establecer Su reino. Debido a que había algunos rebeldes entre ellos, Dios los condujo al desierto para enseñarles la obediencia antes de establecer Su reino (Dt. 8:3). Pero ellos permanecieron en rebelión contra Dios en el desierto. Como resultado, murieron en el desierto. A pesar de que la segunda generación entró en la tierra prometida, tampoco éstos fueron completamente obedientes; pues no erradicaron a todos los cananeos. Saúl su primer rey, no pudo establecer el reino debido a la rebelión. Ese primer rey no tenía un corazón conforme al de Dios. Más adelante David fue escogido, y él fue sumiso a la autoridad de Dios. Pero aún había rebelión dentro del reino. Dios había ordenado que Jerusalén sería la ciudad sobre la cual El pondría Su nombre, pero el pueblo escogió a Gabaón y puso allí altares para adorar. Por causa de la rebeldía no existía la realidad del reino, a pesar de que había un rey. Antes de que David fuera establecido como rey, existía un reino, pero sin súbditos. Durante su reinado, se tenía el reino y los súbditos, pero el reino carecía de contenido. Por tal motivo, el reino de Dios no había sido establecido.
El Señor vino a la tierra para establecer el reino de Dios; y para esto debemos ver que el evangelio consta de dos aspectos: un aspecto individual y uno corporativo. En el aspecto individual, el evangelio da vida eterna a los que creen; y en el aspecto corporativo, el evangelio llama a las personas al arrepentimiento para que entren en el reino de Dios. Los ojos de Dios están puestos en el reino. En la oración que el Señor hace en Mateo 6:9-13, se habla del reino al comienzo y al final. El versículo 10 dice: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. El reino de Dios es la esfera donde la voluntad de Dios se realiza sin ningún obstáculo. El versículo 13 dice: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. El reino, el poder y la gloria están relacionados entre sí. Apocalipsis 12:10 dice: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo”. El reino es la esfera donde El ejerce Su autoridad. En Lucas 17:21, el Señor dijo: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros”. (No dijo: “En vosotros”.) Esto indica que el Señor Jesús es el reino de Dios. Decir que el Señor Jesús está entre vosotros equivale a decir que el reino de Dios está entre vosotros, porque la autoridad de Dios se lleva a cabo en El sin ningún obstáculo. El reino de Dios está en el Señor y también en la iglesia. Debido a que la vida del Señor fue dada a la iglesia, Su reino debe propagarse y establecerse por medio de ella. Dios estableció un reino en los tiempos de Noé, pero sólo era un gobierno humano; no era el reino de Dios, ya que éste comenzó con el Señor Jesús. Pero ¡cuán pequeña era la esfera de acción de este reino! Mas ahora, ese único grano de trigo produjo muchos granos. Hoy la esfera del reino de Dios no se limita solamente al Señor Jesús; sino que se extiende a muchos creyentes.
El propósito de Dios no es sólo que seamos la iglesia, sino que como tal seamos Su reino. La iglesia debe ser la esfera del reino de Dios, es decir, el lugar donde El ejerce Su autoridad. Por consiguiente, el deseo de Dios no se limita a ganar terreno en algunas personas, ya que desea que la iglesia en su totalidad esté libre de rebelión. Debe haber una sumisión y una dependencia total de Dios para que Su autoridad se lleve a cabo perfectamente. De esta manera, la autoridad de Dios se establece entre Sus criaturas. Dios no desea que el hombre se someta solamente a Su autoridad directa sino también a las autoridades que El delega; por eso no nos pide una sumisión a medias sino una sumisión completa.
EL FIN DEL EVANGELIO NO ES SOLO QUE EL HOMBRE CREA SINO TAMBIEN QUE SE SOMETA
La Biblia no sólo habla de la fe, sino también de la obediencia. Nosotros no sólo somos pecadores sino también hijos de desobediencia. En Romanos 10:16 se hace referencia a obedecer el evangelio. Por lo tanto, creer en el evangelio es obedecerlo. En 2 Tesalonicenses 1:8 dice: “Tomando venganza de los que no conocen a Dios, y de los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. Los que no obedecen equivale a decir los que se rebelan. Romanos 2:8 habla de aquellos que no obedecen a la verdad, lo cual también es rebelión. Dios castigará con ira y enojo a los que se rebelan contra la verdad. En 1 Pedro 1:22 dice: “Habéis purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad... ” Estos pasajes indican que la salvación viene por medio de la obediencia, porque creer es obedecer. Un discípulo que tiene fe debe ser un discípulo que obedece. No sólo debe haber fe sino también sumisión a la autoridad del Señor. Cuando Pablo fue iluminado, dijo: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). El no sólo creyó en el Señor, sino que también le obedeció. Cuando se convirtió, conoció la gracia y se sometió a la autoridad. Cuando el Espíritu Santo lo guió a ver la autoridad del evangelio, él reconoció a Jesús como Señor.
Dios no nos llamó solamente a recibir vida por medio de la fe, sino también a preservar Su autoridad por medio de nuestra obediencia. El plan de Dios para nosotros en la iglesia es que nos sometamos a Su autoridad y a todas las autoridades que El estableció. Esto incluye el hogar, el gobierno, la escuela, la iglesia y así sucesivamente. El Señor no especifica a quién debemos someternos, pero en la medida en que nos encontramos con Su autoridad, aprenderemos a someternos a la autoridad.
Muchos pueden someterse y ser obedientes a determinadas personas, pero no a todo tipo de personas. Esto se debe a que no conocen la autoridad. Es inútil someternos al hombre, pues lo que necesitamos es ver la autoridad. Las diferentes organizaciones que nos rodean tienen como objetivo que aprendamos la sumisión. Una vez que el hombre toca la sumisión, ante la menor desobediencia reconocerá interiormente la rebelión. Quienes no conocen la autoridad no saben cuán rebeldes son. Antes que Pablo fuera iluminado, no sabía que estaba dando coces contra el aguijón (Hch. 26:14). Cuando el hombre es iluminado por Dios, primero ve la autoridad, y luego ve muchas autoridades. Cuando Pablo se encontró con Ananías, un hermano insignificante, no sólo vio a un hombre; tampoco preguntó quién era Ananías ni si era culto o no. El reconoció a Ananías como una autoridad delegada. Así que se sometió a él (Hch. 9:17-18). ¡Cuán fácil es someterse cuando uno se ha encontrado con la autoridad!
DIOS DESEA HACER DE LAS NACIONES SU REINO POR MEDIO DE LA IGLESIA
Si la iglesia no se somete a la autoridad de Dios, El no puede establecer Su reino. El obtuvo el reino en el Señor Jesús. Luego estableció Su reino en la iglesia; finalmente, establecerá Su reino en toda la tierra. Llegará el día cuando se declarará: “El reinado sobre el mundo han pasado a nuestro Señor y a Su Cristo” (Ap. 11:15). En el lapso entre el reino que estaba en el Señor Jesús individualmente y el reino del mundo que viene a ser de nuestro Señor y de Su Cristo, está la iglesia. Sólo cuando el reino fue establecido en el Señor Jesús fue posible que estuviera en la iglesia, y sólo cuando el reino es establecido en la iglesia pueden los reinos del mundo llegar a ser el reino de Dios. Sin el Señor Jesús, no existe la iglesia; y sin ésta iglesia no existe el agrandamiento del reino de Dios.
Cuando el Señor estuvo sobre la tierra, fue obediente hasta en lo más pequeño; por ejemplo, el Señor no fue negligente en cuanto al pago del impuesto del templo. Aun cuando no tenía dinero, encontró una moneda en la boca de un pez para pagarlo (Mt. 17:14-27). El también dijo: “Devolved, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (22:21). Aunque César estaba en rebelión, Dios lo había establecido y, por ende, se le debía obedecer. Cuando nosotros somos sumisos, el reino puede extenderse a toda la tierra. Muchos tienen un sentir firme con respecto al pecado pero no con respecto a la rebelión. Por consiguiente, el hombre debe no sólo estar consciente del pecado, sino también de la autoridad. Si no estamos conscientes de lo que es la autoridad, no podremos ser discípulos de Cristo ni ser sumisos.
LA IGLESIA DEBE SOMETERSE A LA AUTORIDAD DIVINA
Quisiéramos aprender a sujetarnos en la iglesia, ya que no hay ni una sola autoridad en la iglesia que podemos pasar por alto. Dios desea que el reino sea el producto de la iglesia y que por medio de ésta se ejerza toda autoridad. Cuando la iglesia sea sumisa, la tierra entera se someterá a la autoridad divina; pero si la iglesia no abre una vía para el reino de Dios, éste no podrá extenderse a las naciones. Por esto, la iglesia es el camino por el cual puede venir el reino. Si ése no es el caso, la iglesia será un obstáculo para el reino.
En la actualidad, si la iglesia no se sujeta a Dios por alguna dificultad, no se podrá manifestar el reino de Dios. Cuando los hombres razonan y discuten entre ellos, impiden que venga el reino de Dios. Nosotros hemos retrasado a Dios. Debemos deshacernos de toda desobediencia, para que Dios tenga un canal por el cual operar. Cuando la iglesia se someta a Dios, las naciones también se le someterán. Es por esto que la iglesia tiene una responsabilidad tan seria. Cuando la vida de Dios, Su voluntad y Sus preceptos son ejecutados en la iglesia, viene el reino.
CAPITULO SIETE
DIOS DESEA QUE EL HOMBRE SE SOMETA A SUS REPRESENTANTES
  Ro. 13:1; 1 P. 2:13-14; Ef. 5:22-24; 6:1-3; Col. 3;18,10,22; 1 Ts. 5;12-13; 1 Ti. 5:17; 1 P. 5:5; 1 Co. 16:15-16
DIOS ESTABLECIO SISTEMAS DE AUTORIDAD
En el mundo
Dios es la fuente de toda autoridad en el universo. Todas las autoridades de la tierra fueron establecidas por El y, como tales, representan y poseen la autoridad de Dios. Dios estableció sistemas de autoridad para expresarse, de tal manera que cuando un hombre se encuentra con esta autoridad, se encuentra con Dios. Cuando la presencia de Dios está disponible, el hombre puede conocerlo por medio de ella, pero cuando no lo está, el hombre puede conocer a Dios por medio de Su autoridad. Cuando la presencia de Dios estaba en el huerto del Edén, el hombre podía conocerlo personalmente; pero cuando Dios no estaba presente, el hombre se acordaba de Su mandamiento, el cual le prohibía comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esta era otra manera por medio de la cual el hombre conocía a Dios. No es común que el hombre se encuentre con Dios. (Obviamente, no nos referimos al hecho de que en la iglesia, cuando uno vive en el espíritu, puede estar en contacto con Dios continuamente.) La manifestación de Dios se ve frecuentemente en Sus mandamientos. Sólo los labradores malvados necesitan que el dueño de la viña venga en persona, pese a que los siervos y el hijo del dueño de la viña lo representaban plenamente (Mr. 12:1-9).
Algunas personas son establecidas por Dios para dar mandamientos y ser autoridades Suyas. Todos los que están en una posición de autoridad, fueron establecidos por Dios. Por lo tanto, todas las autoridades que Dios estableció deben respetarse. Dios hoy confía Su autoridad al hombre y, para ello, estableció a muchos hombres sobre la tierra para que manifiesten Su autoridad. Si queremos aprender a someternos a Dios, debemos reconocer a quienes recibieron autoridad de parte de El. Si pensamos que solo Dios tiene autoridad, es muy probable que ofendamos constantemente Su autoridad. ¿A cuántas personas consideramos que son la autoridad de Dios? No tenemos opción de escoger entre la autoridad directa de Dios y la autoridad que El delega. No sólo tenemos que someternos a la autoridad directa de Dios, sino también a Su autoridad delegada, porque no hay autoridad que no provenga de Dios.
Con respecto a la autoridad terrenal, Pablo no sólo nos dio instrucciones positivas sobre la sumisión, sino también una advertencia negativa: Aquellos que resisten las autoridades superiores, están resistiendo a lo establecido por Dios (Ro. 13:1). Cuando el hombre rechaza la autoridad delegada de Dios, rechaza la autoridad de Dios. En la Biblia vemos que la autoridad tiene una sola implicación; no existe ninguna autoridad que no provenga de Dios. Así que, si rechazamos la autoridad rechazamos a Dios mismo, y El no pasará por alto esto. Todos los que resisten la autoridad serán juzgados. Es imposible que nos rebelemos y quedemos impunes. Por lo tanto, cuando el hombre rechaza la autoridad, está en muerte. Al encontrarnos frente a la autoridad no tenemos otra alternativa que sujetarnos.
En los tiempos de Adán, Dios delegó Su autoridad gubernamental al hombre y le entregó el gobierno de la tierra (Gn. 1:28). En ese entonces, el hombre solamente regía a los animales. Solamente después del diluvio, Dios confió a Noé Su autoridad gubernamental para que rigiera a los hombres. Por lo cual El dijo: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada” (9:6). Desde aquel momento, Dios delegó al hombre Su autoridad, para que gobernara sobre los demás. En la época de Noé, Dios comenzó a establecer gobiernos y puso al hombre bajo dichos gobiernos.
En Exodo 20, después de que el pueblo de Dios salió de Egipto al desierto, Dios les dio los diez mandamientos. Después de eso, estableció preceptos por los cuales debían regir su conducta. Uno de tales preceptos dice: “...ni maldecirás al príncipe de tu pueblo” (22:28), lo cual demuestra que Dios los puso bajo autoridades gubernamentales. Por lo tanto, aun en los días de Moisés, vemos que cuando los israelitas rechazaban la autoridad, rechazaban a Dios.
Todas las naciones de la tierra tienen gobernantes. Aunque éstos no crean en Dios, y aunque su reino esté bajo Satanás, el principio de autoridad sigue presente, ya que Dios así lo estableció. El reino de Israel era el reino de Dios, y es obvio que el rey David, fue establecido por Dios, pero el rey de Persia también fue establecido por Dios (Is. 45:1). Cuando el Señor estuvo en la tierra, también se sometió al gobierno y a la autoridad del sumo sacerdote. Por esta misma razón, pagó el impuesto [del templo], y dijo que debemos dar a César lo que es de César. Mientras el sumo sacerdote lo juzgaba, lo conjuró por el Dios altísimo que respondiera, y El tuvo que obedecer. El Señor los reconocía como autoridades terrenales, y jamás agitó ninguna revolución.
En Romanos 13:4 Pablo nos muestra que todos los magistrados son siervos de Dios. En ese entonces, el gobierno de su nación estaba en manos de los romanos. Desde el punto de vista humano, podemos decir que no tenemos que someternos a los agresores extranjeros. Pero Pablo no dice que nos rebelemos contra los gobiernos extranjeros; por tanto, no sólo debemos someternos a nuestra propia nación, sino que debemos someternos al gobierno del lugar donde nos encontremos. Yo no puedo desobedecer a un gobierno local porque soy de otra nacionalidad, pues la ley no es dada para infundir temor al que hace lo bueno, sino al malo. No importa cuánto varíen las leyes de diferentes naciones, todas provienen de la ley de Dios. El principio básico radica en recompensar al bueno y castigar al malo. Cada gobierno tiene sus propias leyes y las hace cumplir, de manera que el bueno sea recompensado y el malo castigado. No llevan en vano la espada. Aunque hay gobiernos que defienden al malo y oprimen al bueno, se ven obligados a torcer la verdad y llamar a lo bueno malo, y a lo malo bueno. En ningún caso pueden decir que defienden a los malhechores ni que castigan a los justos. Hasta el presente, todos los gobiernos sostienen el principio de recompensar al bueno y castigar al malo. Tal principio es irrevocable. Cuando el inicuo (el anticristo) se manifieste, tergiversará todas las autoridades. Ese será el final del mundo. Entonces lo bueno será considerado malo, y lo malo bueno; lo bueno será eliminado, y lo malo prevalecerá.
La sumisión a la autoridad en la tierra tiene cuatro características. Pagar lo que debemos: (1) al que impuesto, impuesto, (2) al que pago, pago, (3) al que respeto, respeto y (4) al que honra, honra.
El creyente siempre está sujeto a la ley, no por temor al castigo sino por causa de su conciencia delante de Dios. Si él no se somete, su conciencia lo reprenderá. Esta es la razón por la cual debemos someternos a las autoridades superiores. Los hijos de Dios no deben criticar al gobierno gratuitamente. Aun el policía que vigila en la calle es una autoridad establecida por Dios. El es un oficial de Dios que cumple su deber. ¿Cuál debe ser nuestra actitud con respecto a los impuestos y las tarifas? ¿Tomamos el gobierno local como autoridad de Dios? ¿Nos sometemos a él? Si el hombre no se ha encontrado con la autoridad, no podrá someterse. Cuanto más se le pida que se someta, más difícil se le hará. En 2 Pedro 2:10 dice: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, injurian sin temblar a las potestades superiores”. Hay muchos que han perdido su poder y su vida espiritual debido a la murmuración. El hombre no debe caer en la anarquía. La manera como Dios juzga a los gobiernos injustos no debe preocuparnos. Por supuesto, debemos orar a Dios para que establezca Su justicia. Por lo tanto, cuando desobedecemos a la autoridad, desobedecemos la autoridad de Dios. Si no somos sumisos, reforzamos el principio del anticristo. Cuando el misterio de la iniquidad se manifieste, ¿lo restringiremos o lo apoyaremos?
En la familia
Dios estableció Su autoridad en la familia. Muchos hijos de Dios no prestan la suficiente atención a la familia. Sin embargo, especialmente Efesios y Colosenses (las epístolas que presentan la espiritualidad más elevada) no pasan por alto el asunto de la familia. Allí se habla específicamente de la sumisión en la familia. Si descuidamos este asunto, tendremos problemas al servir a Dios. En 1 Timoteo y en Tito se habla de la obra; pero se habla de la familia y de la forma en que ésta afecta la obra. En 1 Pedro se habla del reino, y vemos en esa epístola que rebelarse contra la autoridad en la familia es rebelarse contra el reino. Cuando el hombre se encuentra con la autoridad, sus problemas disminuyen.
Dios estableció al esposo como la autoridad delegada de Cristo, y a la esposa como representante de la iglesia. A menos que la esposa vea la autoridad que el esposo representa, es decir, la autoridad que Dios estableció, le será difícil someterse. Ella debe entender que no debe verlo simplemente como su esposo, sino como la autoridad de Dios. En Tito 2:5 se les dice a las mujeres jóvenes que deben estar “sujetas a sus propios maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. En 1 Pedro 3:1 dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros propios maridos; para que aun si algunos no obedecen la palabra, sean ganados sin la palabra por la conducta de sus esposas”. Y en los versículos 5 y 6 se añade: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus propios maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor”.
En Efesios 6:1-3 leemos: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. ‘Honra a tu padre y a tu madre’, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”. De los diez mandamientos, sólo éste tiene una recompensa especial. Cuando uno honra a sus padres, es bendecido por Dios y vive muchos años sobre la tierra. Muchas personas mueren jóvenes probablemente por no haber honrado a sus padres. Algunos hermanos se comportan indebidamente para con sus padres, por lo cual se enferman frecuentemente. Solamente cuando les obedezcan, se mejorarán. Colosenses 3:20 dice: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es grato en el Señor”. Debemos someternos a la autoridad de nuestros padres. Para esto también se requiere que hayamos visto la autoridad de Dios.
Los siervos deben obedecer a sus amos de la misma manera que obedecen al Señor, no sirviendo sólo cuando los ven ni engañando con astucia, sino sirviendo con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Sea que el amo lo esté mirando o no, el siervo debe servirlo de la misma manera, con honestidad como sirviendo al Señor. En 1 Timoteo 6:1 dice: “Todos los que están bajo yugo como esclavos, tengan a sus propios amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y nuestra enseñanza”. En Tito 2:9-10 leemos: “Exhorto a los esclavos que se sujeten a sus amos en todo, que sean complacientes, y que no les contradigan; no defraudando, sino mostrando una fidelidad perfecta, para que en todo adornen la enseñanza de Dios nuestro Salvador”. Uno debe primero acatar la autoridad del Señor, y luego otros acatarán la autoridad del Señor en uno. Cuando Pablo y Pedro hablaron de estas cosas, ellos estaban todavía bajo el Imperio Romano, y el tráfico de esclavos era prevaleciente. Si la esclavitud es correcta o no, es otra cosa; pero Dios ordena que los esclavos se sometan a sus amos.
En la iglesia
Dios estableció autoridades en la iglesia. Puso ancianos, que presiden, y puso a aquellos que trabajan en la obra y enseñan. Dios ordena que debemos someternos a ellos. Además, los jóvenes deben someterse a los mayores. En 1 Pedro 5:5 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos”. El capítulo cinco habla de ancianos refiriéndose a los que son mayores en edad, mientras que 1 Corintios 16:15 habla de la familia de Estéfanas como “las primicias de Acaya (indicando antigüedad según la secuencia en que fueron salvos); ellos se han dedicado a ministrar a los santos”. Estéfanas era muy humilde, y se dispuso a servir a los santos. En el versículo 16 el apóstol agrega: “Os exhorto a que os sujetéis a tales personas, y a todos los que colaboran y trabajan”.
En la iglesia la mujer también debe someterse al hombre. En 1 Corintios 11:3 dice: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Dios delegó al hombre Su autoridad, como un tipo de Cristo, e indicó que la mujer se le debe sujetar, como tipo de la iglesia. Por esta razón, la mujer debe tener sobre la cabeza una señal de sujeción a la autoridad por causa de los ángeles. Además, la mujer debe someterse a su marido. Leemos en 1 Corintios 14:34: “Las mujeres callen en las iglesias; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice”. Si hay algo que quieran aprender, deben preguntar a sus esposos en la casa. Algunas hermanas pueden preguntar: “¿Qué hago si mi esposo no tiene la respuesta?” Si Dios le dice que le pregunte a él, pues pregúntele; si la esposa persiste en preguntar, el esposo tendrá la respuesta tarde o temprano. Puesto que la esposa le pregunta, él tendrá que buscar la respuesta para poderle responder. De esta manera la esposa se ayuda a sí misma y ayuda a su esposo. En 1 Timoteo 2:11 también dice que las mujeres deben aprender “en silencio, con toda sujeción”. No se permite que la mujer ejerza autoridad sobre el hombre, porque Adán fue formado primero, y después Eva (vs. 12-13).
Los hijos de Dios deben ceñirse de humildad y someterse los unos a los otros. Sin embargo, algunos exhiben con arrogancia su posición y autoridad, pero eso es vil y vergonzoso.
Dios no sólo estableció Su autoridad delegada en el universo físico, sino que también la estableció en el mundo espiritual. Leemos en 2 Pedro 2:10-11: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, injurian sin temblar a las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor”. Aquí vemos un asunto muy importante. En el mundo espiritual hay señoríos y potestades superiores, y Dios inclusive sujetó los ángeles a ellas. Aunque algunas de estas potestades se rebelaron, los ángeles no se atreven a proferir juicio contra ellas, porque ellas fueron antes autoridades sobre ellos. Hoy, a pesar que estas potestades han caído, los ángeles sólo reconocen que antes eran autoridades, por lo cual no se sobrepasan emitiendo ningún juicio. Si ellos se sobrepasan, se hallarán en rebelión. Judas 9 dice: “Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda”. Anteriormente Dios había establecido a Satanás como cabeza de los arcángeles. Así que, Miguel siendo uno de éstos estuvo alguna vez bajo la autoridad de Satanás. Un día Moisés resucitaría; tal vez se refería al día de la transfiguración del Señor Jesús. Miguel obedeció a la orden de Dios de buscar el cuerpo de Moisés, pero Satanás se lo impedía. Miguel pudo haber enfrentado al espíritu rebelde con una actitud rebelde; también pudo haber reprendido a Satanás de una manera osada, pero Miguel no se atrevió a esto, y se limitó a decirle: “El Señor te reprenda”. (Esto no se aplica a los seres humanos. Dios jamás sujetó los seres humanos a Satanás. Puesto que caímos bajo su poder, nunca fuimos puestos bajo su autoridad.) El mismo principio se ve en David. Desde el momento en que estuvo bajo Saúl, la autoridad delegada de Dios, nunca se atrevió a pasarla por alto. ¡Cuán respetada es la autoridad delegada en el campo espiritual! Nadie puede rebelarse contra ella; quien lo hace, pierde su poder espiritual.
Una vez que uno toca la autoridad, puede ver la autoridad de Dios a dondequiera que vaya. La primera pregunta que uno se debe hacer es a quién debe someterse y a quién debe obedecer. El creyente debe tener dos clases de sentimientos: uno que le muestre cuando pecó, y el otro que le indique lo que es la autoridad. Cuando dos hermanos deliberan con puntos de vista diferentes, ambos pueden hablar, pero cuando llegue el momento de decidir, sólo uno de ellos deberá hacerlo. Hechos 15 describe una conferencia grande en la cual todos, tanto viejos como jóvenes podían participar; todos los hermanos podían hablar. Entre ellos, Pedro y Pablo hablaron. Finalmente Jacobo tomó la decisión. Tanto Pedro como Pablo expusieron los hechos, pero Jacobo tomó la decisión. Aun entre los ancianos y los apóstoles existe un orden de autoridad. Pablo dijo que él era el más pequeño de todos los apóstoles (1 Co. 15:9). Existe aun una diferencia entre apóstoles grandes y apóstoles pequeños. No es simplemente que alguien nos gobierne, sino que debemos conocer la posición que nos corresponde. Este relato es un testimonio muy hermoso y un cuadro maravilloso; hace temblar a Satanás y pone fin a su reino. Cuando tomemos el camino de la sumisión, Dios juzgará al mundo.
DEBEMOS TENER CONFIANZA AL SOMETERNOS A LA AUTORIDAD DELEGADA
¡Cuán grande es el riesgo que Dios corre cuando establece autoridades que lo representen! ¡Cuánto sufre El cuando sus autoridades delegadas lo representan de una manera equivocada! Sin embargo, Dios confía en la autoridad que El estableció. Por eso, es más fácil para nosotros tener confianza en dichas autoridades que para Dios. Debido a que El delega Su autoridad confiadamente en el hombre, ¿no deberíamos someternos a ellas con la misma confianza? Debemos someternos a la autoridad con la misma confianza con que Dios la establece. Si hay algún error, no será nuestro, sino de la autoridad. El Señor nos dice que toda persona debe someterse a las autoridades superiores (Ro. 13:1). Si Dios confía en el hombre, nosotros también debemos hacerlo. Esto es más difícil para Dios que para nosotros. Si El ha confiado Su autoridad, cuánto más nosotros debemos someternos confiadamente.
Lucas 9:48 dice: “Cualquiera que reciba este niño a causa de Mi nombre, a Mí me recibe; y cualquiera que me recibe a Mí, recibe al que me envió”. El Señor no tiene ningún problema en representar al Padre, porque el Padre se lo confió todo a El. Cuando nosotros creemos en el Señor, creemos en el Padre. Más aún, hasta un niño puede representar al Señor. En Lucas 10:16 el Señor envió a Sus discípulos a propagar Su ministerio y les dijo: “El que a vosotros oye, a Mí me oye; y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha”. Todas las palabras, decisiones y opiniones de los discípulos representaban al Señor. El confiaba plenamente en los discípulos cuando delegó toda autoridad. Todo lo que ellos dijeran en Su nombre, El lo respaldaría. Por eso, rechazar a los discípulos era rechazar al Señor. El Señor pudo confiarles Su autoridad con mucha paz. El no les recomendó que tuvieran mucho cuidado con lo que dijeran ni que no fueran a cometer ningún error cuando hablaran. El Señor no estaba preocupado por lo que pudiera pasar si ellos se equivocaban; pues el Señor tenía la fe y el valor de entregar confiadamente Su autoridad a los discípulos.
Pero los judíos no tenían la misma actitud, pues dudaban y decían: “¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo podemos saber que lo que dices es cierto? Necesitamos analizarlo más”. Ellos no se atrevieron a creer, pues tenían mucho temor. Supongamos que un ejecutivo de una empresa envía a un empleado a hacer una diligencia y le dice: “Haga lo mejor que pueda; y en todo lo que haga, yo lo respaldaré. Cuando lo escuchen a usted, me estarán escuchando a mí”. Si yo fuera el empresario, tal vez requeriría que se me enviara un informe diario de actividades por temor de encontrar algún error. Pero Dios puede confiar en nosotros como representantes Suyos. ¡Cuán grande es esta confianza! Si el Señor confía tanto en la autoridad que delega, cuánto más debemos hacerlo nosotros.
Algunos podrían decir: “¿Qué sucederá si la autoridad se equivoca?” Si Dios se atreve a confiar en aquellos que estableció como autoridades, también nosotros debemos atrevernos a someternos a ellos. Si las autoridades cometen errores o no, eso no es de nuestra incumbencia. En otras palabras, si la autoridad delegada está correcta o equivocada, ése será un problema que la autoridad deberá resolver directamente delante del Señor. Quienes se someten a la autoridad, deben hacerlo de una manera incondicional. Aun si cometen un error en honor a la obediencia, el Señor no les contará eso como pecado, sino que la autoridad delegada será responsable por ello. Por consiguiente, desobedecer es rebelarnos; y el que se somete debe ser responsable delante de Dios. La cuestión no es someternos al hombre; pues si nos sometemos a una persona solamente, perdemos el significado de la autoridad. Más aún, debido a que Dios ya estableció Sus autoridades delegadas, El debe mantenerlas. Si ellas están en lo correcto o no, es problema de ellas, y si yo estoy en lo correcto o no es problema mío. Cada uno es responsable de sus propios actos delante del Señor.
RECHAZAR A LA AUTORIDAD DELEGADA ES RECHAZAR A DIOS
La parábola narrada en Lucas 20:9-16 trata de la autoridad delegada. Dios rentó una viña a unos trabajadores, pero El no vino personalmente a cobrar el beneficio. La primera, la segunda y la tercera vez mandó a Sus siervos; la cuarta vez envió a Su propio Hijo. Todos ellos eran Sus representantes. A los ojos de Dios, aquellos que rechazaron a Sus siervos lo estaban rechazando a El. Ellos no escucharon la palabra de Dios; rechazaron las palabras de Su autoridad delegada. Debemos someternos a la autoridad de Dios y también a Sus embajadores. En Hechos 9:4-15 vemos la autoridad directa de Dios y Su autoridad delegada, lo cual también podemos ver tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Una persona puede pensar que si Dios delega Su autoridad a un hombre, ella debe someterse a ese hombre. Pero si uno se ha encontrado con la autoridad, sabrá que debe someterse a la autoridad delegada. Uno no necesita humildad para someterse a la autoridad directa de Dios, pero sí necesitará humildad y quebrantamiento para someterse a la autoridad delegada. Solamente al dejar a un lado la carne por completo, puede uno reconocer la autoridad delegada y obedecerle. Debemos ver claramente que cuando Dios viene en persona, no viene a reclamar el fruto de Su viña, sino a juzgar.
El Señor le mostró a Pablo que cuando él resistía al Señor, en realidad estaba dando coces contra el aguijón (Hch. 26:14). Cuando Pablo vio la luz, también vio la autoridad, y por eso dijo: “¿Qué haré, Señor?” (22:10). Pablo se puso directamente bajo la autoridad de Dios, pero Dios le mandó a que se sometiera a Su autoridad delegada. Le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (9:6). De ahí en adelante, Pablo conoció la autoridad. No dijo: “Es muy especial que yo me encuentre con el Señor mismo, así que le voy a pedir a El que me diga lo que debo hacer”. En ese momento Dios puso a Pablo bajo una autoridad delegada. El Señor no estaba satisfecho con hablarle directamente a Pablo. Desde el momento en que creímos en el Señor, hasta ahora, ¿a cuántas autoridades delegadas nos hemos sometido? ¿cuántas veces nos hemos sometido a ellas? Antes de hacer esto no teníamos la luz, pero ahora debemos examinar seriamente lo que es la autoridad delegada por Dios. Hemos estado hablando de la sumisión por cinco o diez años, pero ¿cuánto nos hemos sometido a las autoridades delegadas? Lo que a Dios le interesa no es Su autoridad directa, sino las autoridades indirectas que El estableció. Quienes no se someten a las autoridades indirectas de Dios tampoco se pueden someter a Su autoridad directa.
Para entender este asunto claramente, hemos diferenciado la autoridad directa de la indirecta. Pero en realidad, a los ojos de Dios existe una sola autoridad. No podemos menospreciar la autoridad ni en la familia ni en la iglesia. No podemos menospreciar ninguna autoridad delegada. Aunque Pablo estaba ciego, era como si estuviera esperando a Ananías con los ojos abiertos. Cuando escuchó a Ananías, fue como si estuviera escuchando al Señor. Y cuando lo vio, fue como si viera al Señor. La autoridad delegada tiene implicaciones serias; si la ofendemos, estaremos en problemas con Dios. Es imposible rechazar la luz que proviene de una autoridad delegada y, al mismo tiempo, esperar recibir la luz que proviene del Señor; porque rechazar la autoridad delegada es rechazar a Dios mismo. Sólo los necios querrán que la autoridad delegada se equivoque. Aquellos que desaprueban las autoridades delegadas también desaprueban a Dios. A la naturaleza rebelde del hombre le gusta someterse a la autoridad directa de Dios, pero rechaza la autoridad que El delega.
DIOS HONRA LA AUTORIDAD QUE DELEGA
En Números 30 se habla del voto de una mujer. Cuando una mujer joven que moraba en la casa de su padre hacía un voto, el padre debía aprobarlo para que éste tuviera validez. Si el padre no lo aprobaba, el voto no sería válido. Cuando se trataba de una mujer casada, si el esposo no objetaba, el voto valía, pero si no lo aprobaba, el voto era anulado (vs. 3-8). Cuando la autoridad delegada aprueba algo, la autoridad directa lo cumple, pero si la autoridad delegada lo desaprueba, la autoridad directa también lo desaprobará. Dios se complace en tener autoridades delegadas y honra dichas autoridades. Cuando la mujer está bajo la autoridad del esposo, Dios no aprobará su voto si el esposo lo desaprueba. Dios sólo desea que ella se someta a la autoridad. Pero si la autoridad delegada está equivocada, Dios disciplinará a la persona que tiene dicha autoridad y esa persona llevará sobre sí la iniquidad de su esposa, y la esposa sumisa será inocente (v. 15). Dicho capítulo nos dice que el hombre no puede pasar por alto la autoridad delegada para someterse a la autoridad directa. Debido a que Dios delegó Su autoridad, ni siquiera El mismo la pasará por alto, aunque se vea limitado por ella. Dios aprueba lo que la autoridad delegada aprueba, y anula lo que la autoridad delegada anula. El desea apoyar la autoridad que delegó. Por lo tanto, tenemos una sola alternativa con respecto a la autoridad delegada: la sumisión.
A lo largo del Nuevo Testamento se respalda la autoridad delegada. Solamente en Hechos 5:29, cuando el sanedrín se opuso a Pedro y le prohibió predicar en el nombre del Señor, Pedro respondió: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. Solamente cuando la autoridad delegada se opone a los mandamientos de Dios y ofende la persona misma del Señor, podemos rechazarla. Por consiguiente, este pasaje sólo puede usarse en tal caso. Debemos someternos a la autoridad delegada en todas las demás circunstancias. No podemos descuidar este asunto, pues sabemos que jamás podremos someternos siendo rebeldes.
CAPITULO OCHO
LA AUTORIDAD QUE HAY EN EL CUERPO
  1 Co. 12:12-21; Mt. 18:15-18
EN EL CUERPO SE EXPRESA LA AUTORIDAD MAS ELEVADA
La expresión más elevada de la autoridad de Dios se halla en el Cuerpo de Cristo, el cual es la iglesia. A pesar de que Dios estableció sistemas de autoridad en el mundo, ninguna de las relaciones ya sean con el gobierno o entre padre e hijo, esposo y esposa, amo y siervo, pueden manifestar perfectamente la autoridad. Aunque Dios estableció muchas autoridades en la tierra, son solamente sistemas de autoridad, y el hombre puede obedecerlos externamente sin someterse a ellos de corazón. Por ejemplo, si el gobierno establece una ley, las personas pueden obedecerla de corazón o superficialmente. No se puede determinar con certeza la clase de obediencia de una persona. De la misma manera, tampoco se puede saber si la sumisión de un hijo a sus padres es de corazón o es superficial. Por lo tanto, la sumisión a la autoridad no puede ser tipificada por la sumisión de un hijo a sus padres ni la de un siervo a su amo y mucho menos por la del pueblo al gobierno. Sin sumisión, la autoridad de Dios no puede ser establecida. Tampoco una sumisión externa puede establecerla. Además, existen muchas clases de sumisión que se basan en las diferentes clases de relaciones humanas; por ejemplo: padre e hijo o amo y siervo. Pero el amo y el siervo pueden estar distanciados, y lo mismo puede suceder con el padre y el hijo; por eso no podemos ver una sumisión absoluta ni perfecta en estas relaciones.
Solamente Cristo y la iglesia tienen la expresión más elevada de autoridad y sumisión. Dios no estableció la iglesia para que fuera una organización, sino para que sea el Cuerpo de Cristo. Pensamos que la iglesia es la reunión de creyentes que comparten la misma fe, o que ella existe cuando nos reunimos con amor. Pero Dios tiene otra perspectiva. La iglesia no es solamente un grupo de personas que se reúnen por una fe común a sus miembros ni por tener el mismo amor; sino que también es el Cuerpo de Cristo. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y Cristo es la Cabeza de la iglesia. El padre y el hijo, el amo y el siervo e inclusive el esposo y la esposa, pueden estar separados, pero el Cuerpo y la cabeza jamás pueden separarse. Ellos están unidos para siempre como una sola unidad. De la misma manera, Cristo y la iglesia nunca pueden estar separados el uno del otro. Cristo y la iglesia disfrutan de una sumisión y autoridad absolutas, las cuales están muy por encima de todas las demás autoridades y sumisiones. Aunque los padres amen a sus hijos, cometen errores y usan mal su autoridad. De la misma manera, un gobierno puede decretar preceptos equivocados, y la autoridad de un amo puede estar errada. En el mundo no solamente la sumisión es imperfecta sino también la autoridad. Por tal razón, Dios tiene que establecer una autoridad y una sumisión perfectas, las cuales se encuentran en Cristo y la iglesia, es decir, la Cabeza y el Cuerpo. Algunos padres les hacen daño a sus hijos; algunos esposos a sus esposas; algunos amos a sus siervos, y algunos gobernantes a sus ciudadanos. Pero jamás la cabeza querrá hacerle daño a su propio cuerpo. Por lo tanto, la autoridad de la cabeza nunca estará equivocada y es perfecta. Observe que la sumisión del cuerpo a la cabeza también es perfecta. Tan pronto como la cabeza tiene un deseo, el dedo se mueve. No se necesitan palabras ni usar la fuerza, y todo es armonioso. La voluntad de Dios es que nos sometamos perfectamente. Dios ha de conducirnos a una sumisión similar a la del cuerpo cuando se somete a la cabeza. Solamente entonces, Dios estará satisfecho. Esta sumisión no puede ser representada por el esposo y la esposa, ni en las demás relaciones humanas. La autoridad es de Dios, y también la sumisión. La autoridad y la sumisión son una misma cosa; no es como en el mundo donde la autoridad y la sumisión son dos cosas diferentes. No es necesario que la cabeza haga un gran esfuerzo al dar una orden para que el Cuerpo responda; tan pronto como viene el pensamiento, el Cuerpo actúa. Existe una perfecta armonía en esto. Si nos sometemos de la misma manera que un hijo se somete a su padre o como una esposa se somete a su esposo, Dios no estará satisfecho. Dios desea que nuestra sumisión sea como la del cuerpo a la cabeza. No es una sumisión forzada, como ocurre en las naciones, sino como la del cuerpo a la cabeza. Tan pronto la cabeza tiene una pequeña intención, espontáneamente surge una sumisión armoniosa.
Si uno se somete a Dios continuamente, se dará cuenta de que las órdenes y la voluntad de Dios son completamente diferentes a lo que uno pensaba. Sus órdenes son palabras que salen de Su boca, y Su voluntad es una idea que brota de Su corazón. Una orden debe darse audiblemente, pero la voluntad no lo necesita. El Señor Jesús era sumiso no solamente a las palabras de Dios, sino también a Su voluntad. Cada vez que Dios deseaba algo, el Señor respondía y lo hacía de inmediato. Dios debe forjar en Cristo y la iglesia una relación como la de Cristo y el Padre. Debe trabajar en nosotros hasta que nos sometamos a Cristo de la misma manera como Cristo se somete a El. Al comienzo de Su obra, Dios fue la cabeza de Cristo, y después hizo que Cristo fuera la Cabeza de la iglesia. El tiene que trabajar en nosotros para que tengamos una sumisión igual a la de Cristo, sin necesidad de la disciplina del Espíritu Santo. Tan pronto como El tenga un deseo, nosotros debemos obedecer inmediatamente. Más adelante en la obra de Dios, El hará que los reinos de la tierra sean el reino del Señor y de su Cristo. La primera parte ya se cumplió, y la tercera parte no se ha cumplido todavía. Nosotros nos encontramos en la mitad de la obra. Si la segunda parte de esta obra no se completa, la tercera no comenzará. ¿Estamos aquí para someternos y para darle a Dios una vía libre, o estamos aquí para desobedecerle y limitarlo? Dios no ha obtenido una autoridad en el universo. Pero Su autoridad tiene un éxito completo en la iglesia, ya que en ella no hay rebelión. La iglesia es la segunda parte de su obra, lo cual es el punto crucial. Por esta razón, Dios reserva Su mayor gloria para nosotros. Si no hemos visto lo que es la autoridad, no podremos avanzar. Si este asunto no ha sido resuelto en nosotros, tampoco lo estará en los demás. Nosotros tenemos la responsabilidad de expresar la autoridad de Dios.
LA SUMISION DEL CUERPO A LA CABEZA ES ESPONTANEA Y ARMONIOSA
Dios dispuso todas las cosas. El Cuerpo y la Cabeza tienen la misma vida y la misma naturaleza, por lo cual, la sumisión es espontánea y no ser sumiso es un concepto extraño. Por ejemplo, si la mano se levanta según el deseo de la cabeza, eso no tiene nada de raro; pero si la mano no se mueve, será muy extraño; posiblemente la mano esté enferma. El Espíritu de vida que Dios nos dio es el mismo que está en el Señor. También la vida y la naturaleza que nos dio son las mismas que tiene el Señor. Por eso, no existe posibilidad alguna de que haya desorden o desobediencia. Algunos de los movimientos de nuestro Cuerpo son conscientes, mientras que otros son inconscientes. La unidad entre la cabeza y el cuerpo no depende solamente de una sumisión consciente sino de la sumisión inconsciente. Como sucede con la respiración. Uno puede respirar profundamente haciéndolo adrede, o puede respirar espontáneamente sin darse cuenta. O como el corazón que palpita inconscientemente. No necesita que le demos una orden para que lo haga. Esto es sumisión en vida. Para que el cuerpo se someta a la cabeza, no es preciso que haya ruido ni imposición ni fricción. Todo se da en armonía. No es suficiente que alguien se someta a las órdenes. En éstas se expresa la voluntad, la cual a su vez contiene la ley de vida. Solamente cuando uno se somete a la ley de vida, puede tener una sumisión perfecta. Si la sumisión no es igual a la del cuerpo cuando se somete a la cabeza, no se puede hablar de sumisión verdadera, ya que habrá en ella un elemento de renuencia.
El Señor nos puso en Su Cuerpo, donde la unión y la sumisión son perfectas. Es maravilloso que la mente del Espíritu Santo pueda expresarse por los miembros del Cuerpo. No existe posibilidad alguna de separar a dos miembros y hacerlos unidades completas en sí mismas. Existe una armonía espontánea entre los miembros que va más allá de las palabras humanas y de explicaciones acerca de la sumisión a la autoridad; es la sumisión más perfecta que se pueda tener, así que, no es necesario pensar intencionalmente en ella. Por esta misma razón, no podemos ser miembros enfermos, ni miembros que hacen ruido o causan fricción. Estamos bajo la autoridad de Dios, y debemos tener una sumisión espontánea. La iglesia no es sólo el lugar donde tienen comunión los hermanos y hermanas, sino también el lugar donde debe manifestarse la autoridad.
RECHAZAR LA AUTORIDAD DE LOS MIEMBROS ES RECHAZAR LA CABEZA
La autoridad que hay en el Cuerpo algunas veces se manifiesta indirectamente. El cuerpo no sólo se somete a la cabeza, sino que también los miembros se someten unos a otros y se ayudan mutuamente. Las manos no tienen contacto directo; así que la cabeza mueve la mano derecha y también mueve la izquierda. La mano izquierda no controla a la derecha, ni la derecha a la izquierda. La mano tampoco ordena a los ojos que vean; sólo se lo informa a la cabeza, y ésta les ordena a los ojos que vean. No importa cuán lejos puedan estar los miembros de la cabeza, la relación con ella es la misma, y todo lo que hacen depende de la cabeza. Si mis ojos ven, mis manos trabajan y mis pies andan, entonces yo puedo ver, trabajar y movilizarme. Así que, muchas veces la decisión de los miembros es la decisión de la cabeza. La autoridad de los miembros es la autoridad de la cabeza. La mano no puede ver; por lo tanto, necesita la decisión de los ojos. No tiene sentido que la mano le pida a la cabeza que vea ni que le ayude a ver. Esto es imposible, pero muchas veces ése es el problema de los hijos de Dios. En consecuencia, debemos tomar a los demás miembros como autoridades delegadas por la Cabeza. La mano tiene su función; el pie la suya, y los ojos la suya. Por lo cual debemos aceptar la función de otros como nuestra. No podemos rechazar la función de los demás miembros. Si el pie rechaza a la mano, está rechazando a la cabeza. Si nosotros aceptamos la autoridad de los miembros, estaremos aceptando la autoridad de la Cabeza. Cada miembro es mi autoridad dentro de la comunión. Aunque la función de la mano es muy importante, debe aceptar la función de los pies cuando tenga que trasladarse a otro lugar. La mano no puede detectar el color, por lo cual necesita la autoridad de los ojos. La función de los miembros es su autoridad.
LA AUTORIDAD EQUIVALE A LAS RIQUEZAS DE CRISTO
Es imposible que un miembro sea todo el Cuerpo. Por esta razón, cada uno de nosotros debe mantenerse en su posición como miembro, recibiendo la función de los demás miembros. Cuando otros ven y escuchan, yo puedo ver y escuchar. Recibir la función de los miembros es recibir las riquezas de la Cabeza. No hay ningún miembro que sea independiente. Yo no soy más que un miembro. Un miembro no puede hacer la labor de todo el Cuerpo. Lo que los demás miembros hacen es lo que el Cuerpo hace. En la actualidad, los ojos vieron algo, pero la mano dice que no ha visto nada y espera hasta que vea algo. El hombre desea tenerlo todo y hacerlo todo; no quiere recibir la provisión de los demás miembros. Esto lo empobrece y lleva la iglesia a una condición de pobreza. Cuando los ojos son iluminados, todo el cuerpo recibe luz. Cuando los oídos oyen, todo el Cuerpo oye.
Siempre pensamos que el propósito de la autoridad es reprimirnos, castigarnos y avergonzarnos. Estamos muy equivocados, porque Dios no piensa así. El usa Su autoridad para suplir lo que nos falta. Dios estableció Su autoridad para impartir Sus riquezas y para suplir lo que les falta a los débiles. Dios no puede esperar hasta que alcancemos cierta etapa o hasta que hayan pasado años a fin de mostrarnos algo. Si ése fuera el caso, deberíamos pasar por innumerables días oscuros y dolorosos. Esto sería como cuando un ciego guía a otro ciego. ¡Cuánta pérdida sufriría Dios! Esta es la razón por la cual Dios primero trabaja en las personas a quienes va a usar, a fin de que cuando nos las dé como autoridad para que nos ayuden a aprender a ser sumisos, podamos recibir lo que de otra manera jamás podríamos recibir. Sus riquezas serán nuestras riquezas. Si pasamos por alto esto, tendremos que pasar por muchos años sin recibir lo que ellos ya aprendieron.
La gracia de Dios para con nosotros es múltiple. Por un lado, viene a nosotros directamente, lo cual sucede esporádicamente. Por otro lado, Dios nos da Sus riquezas de una manera indirecta. En la iglesia Dios ha establecido hermanos y hermanas para que sean autoridades sobre nosotros. Por medio de su discernimiento, que viene a ser nuestro, podemos recibir las riquezas de Cristo sin tener que pasar por los sufrimientos que ellos pasaron. En la iglesia hay mucha gracia para todos y no para uno solo. Cada estrella tiene su propia gloria. Por lo tanto, la autoridad viene a ser las riquezas de la iglesia. Las riquezas de un individuo son para muchos. Rebelarse es tomar el camino de la pobreza, y rechazar la autoridad es rechazar el canal por el cual se reciben la gracia y las riquezas.
LAS FUNCIONES DELEGADAS SON LA AUTORIDAD DELEGADA
Nadie se atreve a decir que no se va a someter a la autoridad del Señor. Pero también debemos someternos a la autoridad coordinada de los miembros y darnos cuenta de que todos los miembros están unidos, y si no queremos recibir ayuda de los miembros, estaremos en rebelión. Algunas veces el Señor abastece a un miembro directamente, y otras veces El usa a un miembro para abastecer a otro. Cuando la cabeza les dice a los ojos que vean, todo el cuerpo ve lo que los ojos perciben, porque cuando los ojos ven, todo el cuerpo ve. La función que le toca a cada miembro, que es la autoridad que se le delega, también es la autoridad de la Cabeza. Si hay algunos miembros que piensan que pueden ver por su propia cuenta, estarán en rebelión. No podemos ser tan necios como para pensar que somos omnipotentes.
No olvidemos que somos simplemente miembros y, por ende, necesitamos recibir la función de los demás miembros. Cuando nos sometemos a la autoridad de la función de la vista, no habrá ninguna barrera entre nosotros y la Cabeza, porque el suministro se halla en la autoridad. Quien tenga el don, tiene el ministerio; y quien tenga el ministerio tiene la autoridad. Nadie más puede ver excepto los ojos. Si queremos ver, debemos someternos a la autoridad de los ojos y recibir su provisión. El ministerio delegado por Dios es Su misma autoridad; por lo tanto, nadie debe rechazarlo. Todos aceptan la autoridad directa de Dios, pero Dios desea que nos sometamos a las autoridades indirectas, es decir, a las autoridades delegadas, de tal manera que podamos recibir el suministro espiritual.
LA SUMISION EN VIDA ES FACIL
Para los incrédulos y los israelitas, la sumisión es difícil, debido a que ellos no están relacionados en vida con los demás incrédulos ni los israelitas lo están entre ellos. Pero nosotros estamos relacionados en vida. Por lo tanto, no es difícil someternos, porque internamente todos somos uno, y somos partícipes de la misma vida y del mismo Espíritu Santo, quien dirige todas las cosas. La sumisión mutua nos lleva a un estado de gozo y de descanso. Si tomamos todas las cargas sobre nuestros hombros, nos agotaremos. Pero si las distribuimos entre todos los miembros, la tarea será liviana. Si estamos dispuestos a dejarnos restringir por el Señor, hallaremos verdadero reposo. Por lo tanto, someternos a la autoridad de los miembros es un gran descanso. De lo contrario, ocuparemos la posición de otros, y esto nos pondrá bajo mucha presión. Para nosotros la sumisión es espontánea, y la desobediencia es forzosa. ¿Por qué tenemos que devorarnos unos a otros? ¿Por qué tenemos que criticarnos los unos a los otros? Estas cosas deben ser extrañas para nosotros.
El Señor nos ha enseñado no sólo que seamos sumisos en la familia y en la sociedad, sino también en el Cuerpo, la iglesia. Si aprendemos a someternos en el Cuerpo, aprenderemos a someternos en todo lo demás. Es aquí donde debemos comenzar. Por lo tanto, la iglesia es el lugar de la prueba. Si no aprendemos aquí, no tendremos éxito en ningún otro lugar. Si aprendemos bien la lección en la iglesia, nuestro problema con el reino, con el mundo y con el universo entero quedará resuelto.
Anteriormente la autoridad y la sumisión para muchos de nosotros había sido algo objetivo o teórico. Tratamos de aplicar una sumisión objetiva a un Cuerpo subjetivo. Pero ahora la autoridad ha llegado a ser un asunto de vida. En otras palabras, se ha hecho subjetiva y personal. En el Cuerpo de Cristo la autoridad y la sumisión están juntas en un sólo Cuerpo, y ambas han llegado a ser aplicables, vivientes y unidas. Esta es la expresión más elevada de la autoridad de Dios. La autoridad y la sumisión se encuentran en un solo Cuerpo y allí llegan a la cumbre. Dejémonos perfeccionar aquí. De lo contrario, no podremos seguir adelante. La autoridad se encuentra en el Cuerpo. La Cabeza, la fuente de la autoridad, está en la iglesia. Los miembros que funcionan según su medida y que disfrutan del suministro mutuo de quienes representan la autoridad y de quienes se someten a ella, también están en la iglesia. Si no nos encontramos con la autoridad aquí, no habrá esperanza para nosotros en ningún otro lugar.
CAPITULO NUEVE
LA MANIFESTACION DE LA REBELION
2 P. 2:10-12; Ef. 5:6; Jud. 8-10; Mt. 12:34; Ro. 9:11-24
¿Dónde se manifiesta la rebelión del hombre en la práctica? Primero, se expresa en las palabras; en segundo lugar, se percibe en los razonamientos; y en tercer lugar, se deja ver en los pensamientos. A fin de ser librados de la rebelión, debemos confrontar estas tres cosas. De lo contrario, no podremos eliminarla por completo.
LAS PALABRAS
Las palabras salen del corazón
Si uno es rebelde, sus palabras con seguridad dejarán en evidencia la rebelión que hay en uno. Tarde o temprano las palabras de rebeldía saldrán, porque de la abundancia del corazón habla la boca. A fin de conocer la autoridad, se debe tener primero un encuentro con la autoridad. Si uno no ha tenido un encuentro con la autoridad, no podrá someterse. Uno debe, en alguna ocasión, tener un encuentro con Dios para que la base de Su autoridad pueda establecerse en uno. Cuando uno hable, sabrá si profiere una palabra de desobediencia. Inclusive, antes de decir la palabra, el pensamiento que manifiesta la voluntad, le hará sentir incómodo. Uno percibirá que se pasó de la raya y sentirá una restricción interna. Si uno profiere palabras rebeldes descuidadamente y sin ninguna restricción interna, tendrá la evidencia de que no ha tenido un encuentro con la autoridad. Es más fácil hablar en rebelión que actuar en rebelión.
La lengua es lo más difícil de domar. Por lo tanto, cuando un individuo se rebela contra la autoridad, su lengua lo pondrá de manifiesto de inmediato. Tal vez alguien esté de acuerdo con uno, pero cuando uno le da la espalda, la murmuración se manifiesta. Puede que no digan nada delante de uno, pero esa persona estará llena de palabras cuando uno no esté presente. Esto se debe a que la boca es muy accesible. Todas las personas del mundo hoy día son rebeldes. Muchas personas asienten verbalmente y se someten externamente. Pero en la iglesia no debe haber una sumisión externa; toda sumisión debe ser de corazón. Para determinar si alguien es sumiso de corazón o no, basta con examinar si es sumiso en las palabras. Dios requiere que nos sometamos de corazón. Debemos tener un encuentro con la autoridad de Dios, pues de lo contrario, el problema se manifestará tarde o temprano.
Eva sin prestar atención
añadió algo a la Palabra de Dios
Cuando Eva fue tentada en Génesis 3, añadió una pequeña frase: “Ni le tocaréis” (v. 3). Debemos darnos cuenta de la seriedad de este asunto. Si conocemos la autoridad de Dios, no nos atreveremos a añadirle nada a la Palabra de Dios. Esta es suficientemente clara. “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (2:16-17). Dios no dijo: “Ni le tocarás”. Estas palabras fueron añadidas por Eva. Cualquier persona que le añada o le quite a la Palabra de Dios, demuestra que no ha tenido un encuentro con la autoridad. Esa persona es rebelde e ignorante. Si un gobierno envía a alguien como su embajador para que hable en cierto lugar, esa persona debe recordar con precisión las palabras que debe decir; no debe añadir nada. Aunque Eva veía a Dios todos los días, ella no había tenido un encuentro con la autoridad. Ella habló descuidadamente, pensando que estaba bien decir unas cuantas palabras de más. Si un siervo que sirve a un amo mortal no se atreve a añadir nada a las palabras de su señor, ¿cuánto mayor cuidado deberá tener un siervo de Dios? Si un hombre habla descuidadamente, se verá que es rebelde.
Cam expone el fracaso de su padre
Examinemos el comportamiento de Cam, el hijo de Noé. Cuando él vio la desnudez de su padre, fue a decírselo a Sem y a Jafet (9:20-22). Una persona que no es sumisa de corazón, se complace en ver el fracaso de la autoridad. Cam encontró la oportunidad para sacar a flote los errores de su padre. Esto comprueba que él no se sometía de corazón a la autoridad de su padre. Posteriormente, tuvo que someterse por la fuerza. Cuando él vio el error de su padre, lo comunicó a sus hermanos. Muchos critican a otros y se deleitan en hablar mal de otros, debido a la falta de amor (1 Co. 13:4-5). Pero en el caso de Cam no había falta de amor, sino falta de sumisión. Aquello fue una manifestación de su rebelión.
María y Aarón murmuran contra Moisés
En Números 12 María y Aarón hablaron contra Moisés. Ellos mezclaron los asuntos familiares con la obra de Dios. Sólo Moisés había sido llamado por Dios; mientras que María y Aarón eran solamente sus ayudantes. Eso fue decisión de Dios. La desobediencia de ellos se manifestó por medio de sus palabras. Si llegamos a conocer la autoridad, muchas bocas se cerrarán, y muchos problemas se evitarán. Una vez que tenemos un encuentro con la autoridad, muchos problemas naturales llegan a su fin. Las palabras de María no parecían sobrepasarse. Lo único que ella dijo fue: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?” (v. 2). Pero ante Dios esto fue una murmuración (v. 8). Tal vez ellos no dijeron muchas palabras. Quizá sólo una décima parte de lo que pensaban salió a la luz, el noventa por ciento seguía escondido. Tan pronto se manifiesta un espíritu rebelde en el hombre, Dios lo detecta a pesar de lo delicadas que sean las palabras proferidas. La rebelión se manifiesta en las palabras. Una palabra rebelde deja en evidencia la rebelión, no importa cuán fuerte ni cuán débil sea lo dicho.
El séquito de Coré ataca a Moisés
En Números 16, cuando el séquito de Coré y los 250 líderes se rebelaron, vemos que su rebelión se manifestó con palabras; ellos expresaron verbalmente todo lo que había en sus corazones, pues irrumpieron con una reprensión pública. Aunque María había murmurado, lo hizo de una manera reservada; por lo cual todavía era posible que fuera restaurada. Pero el séquito de Coré no tuvo ninguna restricción. Ellos manifestaron abiertamente su querella. Podemos ver que también la rebelión tiene diferentes grados. Algunos tienen más escrúpulos y pueden ser restaurados. Pero los que no tienen ninguna restricción y se desenfrenan por completo, abren las puertas del Hades para ellos mismos, y éste se los traga. No solamente el séquito de Coré habló mal de Moisés y Aarón, sino que también los atacó públicamente. Esto fue tan serio que Moisés se postró sobre su rostro. ¡Cuán serias fueron las acusaciones de ellos! “Basta ya de vosotros ¿por qué pues os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová? Reconocemos solamente que Jehová está entre nosotros. Toda la congregación es santa. No reconocemos la autoridad de ustedes. Ustedes hablan por su propia cuenta. Vemos, entonces, que todo el que escucha exclusivamente la autoridad directa de Dios y rechaza la autoridad delegada, se halla en el principio de rebelión.
Si uno se somete a la autoridad, con seguridad restringirá sus palabras y no hablará descuidadamente. En Hechos 23 Pablo fue puesto a prueba. Puesto que era apóstol y profeta, habló desde la posición de profeta a Ananías, el sumo sacerdote, diciendo: “Dios te golpeará a ti, pared blanqueada” (v. 3). Pero dado que también era judío, cuando oyó que Ananías era el sumo sacerdote, inmediatamente cambió de actitud y dijo: “No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (v. 5). Cuán cuidadosas fueron sus palabras, y cuánto restringió su lengua.
La rebelión se relaciona con andar
en pos de los deseos de la carne
La rebelión del hombre se relaciona con complacerse en la carne. En 2 de Pedro 2:10, la carne y la lujuria se mencionan primero, y luego se habla de aquellos que menosprecian el señorío, lo cual se manifiesta en las palabras de murmuración y de rebelión.
Las personas, por lo general, sólo se asocian con los de su misma clase y sólo se comunican con ellos. Las personas rebeldes siempre acompañan a los que andan tras los deseos de la carne y a los que son arrastrados por los deseos corruptos y menosprecian el señorío. A los ojos de Dios, los que van en pos de la carne, los que se dejan llevar de sus deseos corruptos y los que menosprecian el señorío, están en la misma categoría. Tales personas son arrogantes, obstinadas y no temen injuriar a las potestades superiores. Pero quienes conocen a Dios temen por ellos mismos y saben que sólo el que tiene una boca corrupta puede proferir injurias. Si conocemos a Dios, nos arrepentiremos, porque sabemos cuánto aborrece Dios la rebelión. Los ángeles estuvieron bajo aquellos que tenían el señorío y, por eso, no se atreven a injuriarlos ni a hacerles frente con un espíritu altivo ni por medios rebeldes. Por lo tanto, si vivimos delante de Dios, no podemos murmurar contra otros. Debemos tener presente que es posible usar palabras de rebeldía aun en nuestras oraciones. David podía decir sin reservas que Saúl era el ungido de Dios, lo cual comprueba que él conservó su posición. El poder de Satanás es establecido sobre la base de la iniquidad, pero los ángeles no sobrepasaron el límite que les corresponde. Pedro usó esto como ejemplo, para mostrarnos que si los ángeles se comportan de esta manera, cuánto más nosotros deberíamos comportarnos igualmente (v. 11).
Existen solamente dos cosas que le ocasionan al creyente la pérdida de su poder. Una es el pecado y la otra es hablar mal de los que están por encima de él. Además, Mateo 12:34-37 también dice que de la abundancia del corazón habla la boca. En el día del juicio, seremos juzgados como justos o pecadores según lo que hayamos dicho. Esto nos muestra que hay diferencia entre las palabras y los pensamientos. Si no expresamos palabras, existe la posibilidad de que seamos preservados. Pero si las palabras salen, todo saldrá a la luz. Por esta razón, la desobediencia de corazón no es tan terrible como hablar públicamente. Hoy día los cristianos pierden más su poder por lo que sale de su boca, que por su comportamiento. Verdaderamente lo que sale de la boca trae la mayor pérdida de poder. Todos los rebeldes tiene problemas con su manera de hablar. Por lo tanto, si un hombre no puede restringir sus palabras, no podrá restringirse a sí mismo en ningún otro aspecto.
Dios reprende severamente a los rebeldes
Examinemos nuevamente 2 Pedro 2:12, donde dice: “Como animales irracionales destinados por naturaleza para presa y destrucción...” Esta es la expresión más fuerte de la Biblia; no hay una reprensión más severa que ésta. ¿Por qué reprende Dios a tales personas diciéndoles que son como animales? Porque ellos carecen de sentimientos. La autoridad es el tema más importante de la Biblia. Por eso, rebelarse contra Dios es el más serio de los pecados. La boca no puede hablar livianamente. Tan pronto como una persona tiene un encuentro con Dios, restringe su lengua y siente temor de murmurar contra las potestades superiores. Una vez que tengamos un encuentro con la autoridad, surgirá en nosotros un sentir con respecto a la autoridad, de la misma manera desde que conocimos al Señor brota en nosotros un sentir que nos censura cuando pecamos.
Muchos problemas de la iglesia
se deben a las murmuraciones
La unidad y el poder de la iglesia pueden ser afectados por las palabras enunciadas descuidadamente. La mayoría de los problemas de la iglesia hoy, surgen cuando las personas hablan mal de otros. Solamente una mínima proporción de los problemas provienen de verdaderas adversidades. La mayoría de los pecados del mundo es fruto de las mentiras. Si detenemos tales palabras en la iglesia, la mayoría de nuestros problemas se desvanecerá. Debemos arrepentirnos delante del Señor y pedirle perdón. Tales palabras deben ser completamente erradicadas de la iglesia. De una misma fuente no pueden brotar dos clases de agua. De una misma boca no pueden salir palabras de amor y palabras de murmuración. Que Dios ponga un centinela sobre nuestra boca y no solamente sobre nuestra boca, sino también sobre nuestro corazón, de tal manera que todas las palabras y los pensamientos de rebelión lleguen a su final. Que de hoy en adelante toda palabra maligna entre nosotros se aleje.
LOS ARGUMENTOS
Las murmuraciones provienen de los argumentos
La rebelión del hombre se manifiesta en sus palabras, sus argumentos y sus pensamientos. Si no conoce la autoridad, expresará murmuraciones, lo cual procede de sus argumentos. El hombre habla porque piensa que tiene la razón. Cam pensó que tenía una razón válida para rebelarse contra Noé, debido a que lo encontró desnudo. Las palabras de María con respecto a la unión de Moisés con la mujer etíope describían un hecho; así que ella tenía razón. Pero los que se someten a la autoridad, no viven encerrados en sus argumentos. El séquito de Coré y los 250 líderes dijeron que Moisés y Aarón no debían levantarse sobre ellos, porque toda la congregación era santa y porque Jehová estaba en medio de ellos. Una vez más la rebelión de ellos tenía un argumento lógico como base. Las palabras de rebelión a menudo provienen de argumentos razonables. Datán y Abiram también aducían una razón. Ellos culparon a Moisés de no haberlos introducido en la tierra que manaba leche y miel y que no les había dado tierras ni viñas; por el contrario todavía vagaban por el desierto. Ellos culparon a Moisés de que él les estaba tapando los ojos u ocultando algo a ellos, por lo cual dijeron: “¿Sacarás los ojos de estos hombres?” (Nm. 16:14). Con eso daban a entender que sus ojos veían claramente. Cuanto más pensaban, más argumentos tenían. Los que aducen argumentos nunca dejan de cavilar. Cuanto más piensan, más reflexiones surgen. En el mundo todos viven razonando. ¿Cuál sería entonces la diferencia entre nosotros y las personas mundanas, si nosotros también nos centramos en nuestros argumentos?
Debemos ser librados de los argumentos
para seguir al Señor
Ciertamente necesitamos sacarnos los ojos para seguir al Señor sin razonar. ¿Se basan nuestras vidas en la validez de nuestras razones o en la autoridad? Muchas personas quedan ciegas cuando se encuentran con la luz del Señor. Aunque ellos tienen ojos, es como si no los tuvieran. Una vez que la luz viene, todos los argumentos se desvanecen. Una vez Pablo fue iluminado en el camino a Damasco y quedó ciego. De ahí en adelante no se volvió a preocupar por sus argumentos (Hch. 9:3, 8). A Moisés no le habían sacado los ojos, pero era como si no los tuviera. No significaba que él no tuviera argumentos, pues el conocía muchos razonamientos lógicos, pero todos ellos estaban sujetos a él, porque él estaba sometido a Dios. Quienes se someten a la autoridad no actúan por lo que ven. El siervo del Señor debe ser ciego y debe estar libre de razonamientos y argumentos. La rebelión surge cuando uno comienza a cavilar internamente. Por lo tanto, si no les hacemos frente con decisión a los argumentos, nos será imposible detener las palabras. Si no somos librados de los argumentos, éstos tarde o temprano producirán palabras de murmuración.
Cuán difícil es librarse de argumentar continuamente. Puesto que somos seres racionales, ¿cómo podremos dejar de argumentar con Dios? Este es un paso muy difícil. Desde jóvenes razonamos constantemente. Desde antes de ser salvos hasta ahora, el principio básico de nuestra vida ha sido la utilización del raciocinio. ¿Qué podrá hacer que dejemos de cavilar? ¡Si nos piden que no razonemos, es como si llevaran nuestra vida carnal a su final! Existen dos clases de creyentes: los que viven en el nivel de los razonamientos, y los que viven en el nivel de la autoridad. Debemos someternos tan pronto como se nos dé una orden. ¿En cuál nivel vivimos? Cuando Dios nos da una orden ¿la examinamos y nos sometemos si la orden tiene lógica, y no nos sometemos si nos parece descabellada? Esta es la expresión del árbol del conocimiento del bien y del mal. El fruto de este árbol no sólo nos hace razonar sobre nuestros propios asuntos, sino también sobre los asuntos establecidos por Dios. Todo debe pasar a través de nuestro razonamiento y nuestro juicio. En vez de dejar que Dios razone y juzgue, lo hacemos nosotros, pero éste es el principio de Satanás, el cual desea que nosotros queramos ser iguales a Dios. Sólo quienes conocen a Dios pueden someterse sin argumentar, pues nunca mezclarán estas dos cosas. Si uno quiere aprender a someterse, debe arrojar lejos sus argumentos. Uno puede vivir por la autoridad de Dios o por sus propios razonamientos, pero no por ambos. El Señor Jesús vivió en la tierra muy por encima de todo razonamiento. ¿Qué razonamiento formuló El frente a los insultos, las torturas y la crucifixión misma? El se sometió en todo a la autoridad de Dios; no se preocupó por hallarle sentido lógico a Sus circunstancias. Su única responsabilidad era someterse, y no pidió nada más. ¡Cuán sencillo es el hombre que vive bajo la autoridad! ¡Pero qué complicado es el hombre cuya vida gira en torno a sus razonamientos! Las aves del cielos y los lirios del campo llevan una vida de simplicidad. Cuanto más viva uno bajo autoridad, más simple será su vida.
Dios nunca argumenta
En Romanos 9 Pablo intentó demostrarles a los judíos que Dios también llamó a los gentiles. El dijo que no todos los descendientes de Abraham eran escogidos; pues sólo Isaac fue escogido. Y no todos los descendientes de éste fueron escogidos, ya que Dios escogió solamente a Jacob. Debido a que todo se basa en la elección de Dios, ¿no podrá El escoger a los gentiles también? Dios tendrá misericordia de quien tenga misericordia y se compadecerá de quien se compadezca. Desde la perspectiva humana, Dios amó a Jacob, quien era un engañador, y aborreció a Esaú, quien era un hombre honesto. El también endureció el corazón de Faraón. ¿Será El injusto? Debemos entender que Dios está sentado en Su trono de gloria, y el hombre está bajo Su autoridad. Nosotros no somos más que simples mortales y nada más que polvo de la tierra. ¿Cómo podremos argumentar con Dios?
El es Dios y tiene la autoridad para obrar según le parezca. No podemos seguir a Dios y, al mismo tiempo, forzarlo a que haga caso a nuestros argumentos. Si queremos servirle debemos renunciar a nuestros argumentos. Toda persona que se ha encontrado con el Señor debe dejar a un lado todos sus argumentos y permanecer en sumisión. No podemos actuar como consejeros de Dios. El dice que tendrá misericordia de quién tenga misericordia (9:15). Cuán preciosa es la palabra “tendrá”. Debemos adorarlo por esto. Dios no razona igual que nosotros. El decide hacer esto o aquello. El es el Dios de la gloria. Pablo añade: “Así que no depende ni del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (v. 16). Dios dijo de Faraón: “Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti Mi poder” (v. 17). Además, dice que “al que quiere endurecer, endurece” (v. 18). Endurecer no significa hacer pecar. Significa entregarlos a sí mismos como en 1:26. En este momento Pablo anticipa los razonamientos que algunos formularán, como “¿por qué todavía inculpa? porque ¿quién resiste a Su voluntad?” (9:19). Estos interrogantes son válidos, y muchos estarán de acuerdo con ellos. Pero aunque sabía que eran bastante lógicos, responde: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo moldeó: ¿Por qué me has hecho así?” (v. 20). Pablo no tuvo en cuenta sus razonamientos, sino que concluye: “¿Quién eres tú?” El no preguntó qué clase de palabras eran éstas; sino qué clase de persona se atrevería a hablar contra Dios. Cuando Dios ejerce Su autoridad, no tiene que consultarnos pues no necesita nuestro consentimiento. Lo único que El pide es nuestra sumisión. Tan pronto digamos: “Esto es lo que Dios hizo”, todo estará bien.
El hombre continuamente busca razones lógicas. Examinemos si nuestra salvación tuvo una base lógica o no. No existe ninguna razón válida por la cual hayamos sido salvos. No lo quisimos ni tampoco lo buscamos; sin embargo, fuimos salvos. Esto es lo más ilógico que a uno se le pueda ocurrir. Pero Dios tendrá misericordia de quien El tenga misericordia, y se compadecerá de quien El se compadezca. Independientemente de la opinión del barro, el alfarero puede hacer vasos de honra y vasos de deshonra. Esto es un asunto de autoridad y no de raciocinio. El problema básico del hombre hoy es que él todavía se base en el principio del conocimiento del bien y del mal, el principio del razonamiento. Si la Biblia le diera una razón lógica a todo, nosotros tendríamos justificación para argumentar. Pero en Romanos 9 Dios abre una ventana especial desde los cielos para brillar sobre nosotros. El no discute con nosotros; sólo pregunta: “¿Quién eres tú?”
La visión de la gloria de Dios
nos libra de los razonamientos
Al hombre no le es fácil librarse de sus propias palabras malignas, pero sí de sus argumentos. Cuando yo era joven, me molestaba la manera irrazonable en la que Dios actúa. Más tarde, cuando leí Romanos 9, tuve un encuentro con la autoridad de Dios por primera vez, y comencé a ver quién era yo. Yo soy creación Suya. Mis palabras más razonables son necedades delante de El. El Dios que habita muy por encima de todos, es inalcanzable en Su gloria. Si viéramos una millonésima parte de su gloria, nos inclinaríamos y todos nuestros razonamientos se disiparían. Sólo los que viven lejos de El pueden ser orgullosos, y sólo aquellos que viven en tinieblas pueden ser prolíficos en sus razonamientos. En todo el mundo nadie puede ver ninguna luz por su propio esfuerzo. Solamente cuando Dios nos concede una pequeña luz y nos revela algo de Su gloria, caemos en tierra, tal como el apóstol Juan (Ap. 1:16-17).
Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos cuán indignos y pequeños somos. ¿Cómo nos atreveremos a altercar con El? Cuando la reina de Saba visitó a Salomón y él le reveló un poco de su gloria, no quedó espíritu en ella. Pero en nosotros hay uno que es mayor que Salomón. ¿Habrá algún razonamiento al cual no podamos renunciar? Adán pecó porque comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero si Dios nos revela tan sólo un poco de Su gloria, veremos que no somos más que un perro muerto y polvo de la tierra. Todos nuestros razonamientos se desvanecerán delante de Su gloria. Cuanto más vive una persona delante de Su gloria, menos argumenta. Y cuando uno ve a una persona argumentadora, notará que ella no ha visto la gloria de Dios.
Durante estos años he descubierto que Dios nunca obra de acuerdo a nuestros razonamientos. Aunque yo no entienda lo que El hace, tendré que adorarlo porque soy Su siervo. Si yo entiendo y comprendo todo lo que El hace, debo ser yo el que esté sentado en el trono. Cuando descubra que El está muy por encima de mí, que El es el único y supremo y que debo postrarme en tierra, todos mis razonamientos desaparecerán. De ahí en adelante, la autoridad tendrá la preeminencia y no mis razonamientos, ni lo que esté correcto ni lo que esté equivocado. Los que conocen a Dios, se conocerán a sí mismos y, una vez que se conozcan a sí mismos, todos sus argumentos desaparecerán.
Uno llega a conocer a Dios por medio de la sumisión. Todo aquel que vive centrado en sus argumentos desconoce a Dios. Los que voluntariamente se someten a la autoridad, pueden verdaderamente conocer a Dios. Todo el conocimiento del bien y del mal que heredamos de Adán debe ser erradicado de nosotros. Sólo así nos someteremos fácilmente.
La razón es “Yo soy Jehová”
Después de cada precepto que el Señor da a los israelitas en Levítico 18 al 22, El añade: “Yo soy Jehová”. No incluye la palabra porque. Yo hablo de esta manera, porque yo soy Jehová. No se necesita otra explicación. La razón es “Yo soy Jehová”. Si comprendemos esto, no viviremos de acuerdo con los razonamientos. Debemos decirle a Dios: “Yo antes vivía según mis pensamientos y razonamientos, pero hoy me inclino ante Ti y te adoro. Si está bien para Ti, eso me basta. Yo solamente te adoro”. Cuando Pablo fue derribado por la luz en el camino a Damasco, todos los razonamientos se desvanecieron. Una vez que la luz brilla, quedamos postrados. La primera expresión que salió de la boca de Pablo fue: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). Inmediatamente obedeció. Aquellos que conocen a Dios no argumentan. Cuando la luz juzga, los razonamientos desaparecen.
Cuando el hombre argumenta con Dios, da a entender que la obra de Dios necesita nuestro consentimiento. Este es el pensamiento de una persona sumamente necia. Dios no tiene que explicarnos todo lo que hace. Los caminos de Dios son más elevados que los nuestros. Si pudiéramos bajar a Dios al nivel de la razón, El dejaría de ser Dios, porque no sería diferente a nosotros. Si argumentamos, cesaremos la alabanza. Cuando la sumisión se va, se esfuma la alabanza. Cuando esto sucede, el yo viene a ser el juez de Dios y hasta toma la posición de El. ¿Cuál es entonces la diferencia entre el barro y el alfarero? ¿Tendrá el alfarero que pedirle permiso al barro para moldearlo? Que el Dios de gloria se nos revele, para que todos nuestros argumentos se acaben.
CAPITULO DIEZ
LA MANIFESTACION DE LA REBELION
(2)
  2 Co. 10: 4-6
LOS PENSAMIENTOS
La relación entre los razonamientos
y los pensamientos
La rebelión del hombre no sólo se manifiesta en palabras y en razonamientos; sino también en pensamientos. El hombre expresa palabras rebeldes porque sus razonamientos son rebeldes. Pero los razonamientos se manifiestan en pensamientos; por lo tanto, el pensamiento es el centro de la rebelión del hombre.
En 2 Corintios 10:4-6 tenemos uno de los pasajes más importantes de la Biblia porque indica cuál parte del hombre debe someterse a Cristo. El versículo 5 habla de “llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. La rebelión del hombre se produce en el pensamiento. Pablo dijo que debemos destruir las fortalezas, los razonamientos y todo lo que se levante contra el conocimiento de Dios. El hombre usa sus razonamientos para edificar fortalezas alrededor de sus pensamientos. Debemos derribar tales razonamientos y llevarlos cautivos. Descartamos los razonamientos pero retenemos los pensamientos. Es imposible que los pensamientos del hombre se sometan a Dios sin derribar antes los razonamientos. Todos los razonamientos impiden que el hombre conozca a Dios. Ante Dios las “fortalezas”, los razonamientos del hombre, son como edificios altos, como un gran obstáculo en el camino que conduce al conocimiento de Dios. Una vez que un hombre se encierra en sus razonamientos, sus pensamientos son rodeados y no puede someterse a Dios. La sumisión se relaciona con los pensamientos. Si los razonamientos se manifiestan, lo hacen en palabras. Si se quedan escondidos, rodean los pensamientos y hacen que sea imposible someterse. Pablo no hacía frente a los razonamientos con otros razonamientos. Las razones del hombre son tan graves que sólo pueden ser juzgadas por medio de una batalla. La mente con sus razonamientos puede ser confrontada con la armadura espiritual y con el poder de Dios. Esta es una batalla entre Dios y nosotros. Nos convertimos en opositores de Dios. La mente humana que se centra en las razones es un legado del árbol del conocimiento del bien y del mal. Es difícil concebir cuánto problema le ha causado esta mente a Dios. Satanás nos ata por medio de diferentes tipos de razonamientos, y nos encierra en ellos, lo cual impide que Dios obtenga nuestro ser, de tal modo que llegamos a ser enemigos de Dios.
Génesis 3 es un cuadro de 2 de Corintios 10. Satanás utilizó la razón al dialogar con Eva. Cuando Ella vio que el fruto del árbol era bueno para comer, ella también razonó, y al hacerlo desobedeció a Dios. Una vez que surgen los razonamientos, los pensamientos del hombre quedan aprisionados en ellos. Los razonamientos y los pensamientos van juntos. Los razonamientos aprisionan los pensamientos. Una vez que éstos son cautivados, el hombre no puede someterse a Cristo. Si queremos someternos a Dios, debemos tocar Su autoridad y derribar todas las fortalezas de los razonamientos.
Llevamos cautivo todo pensamiento
En el Nuevo Testamento en griego, la palabra pensamiento es noema y se usa seis veces en el Nuevo Testamento, en Filipenses 4:7; 2 Corintios 2:11; 3:14; 4:4; 10:5 y 11:13. Acertadamente se traduce “pensamiento” y denota las intenciones del corazón. El corazón es el órgano, y las intenciones son sus actividades, las cuales son el producto de la mente del hombre. El hombre expresa lo que es por medio de la libertad de opinar y proponer. Para proteger su libertad y justificar sus ideas, debe demostrar que son buenas y que están en lo correcto. Por lo tanto, necesita envolverlas en razonamientos. El hombre usualmente se rehusa a creer en el Señor porque uno o dos de sus razonamientos lo ha rodeado como una muralla. Por ejemplo, algunos dicen que creerán en el Señor cuando sean viejos y que no han visto buen ejemplo en los creyentes. También hay muchas razones por las cuales los creyentes se excusan para no amar al Señor. Los estudiantes dicen que están muy ocupados con sus tareas; los hombres de negocios dicen que están muy ocupados en sus negocios o que no se sienten bien físicamente. Si Dios no rompe esas fortalezas, el hombre nunca podrá ser liberado. Satanás usa los razonamientos como fortalezas para mantener preso al hombre y lo rodea de ellas. Debido a esto, no puede librarse por sí mismo. La sumisión a Cristo es imposible a menos que la autoridad de Dios capture los pensamientos y los lleve cautivos.
Para que el hombre conozca la autoridad, debe primero destruir los razonamientos. Cuando el hombre ve a Dios como es revelado en Romanos 9, todos los razonamientos se rompen en pedazos. Cuando las fortalezas de Satanás son derribadas, no quedan razonamientos y los pensamientos son llevados cautivos a la obediencia a Cristo. No es suficiente encontrarse con la autoridad de Dios sólo en lo que respecta a las palabras, ya que eso no basta para erradicar todos los razonamientos. Pues los pensamientos deben ser llevados cautivos a la obediencia a Cristo. Sólo cuando los pensamientos de uno son llevados cautivos puede uno llegar a someterse verdaderamente a Cristo.
Para discernir si un hombre ha tenido un encuentro con la autoridad, debemos observar si ha sido disciplinado en su modo de hablar, en sus razonamientos y en sus opiniones. Cuando uno es confrontado por la autoridad, la lengua no vuelve a hablar descuidadamente, los razonamientos no serán tan atrevidos y las opiniones no serán defendidas. El hombre común tiene muchas opiniones. Pero el día llegará cuando la autoridad de Dios vendrá a destruir las fortalezas que Satanás había levantado por medio de los razonamientos, de tal manera que Dios capture los pensamientos del hombre y lo haga un siervo Suyo que se somete a Cristo sin opinar. Solamente así, podrá haber una salvación completa.
Una persona que nunca ha tenido un encuentro con la autoridad, por lo general desea ser un consejero de Dios. Dios no ha cautivado sus pensamientos. Cuando va a un lugar, lo primero que piensa es en “mejorarlo”. Cuando los pensamientos no han sido disciplinados, tendrá muchas razones que ofrecer, y no se verá ningún quebrantamiento. Por lo tanto, nuestros pensamientos deben ser cortados tan profundamente que sean cautivados por Dios. Sólo así, podremos ver Su autoridad. Y sólo entonces, no nos atreveremos a escondernos detrás de nuestros razonamientos expresando descuidadamente nuestras opiniones.
Pareciera que en el mundo sólo dos personas lo saben todo: Dios y yo. Yo soy el consejero y lo sé todo. Cuando éste es el caso, se muestra claramente que los pensamientos de uno no han sido cautivados y que desconoce por completo la autoridad. Una persona cuyas fortalezas y razonamientos han sido quebrantados por la autoridad de Dios, tendrá sus pensamientos cautivados por Dios, podrá someterse a Cristo y será librado de sus opiniones. De hecho, ya no le interesará expresar sus opiniones, pues sus pensamientos habrán llegado a ser esclavos de Dios; así que ya no será un hombre libre. La libertad natural es un manjar para Satanás. Por eso, debemos renunciar a tal libertad y ser sencillamente obedientes. Existen sólo dos medios por los cuales los pensamientos del hombre pueden ser usados: bajo el control de nuestros razonamientos o bajo el control de la autoridad de Cristo. En realidad, no existe en el mundo libertad para escoger. Somos cautivos de nuestros razonamientos o del Señor. Somos esclavos de Satanás o de Dios.
Para discernir si una persona ha tenido un encuentro con la autoridad, primero debemos observar si se expresa con palabras rebeldes; segundo, debemos determinar si argumenta con Dios o no; y tercero, si él expresa sus opiniones o no. Debemos destruir nuestras opiniones delante del Señor, pero éste es solamente el aspecto negativo. Debemos destruir los razonamientos para que los pensamientos sean llevados cautivos a la obediencia a Cristo y para que no se atrevan a expresar sus opiniones. Anteriormente, yo ofrecía muchas razones, basado en mis opiniones. Hoy todos mis razonamientos se han ido. Ahora me someto a aquel que me cautivó. Un cautivo no tiene libertad; y aun si expresa su opinión, aquello será inútil. Tampoco puede recibir opiniones. Ocurre lo mismo en nuestro caso cuando somos cautivados por el Señor. No expresaremos ya nuestras opiniones ni sugerencias. Más bien, tomaremos solamente la opinión de Dios.
Una advertencia a los obstinados
Pablo
Pablo era una persona inteligente, competente, sabia y sensible. El era muy competente y confiaba en su obra; además servía a Dios con mucho celo. Cuando él iba camino a Damasco con algunos hombres para prender a los creyentes, se encontró súbitamente con una gran luz que lo derribó. En aquel momento, todas sus opiniones y sus métodos se desvanecieron. Toda su capacidad fue destruida. El no regresó a Tarso ni a Jerusalén. No sólo renunció a su viaje a Damasco, sino también a todos sus razonamientos. Cuando muchas personas se enfrentan a las dificultades, toman otra dirección. Si un camino se les cierra, intentan otro. Pero continúan avanzando según sus propios métodos y opiniones. Muchos son tan necios, que no caen en tierra ni siquiera cuando son golpeados por Dios. Son azotados por Dios en las circunstancias pero no en sus razonamientos, pues sus pensamientos persisten. A muchos se les ha impedido que vayan a Damasco, pero ellos encuentran un camino hacia Tarso o hacia Jerusalén. Una vez que Pablo fue golpeado, todo terminó. No necesitó decir nada más ni cavilar más, pues ya no sabía nada. Por eso le preguntó al Señor: “¿Qué haré, Señor?” He ahí un hombre sumiso de corazón. Sus pensamientos fueron cautivados por el Señor. Saulo era considerado una persona sobresaliente y distinguida en donde quiera que iba, pero cuando él conoció la autoridad de Dios, todas sus opiniones se desvanecieron. La señal más grande de que una persona se ha encontrado con Dios, es la ausencia de prejuicios y de astucia. Debemos pedirle a Dios que tenga misericordia de nosotros para que seamos sencillos cuando recibamos Su luz. Quienes han tenido un encuentro con la autoridad de Dios, caerán delante de El y espontáneamente harán a un lado sus opiniones. Pablo dijo que él había sido capturado por Dios y era Su prisionero. Ahora no es el momento de expresar nuestras opiniones; sólo debemos escuchar y someternos.
El rey Saúl
Dios rechazó a Saúl, no por hurtar, sino por ofrecer sacrificios a Dios del ganado y de las ovejas que él creía que eran las mejores, lo cual fue su opinión. El estaba tratando de agradar a Dios por medio de sus propios pensamientos. Estos no habían sido cautivados, debido a lo cual fueron rechazados por Dios. Nadie puede decir que Saúl no tenía celo en el servicio a Dios. El no mintió cuando dijo que traía las mejores vacas y las mejores ovejas. Sin embargo, el problema fue que él tomó una decisión basado en su propia opinión (1 S. 15). Un siervo de Dios no puede expresar sus propias opiniones; sólo debe cumplir la voluntad de Dios. Debemos tener un solo deseo: “¿Qué haré, Señor?” Si ésta no es nuestra actitud, estaremos completamente equivocados. La obediencia es mejor que los sacrificios. No hay lugar para que el hombre exprese sus opiniones delante de Dios. Cuando el rey Saúl vio tantas ovejas gordas, quiso guardar algunas para sacrificarlas a Dios. Su corazón estaba inclinado a Dios, pero no obedecía. Tener un corazón inclinado a Dios no puede reemplazar las palabras: “No me atrevo a decir nada”. En verdad las ofrendas no pueden reemplazar una actitud de no tener voz delante del Señor. Dios había ordenado que todos los amalecitas con su ganado y ovejas fueran completamente destruidos, pero Saúl no quiso hacerlo. Más adelante, los amalecitas lo mataron, y su reino se detuvo. Cualquiera que reciba una propuesta de salvar a los amalecitas, será destruido por ellos a la postre.
Nadab y Abiú
Nadab y Abiú también fueron rebeldes con respecto a los sacrificios. Ellos no supieron someterse a la autoridad de su padre; por el contrario, actuaron por iniciativa propia. Ellos pecaron porque ofendieron a Dios. Fue un pecado ofrecer fuego extraño, es decir, se sobrepasaron en el ministerio de Dios. Aunque no dijeron nada, ni argumentaron ni murmuraron, ellos quemaron fuego extraño de acuerdo con sus sentimientos. Ellos pensaron que su servicio era útil para Dios. Pensaban que si se equivocaban, sería simplemente un error en su servicio. Para ellos eso no era un gran pecado, pero fueron inmediatamente rechazados por Dios, y murieron.
El testimonio del Reino se logra
sólo por medio de la sumisión
Dios no mira nuestro celo por el evangelio ni nuestra disposición a sufrir; lo que El mira es si somos obedientes o no. Pues el Reino sólo puede establecerse cuando refrenamos nuestra opinión, detenemos nuestros razonamientos, cesamos de hablar mal de otros y nos sometemos a Dios sin reservas. Ese será un día glorioso, un día que Dios ha esperado desde la fundación del mundo. Dios tiene un Hijo primogénito que se sometió como primicias. Pero Dios espera que todos Sus hijos sean conformados a la imagen de Su Hijo primogénito. Si hay una iglesia en la tierra que verdaderamente se someta a la autoridad de Dios, El tendrá el testimonio del reino, y Satanás será derrotado. Satanás no se preocupa por nuestra obra, pues cuando estamos en el principio de la rebelión y actuamos independientemente, él se ríe en secreto.
De acuerdo con la ley de Moisés, los levitas debían llevar el arca. Pero cuando los filisteos enviaron el arca de regreso a los israelitas, la cargaron en un carro tirado por bueyes. Cuando David quiso que el arca fuera llevada a Jerusalén (la ciudad de David), él no buscó la voluntad de Dios, sino que actuó según su deseo y transportó el arca en un carro tirado por bueyes. Cuando los bueyes tropezaron, Uza extendió su mano para impedir que el arca se cayera. Inmediatamente, Dios lo hirió, y murió. Aunque el arca no se hubiera caído, de todos modos estaba en un carro de bueyes, y no en los hombros de los levitas. Cuando los levitas llevaban el arca para atravesar el río Jordán, a pesar de las grandes olas, el arca permanecía imperturbable. Esto nos muestra que Dios no está interesado en los planes del hombre. Este debe siempre someterse a Dios. Sólo cuando Dios nos vacía completamente, Su voluntad puede ser hecha sin ningún obstáculo. Si nos acercamos a El con nuestras opiniones humanas, nunca podremos servirle apropiadamente. Dios gobierna por encima de todo, excepto de las maquinaciones del hombre. Las opiniones del hombre deben ser totalmente deshechas, y sus pensamientos rechazados, de tal manera que no pueda hacer sugerencias. Anteriormente teníamos libertad cuando vivíamos en el yo; pero en el momento en que nuestros pensamientos son capturados, la libertad se acaba. Como resultado, podemos obedecer a Cristo y tener la verdadera libertad, la libertad de estar en el Señor.
En 2 Corintios 10:6 dice: “Y estamos prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta”. Sólo cuando los pensamientos son llevados cautivos, la obediencia llega a ser perfecta. La persona que todavía puede realizar actividades y expresar sus opiniones delante del Señor, no tiene una obediencia perfecta. El Señor se está preparando para traer castigo a los desobedientes tan pronto como cuando nuestra obediencia sea perfecta. Si damos giro completo y tenemos temor de expresar nuestras opiniones y propuestas, nuestra obediencia será perfecta, y Dios manifestará Su autoridad en la tierra. Si la iglesia no es sumisa, es imposible que los demás se sometan al evangelio. Todos nosotros debemos aprender a ser restringidos. Nuestra boca necesita ser disciplinada para dejar de hablar, también nuestra mente para dejar de argumentar, y nuestros corazones para dejar de tomar decisiones. Si hacemos esto, se abrirá un camino glorioso delante de nosotros, y Dios manifestará Su autoridad en la tierra.
APITULO ONCE
EL LIMITE DE LA SUMISION
  He. 11:23; Ex. 1:17; Dn. 3:17-18; 6:10; Mt. 2:13; Hch. 5:29
LA SUMISION ES ABSOLUTA,
PERO LA OBEDIENCIA ES RELATIVA
La sumisión es una actitud, mientras que la obediencia se muestra en la conducta. Hechos 4:19 dice: “Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios”. Sin embargo, los apóstoles no fueron rebeldes en su espíritu; ellos estaban sometidos a todas las autoridades. La obediencia no es absoluta. Algunas veces debemos obedecer, pero otras veces no podemos hacerlo, como en casos que atentan contra los asuntos básicos de nuestra fe, como por ejemplo, creer en el Señor y predicar el evangelio. Un hijo puede decirle cualquier cosa a su padre, pero no puede tener una actitud rebelde. Nuestra sumisión siempre debe ser absoluta. En algunos asuntos no podemos obedecer, pero debemos permanecer en sumisión. Todo esto es un asunto de actitud.
Hechos 15 es un ejemplo de la conferencia de una iglesia. En una conferencia podemos sugerir o debatir, pero cuando se toma una decisión, todos deben someterse.
HASTA DONDE SE DEBE OBEDECER
A LA AUTORIDAD DELEGADA
Si hay padres que les impiden a sus hijos asistir a las reuniones, éstos deben mantener una actitud sumisos, pero no tienen que obedecerles. Como en el caso de los apóstoles, que de todos modos predicaron el evangelio. Cuando los judíos de la sinagoga se lo prohibieron, ellos fueron sumisos, pero siguieron predicando conforme a la comisión del Señor. Ellos escogieron predicar el evangelio y no dejarse restringir por los líderes judíos. Esto no fue un desafío con peleas ni gritos, sino que fue un desacato con calma. Nunca debe haber una actitud obstinada ni palabras de oposición en contra de los que están en autoridad. Cuando el hombre tiene un encuentro con la autoridad, llega a ser tierno y dócil. La sumisión de una persona en su corazón, en actitud y en palabra, debe ser absoluta; no debe haber ninguna obstinación ni rebeldía.
Cuando la autoridad delegada (aquellos que representan la autoridad de Dios) se opone a la autoridad directa (a Dios), debemos ser sumisos a la autoridad delegada mas no obedientes. Resumamos este asunto en tres puntos:
(1) La obediencia es un asunto de conducta y, por ende, es relativa. La sumisión es un asunto de actitud y es incondicional.
(2) Sólo Dios es digno de una sumisión ilimitada. El hombre, que es inferior, debe recibir una sumisión limitada.
(3) Si la autoridad delegada da una orden que obviamente contradice la orden de Dios, debemos someternos a esa autorida, pero no tenemos que obedecerle. Sólo debemos someternos incondicionalmente a la autoridad de Dios. No es obligación obedecer las ordenes que sean contrarias a Dios.
Si los padres les piden a sus hijos que vayan a un lugar que a éstos no les gusta, pero no es pecaminoso, tenemos un caso delicado. La sumisión es absoluta, pero la obediencia es otro asunto. Si los padres insisten, los hijos no tienen otra opción que ir. Si todos los hijos tienen esta actitud, Dios los sustentará en esas circunstancias.
EJEMPLOS DE LA BIBLIA
(1) Las parteras egipcias y la madre de Moisés desobedecieron la orden del faraón, por lo cual se pudo preservar la vida de Moisés. La Biblia las llama mujeres de fe.
(2) Los tres amigos de Daniel no adoraron la imagen del rey Nabucodonosor, desobedeciendo al rey; sin embargo, se sometieron al rey al estar dispuestos a ser quemados.
(3) Daniel desafió el decreto del rey al orar a Dios; sin embargo se sometió al juicio del rey de ser echado al foso de los leones.
(4) José huyó a Egipto con el Señor Jesús para evitar la matanza que el rey Herodes había decretado.
(5) Pedro desobedeció la orden de los principales de la sinagoga y predicó el evangelio, y les dijo que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Sin embargo se sometió a las cadenas y al encarcelamiento por parte de los líderes religiosos.
EVIDENCIAS DE SUMISION A LA AUTORIDAD
¿Cómo sabemos si una persona se somete a la autoridad? He aquí algunas señales:
(1) Tan pronto como una persona conoce la autoridad, busca la autoridad dondequiera que vaya. La iglesia es el lugar donde los creyentes aprenden a someterse a la autoridad. Aunque no hay sumisión en todo el mundo, el creyente debe aprender a someterse; además, debe hacerlo de corazón y no de una manera externa. Si uno llega a conocer la sumisión, buscará la autoridad a dondequiera que vaya.
(2) Si el hombre tiene un encuentro con la autoridad de Dios, será ablandado, debilitado y quebrantado, pues temerá cometer errores, y llegará a ser una persona dócil.
(3) Aquellos que han tenido un encuentro con la autoridad no querrán ser autoridad; no se complacen en dar opiniones ni en controlar a los demás. Quienes se someten a la autoridad siempre temen cometer errores. Pero hay muchos que quieren ser consejeros de Dios. Sólo los que no conocen la autoridad les agrada ser la autoridad.
Aquellos que han tenido un encuentro con la autoridad, mantendrán sus bocas cerradas y serán restringidos. No se atreverán a hablar descuidadamente, porque están conscientes de la autoridad que está dentro de ellos.
Si un hombre ha tenido un encuentro con la autoridad, detectará inmediatamente toda transgresión a la misma y podrá ver claramente mucha iniquidad y rebelión. También reconocerá el principio de la iniquidad que abunda en todo lugar, tanto en el mundo como también en la iglesia. Sólo quienes han tenido un encuentro con la autoridad pueden guiar a otros a sumisión, y únicamente cuando los hermanos y hermanas son sumisos a la autoridad, la iglesia tendrá un testimonio y avanzará en la tierra.
PARA MANTENER EL ORDEN DE AUTORIDAD
ES NECESARIO CONOCER LA AUTORIDAD
Si uno no ha tenido un encuentro con la autoridad y no conoce el principio de la sumisión, no podrá guiar a otros por este camino. Si uno junta dos perros, no puede hacer que uno sea la autoridad ni que el otro se le someta. Sería un esfuerzo inútil. Cuando uno tiene un encuentro con la autoridad, todo estará resuelto. De ahí en adelante, si no se sujeta a la autoridad, se dará cuenta de que él ha desobedecido a Dios mismo. Si una persona no ha visto la autoridad, es inútil hacerle ver sus errores. Cuando se presente esa situación, debemos contenernos para no caer en la misma rebelión.
EL CASO DE MARTIN LUTERO
Y DE SALIR DE LAS DENOMINACIONES
Era correcto que Martín Lutero se levantara y hablara del principio de la justificación por medio de la fe. También está bien que nosotros salgamos de las denominaciones para mantenernos en el testimonio de la unidad en la iglesia local. Ya que hemos visto la gloria de Cristo y el Cuerpo de Cristo, no debemos tener otro nombre aparte del nombre del Señor. El nombre del Señor es el más importante. ¿Por qué la salvación no se lleva a cabo solamente por medio de la sangre de Cristo sino también por medio del nombre del Señor? Esto se debe a que ese nombre significa resurrección y ascensión. Dios tiene una sola manera de salvarnos y la puso bajo el nombre del Señor. En el bautismo somos sumergidos en el nombre del Señor, y al reunirnos lo hacemos en Su nombre. Por lo tanto, la cruz y la sangre solas no resuelven el problema de las denominaciones. Si hemos visto la gloria de la ascensión, no insistiremos en asignarnos ningún otro nombre que no sea el del Señor. Debemos exaltar sólo el nombre del Señor, y no debemos tener ningún otro nombre. Las organizaciones o denominaciones de hoy han desechado la gloria del Señor, lo cual es una blasfemia para El.
LA VIDA Y LA AUTORIDAD
La iglesia es sustentada por dos cosas: la vida y la autoridad. La vida se relaciona con nuestra sujeción a la autoridad. Las dificultades que surgen en la iglesia rara vez se deben a la desobediencia. Por lo general, surgen por la falta de sumisión. El principio fundamental de la vida en nosotros hace que nos sometamos, de la misma manera en que el principio de la vida de un ave la hace volar y en que la vida de un pez le hace nadar.
El camino a la unidad descrita en Efesios 4 parece estar lejos de nuestra realidad actual. Pero si el hombre tiene un encuentro con la autoridad, el camino no estará lejos. Todos los santos podrán tener diferentes opiniones pero no habrá rebelión. Si la sumisión proviene del corazón, todos llegaremos a la unidad de la fe. Nosotros tenemos la vida, y el principio de la vida está abierto para nosotros. Si el Señor tiene misericordia de nosotros, podremos tomar este camino rápidamente. La vida no solamente elimina el pecado, sino que también produce sumisión en nosotros, lo cual es más crucial. Una vez que el espíritu de rebelión sale de nosotros, el espíritu de sumisión es restaurado, y lo descrito en Efesios 4 se manifiesta ante nuestros ojos. Si todas las iglesias toman el camino de la sumisión, estos hechos gloriosos se abrirán delante de nosotros.
SEGUNDA PARTE
COMO SE CONDUCE LA AUTORIDAD DELEGADA DE DIOS
CAPITULO DOCE
LA PERSONA A LA QUE DIOS DA SU AUTORIDAD
LA SUMISION A LA AUTORIDAD DELEGADA Y COMO SER UNA AUTORIDAD DELEGADA
Los hijos de Dios deben aprender a conocer la autoridad y averiguar a quién deben someterse. A dondequiera que vayan, lo primero que deben preguntarse es quién es la autoridad a la cual deben someterse. Tan pronto nos mudemos a un lugar, no debemos tratar de ser el líder, ni procurar que otros se sometan a nosotros. Por el contrario, debemos ser como el centurión, que le dijo al Señor Jesús: “Porque yo también soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados” (Mt. 8:9). Vemos a un hombre que conocía la autoridad. El podía someterse a la autoridad y, por eso mismo, mismo podía ser una autoridad delegada. Dijimos que Dios sustenta todo el universo por medio de Su autoridad. El también engendra hijos (Jn. 1:12) y los mantiene unidos por medio de ella. Por lo tanto, si uno es independiente e individualista y no se somete a la autoridad delegada por Dios, es rebelde en cuanto a la administración que Dios ejerce sobre todo el universo, y no podrá estar en armonía con los demás hijos de Dios. En tal caso, no podrá llevar a cabo la obra de Dios en la tierra. Dios ha establecido autoridades delegadas en la iglesia, la cual es edificada y sustentada por la autoridad de Dios. Por esta razón, todo hijo de Dios debe buscar la autoridad a la cual debe someterse, de tal manera que pueda coordinar armoniosamente con otros. Desafortunadamente, muchas personas han fracasado en este aspecto.
Si no conocemos el objeto de nuestra fe, no podremos creer; si no conocemos el objeto de nuestro amor, no podremos amar. Si queremos que una persona crea en algo, debemos primero mostrarle el objeto de su fe y si queremos que una persona ame a alguien, primero debemos presentarle a ese alguien. De la misma manera, si no conocemos el objeto de nuestra sumisión, no sabremos someternos. A fin de enseñarle a una persona la sumisión, primero debemos permitirle que conozca a quién debe someterse. Hay muchas autoridades delegadas en la iglesia, a las cuales debemos someternos. Cuando nos sometemos a ellas, nos sometemos a Dios. Muchas personas pueden predicar acerca de la sumisión, sin que ellas mismas se sometan a alguna autoridad. Debemos someternos a la autoridad para poder llegar a ser una autoridad delegada por Dios. Además, no podemos someternos sólo a quienes nos agradan, sino a todas las autoridades que haya sobre nosotros. Inclusive, debemos someternos al policía que patrulla en la calle.
LA NECESIDAD DE ENCONTRARNOS
CON LA AUTORIDAD
Existen muchas autoridades en la iglesia que están sobre uno, a las cuales uno debe aprender a someterse. Debemos aprender a reconocer las diferentes autoridades y la autoridad que hay en otros. Una vez que encontramos que cierta persona tiene autoridad, debemos someternos a ella inmediatamente. No tenemos que analizarla cuidadosamente y luego decidir si hemos de someternos a ella. Si calculamos si una persona es digna de su sumisión o no, sólo nos hemos encontrado con la persona, mas no con la autoridad. Si uno no se ha encontrado con la autoridad ni sabe someterse a ella, jamás podrá ser una autoridad delegada. A menos que juzguemos primero el pecado de rebelión en nosotros, no conoceremos el significado de la sumisión. Los hijos de Dios no deben ser desorganizados ni indisciplinados. Si no hay un testimonio claro entre los hijos de Dios, no existirán la iglesia ni ministerio ni la obra. Debemos darnos cuenta de que éste es un problema grave. Por eso, debemos presentar este delicado asunto delante del Señor y encontrarnos con la autoridad. Debemos aprender a someternos unos a otros y también a las autoridades delegadas. Solamente al hacerlo, podremos ser una autoridad delegada.
Tres requisitos para ser
una autoridad delegada
Ya estudiamos la clase de persona que Dios usa como autoridad delegada. A fin de ser dicha autoridad, es necesario llenar tres requisitos básicos (fuera de conocer la autoridad de Dios y de someterse a la misma).
Reconocer que toda autoridad procede de Dios
Una autoridad delegada debe recordar que toda autoridad procede de Dios, quien las estableció todas; por lo tanto, si alguna persona tiene autoridad, ésta proviene de Dios. Nuestras opiniones personales no pueden llegar a ser una ley por la cual se rijan los demás. Tampoco nuestras ideas, nuestros puntos de vista ni nuestras propuestas merecen ser tenidas en cuenta, pues no son mejores que las de los que están bajo nuestra autoridad. Debemos recordar que toda autoridad procede de Dios; de hecho, la única autoridad que es verdadera es la que procede de Dios y sólo esa autoridad puede esperar sumisión. Solamente podemos pedirle a los hermanos y hermanas que se sometan a la autoridad que tenemos, si ésta proviene de Dios. Una autoridad delegada puede ser solamente una que se ha recibido de Dios. En tal caso, la persona no puede presumir de su autoridad, porque sólo tiene una autoridad delegada, no algo que proceda de ella misma. Este es un problema básico entre nosotros. Las autoridades delegadas deben recordar que son solamente representantes de Dios y que no tienen autoridad en sí mismas.
No importa si nos encontramos en el mundo, en la iglesia o en la obra de Dios, siempre debemos recordar que no tenemos ninguna autoridad en nosotros mismos; también debemos recordar que nadie en todo el universo tiene autoridad en sí mismo, pues ésta procede de Dios. Las autoridades que hoy vemos son hombres que ejercen la autoridad de Dios; pues no existen autoridades que se originen en el hombre. La policía, por ejemplo, simplemente se encarga de hacer cumplir la ley. De la misma manera, los jueces ejecutan la ley. Todos los oficiales y autoridades del mundo son establecidas por Dios y su función es hacer cumplir la ley. Ellos aplican la ley como expresión de la autoridad de Dios. No pueden establecer ninguna ley por su propia cuenta. Todas las autoridades que hay en la iglesia son delegadas por Dios. Solamente tenemos autoridad porque representamos la autoridad de Dios. No existe ningún elemento intrínseco en nosotros que nos haga diferentes a los demás ni que nos dé el derecho de ser una autoridad.
Una persona puede llegar a ser una autoridad debido a que conoce la voluntad, la intención y los pensamientos de Dios. Uno no llega a ser una autoridad debido a sus propias ideas u opiniones, sino debido a su comprensión de la voluntad y el deseo de Dios. Uno no debe esperar que otros se sometan a su propia voluntad u opinión. Una persona puede representar la autoridad dependiendo de cuánto conoce la voluntad y los pensamientos de Dios. Recordemos que no poseemos nada en nosotros mismos que pueda reclamar sumisión de parte de otros. Sólo cuando llegamos a conocer la voluntad de Dios, podemos pedir que otros se nos sometan. Cuando nos relacionamos con alguien debemos tener la certeza de que conocemos la voluntad de Dios y lo que Dios quiere hacer en ese momento. Si entendemos claramente los caminos de Dios, podremos actuar como Su autoridad delegada. Sólo así podemos servir a otros con la autoridad, pues sin ella no tenemos ninguna autoridad a la cual otros puedan someterse.
Nadie que no haya aprendido a someterse a la autoridad de Dios o que desconozca Su voluntad puede llegar a ser una autoridad delegada por El. Supongamos que un hombre representa a una empresa en la realización de algún negocio; él no puede hacer ofertas basándose en sus propias ideas ni puede hacer una promesa según sus propios gustos ni puede tomar sus propias decisiones para firmar un contrato. Primero debe averiguar los planes del gerente, saber lo que desea que diga y en qué circunstancias y condiciones debe firmar el contrato. De la misma manera, si deseamos ser una autoridad delegada por Dios, primero debemos entender Su voluntad y Su manera de actuar. Sólo entonces, podremos ejercer Su autoridad. Para ser una autoridad delegada, es necesario conocer a la persona a la cual se representa. Uno no puede salir con sus propias ideas ni pensamientos ni palabras. La persona en la cual Dios delega autoridad primero debe conocer la voluntad de Dios; y no puede dar órdenes que Dios no haya dado. Supongamos que uno le dice a alguien que haga algo, y supongamos que éste acude al Señor junto con uno para consultarle a El sobre este asunto y si Dios no acepta lo que uno le dijo a esa persona, uno estará representándose a sí mismo y no a Dios. Esta es la razón por la cual debemos entender la voluntad de Dios y ejercerla. Si hacemos esto, Dios respaldará lo que hacemos y tendremos autoridad, ya que El respaldará nuestras decisiones. Lo que proviene de nosotros no tiene ninguna autoridad.
En lo espiritual, debemos aprender a escalar alto y a cavar profundo. Siempre debemos buscar un conocimiento más profundo y rico de los caminos y la voluntad de Dios; también necesitamos recibir mucha revelación y conocimiento. Necesitamos aprender muchas cosas y adquirir toda clase de experiencias; por lo tanto, debemos ver lo que otros no han visto y tocar lo que otros no han tocado ya que lo que hacemos depende de lo que hemos aprendido delante del Señor, y lo que decimos de lo que hemos percibido y experimentado delante del Señor. Si tenemos suficientes experiencias con el Señor y hemos conocido suficientemente Sus caminos, tendremos la osadía de declarar lo que hemos recibido, lo que hemos aprendido y lo que hemos experimentado de El. Cuando hacemos esto, tendremos autoridad. Sin Dios no hay autoridad. Aquellos que no han visto nada delante de Dios, no tienen ninguna autoridad ante los hombres. Todas las autoridades se basan en nuestro conocimiento y en lo que hemos aprendido delante de Dios. Algunos ancianos pueden pensar que pueden imponer sus ideas a los jóvenes; algunos hermanos creen que pueden imponerse a las hermanas, y algunas personas activas tal vez piensen que pueden subyugar a los pasivos. Pero tales intenciones no producirán resultados. Si uno desea ser una autoridad y que los demás se le sometan, lo primero que debe hacer es conocer la autoridad uno mismo; también debe conocer a Dios y comprender Su voluntad. Sólo entonces podrá ser un delegado de la autoridad de Dios.
Aprender a negarnos a nosotros mismos
El segundo requisito básico para ser una autoridad delegada es negarnos a nosotros mismos. Para entender claramente la voluntad de Dios, no debemos empezar a hablar ni ejercer ninguna autoridad. La autoridad delegada por Dios no sólo debe conocer la autoridad de El, sino que también debe aprender a negarse a sí misma. Recordemos que ni Dios ni los hermanos valoran nuestra opinión. Temo que la única persona en todo el mundo que valora su opinión es uno mismo. Si uno piensa que su opinión es la mejor, que Dios la valora y que los hermanos y hermanas honran sus ideas, está soñando. No sea tan necio como para imponer sus ideas unilateralmente. Tememos a quienes ofrecen muchas opiniones y a quienes tienen muchas ideas, aquellos que les gusta ser consejeros. Tememos a quienes todo lo toman a modo personal. Hay personas a las que les agrada aconsejar a otros y ofrecerles diversos planes y propuestas. Cuando se les da la oportunidad, expresan sus opiniones. Tales personas no podrían ser un presidente ni un jefe ni un policía. Piensan que saben lo que deben hacer los que están en alguna adversidad, a pesar de no haber pasado por eso ellas mismas. Aun si no se les da la oportunidad, tratan todavía de interrumpir con una o dos palabras, y si no pueden encontrar la oportunidad de hablar en frente de otros, lo harán a sus espaldas. Recordemos que Dios nunca delegará Su autoridad a alguien que tenga muchas opiniones, propuestas y puntos de vista. No le pediríamos a una persona que le gusta gastar dinero que administre nuestra cuenta bancaria, pues no queremos arriesgar nuestros bienes. De la misma manera, Dios no le pedirá a una persona que le gusta expresar su opinión que sea Su autoridad delgada, debido a que El tampoco desea arriesgar Sus bienes.
El Señor primero debe quebrantar todo nuestro ser, antes de que podamos llegar a ser Su autoridad delegada. Según lo que he podido observar, no creo que Dios escoja a una persona que está llena de opiniones para que sea Su autoridad delegada. Tal persona debe pasar primero por el quebrantamiento y renunciar a su deseo de entrometerse en los asuntos de otros y de actuar como consejero. Dios quiere que representemos Su autoridad, no que la reemplacemos. Es cierto que somos como Dios en muchos aspectos, pero El continúa siendo el único Soberano en Su posición y el único digno de adoración. Su voluntad le pertenece sólo a él; El es supremo y soberano sobre todas las cosas. El nunca busca nuestro consejo ni tampoco desea que seamos Sus consejeros. Esta es la razón por la cual la autoridad que El delega no debe tomarse a modo personal. Es cierto que para llevar a cabo alguna empresa es necesario tomar decisiones y plantear criterios; no afirmamos que Dios usa sólo a quienes carecen de ideas, opiniones y criterio. Nos referimos a que debemos ser quebrantados, donde nuestra sabiduría llegue a su fin, y nuestras opiniones y propuestas sean aplastadas, de modo que Dios pueda usarnos. El problema básico de muchas personas es que por naturaleza tienen una mente muy activa, hablan demasiado y ofrecen sus opiniones constantemente. Son inteligentes y se complacen en aconsejar a otros. Tales personas deben orar para que Dios tenga misericordia de ellas, pues necesitan experimentar un quebrantamiento verdadero. Esta no es una simple enseñanza ni se trata de una imitación. Uno necesita un quebrantamiento fundamental que produzca una herida abierta por la cual su sabiduría, sus opinión y sus ideas sean totalmente anuladas. De este modos uno es espontáneamente libre de sus propios pensamientos e ideas. Si uno ha pasado por la disciplina de Dios vive con temor delante del Señor y no se atreve a hablar descuidadamente. También estará libre de cometer muchos errores. Mientras permanezca abierta la herida que Dios infligió, uno sentirá dolor cada vez que se mueva, y nadie tendrá que recordarle la herida.
Si uno solamente conoce la enseñanza a cerca del quebrantamiento y trata de imitar a otros no hablando mucho, su verdadera naturaleza aflorará tarde o temprano. Algunas personas son conversadoras y obstinadas por naturaleza, por lo cual es difícil verlas calladas. Al escuchar un mensaje pueden retener algunas enseñanzas sobre el quebrantamiento y deciden no hablar tanto. Si estas personas comienzan a imitar a otros y a seguir su ejemplo, sus hojas de higuera se secarán pronto (Gn. 3:7), y su verdadera condición será desnudada. No podemos controlarnos por medio de nuestra voluntad, pues nuestro verdadero ser saldrá a la luz tan pronto como perdamos la paciencia, y tendremos que confesar los pecados a Dios nuevamente. Solamente necesitamos que la luz de Dios aniquile nuestro ser por completo. Dios permitirá que nos golpeemos contra la pared hasta que en nuestro ser aparezca una grieta. Debemos pasar por una experiencia similar a la de Balaam en Números 22:25. Dios ha de causar una herida en nosotros de tal manera que al movernos de nuevo, sintamos la herida y no nos atrevamos a ofrecer nuestras propuestas. Cuando un hombre está herido, no es necesario que lo exhorten a que camine despacio; pues él espontáneamente disminuirá el paso. Esta es la única manera de ser libres de nuestro yo. Por eso he dicho reiteradas veces que necesitamos las heridas. No hay otra manera de seguir adelante excepto por medio de una confesión y un quebrantamiento completo delante de Dios.
Aquellos que son autoridades delegadas deben aprender a no ofrecer ninguna opinión personal y a no expresar sus propias ideas. Tampoco deben tener una afición por entrometerse en asuntos ajenos. Algunas personas piensan que son el juez supremo y que saben administrar todas las cosas, ya sean del mundo o de la iglesia. Se imaginan que lo saben todo y que tiene una idea y una solución para todo. Cuando alguien se les acerca, están prestos a dar su consejo. Si las personas no acuden a ellos, de todas maneras darán su consejo gratuitamente como si fuera el evangelio. Tales personas nunca han sido disciplinadas ni han atravesado ninguna adversidad. Tal vez hayan experimentado algún pequeño quebranto o un castigo leve, pero todavía sus opiniones, sus ideas y sus métodos abundan. Parece como si ellos fueran omnipotentes y omniscientes, pues sus opiniones son como mercancía exhibida en un bazar. Personas así nunca pueden ser una autoridad. La autoridad delegada por Dios debe caracterizarse básicamente por no tener la tendencia a dar opiniones ni a hacer críticas descuidadamente. Tampoco debe ofrecer opiniones ni ocultar propuestas en el corazón. Sólo quienes han sido quebrantados de esta manera, son aptos para ser la autoridad delegada de Dios.
La necesidad de una comunión
constante con el Señor
Aquellos a quienes Dios constituye Su autoridad delegada deben cumplir un tercer requisito: tener una comunión constante con el Señor. No sólo debe haber una comunión sino también una comunicación. Algunas personas que expresan sus opiniones todo el día deben renunciar a sus opiniones. Cada vez que alguien tenga una opinión, debe llevarla al Señor y verificar si procede de la carne o si es un sentir del Señor. De esta manera, Dios gradualmente le revelará a la persona el deseo de Su corazón. Esta es nuestra necesidad fundamental. El problema de muchos es que hablan sin haberse acercado a Dios y expresan sus opiniones gratuitamente y hablan por el Señor descuidadamente debido a que están lejos de Dios. Cuanto más fácil le es a la persona proferir el nombre de Dios, más demuestra que está lejos del Señor. Sólo quienes están cerca de Dios le temen, y sólo ellos aborrecen las opiniones desenfrenadas. Por ejemplo, muchos campesinos de Kuling son leñadores. Ellos critican libremente al gobierno y a los líderes de nuestro país; pero en Nankín o en Chungking (dos ciudades principales) no se oyen críticas. A pesar que aquí la gente habla libremente del presidente, si él viniera, las personas se dirigirían a él con respeto y lo llamarían “Señor presidente”. Nadie se atrevería a faltarle al respeto. De la misma manera, sólo quienes están cerca de Dios le temen, no se atreverán a andar libremente ni a hablar descuidadamente en el nombre del Señor.
Démonos cuenta de que la comunión es un requisito básico para ser una autoridad. Cuanto más tiempo permanezcamos cerca del Señor, más veremos nuestros errores; veremos que muchas de las acciones que anteriormente consideramos correctas estaban equivocadas. Cuanto más conocemos a Dios, más reconocemos que las cosas son diferentes. Hubo cosas de las cuales estábamos muy seguros que estaban correctas hace diez o veinte años. ¿Cuál es nuestra percepción ahora? Muchas veces uno puede decirse: “¿Por qué estaba yo tan ciego? ¿Por qué estaba tan confiado y seguro de que tenía la razón? Lo mismo que parecía estar bien anteriormente, ahora lo vemos totalmente equivocado. Después de encontrarnos con Dios cara a cara, nunca más estaremos seguros de Sus palabras ni volveremos a confiar en nosotros mismos; además comenzamos a tener temor de cometer errores. Si las cosas de las cuales estábamos tan seguros antes las encontramos equivocadas hoy, ¿que diremos de las que hoy pensamos ciertas y correctas? Por lo tanto, si estamos en constante comunión con el Señor, nunca hablaremos apresuradamente. Cuanto menos una persona se conoce a sí misma, más se jacta de su conocimiento. Cuando una persona habla sin restricción, muestra cuán lejos está de Dios.
El temor a Dios no es una manera de comportarse. Sólo los que están cerca de Dios le temen. Pero la persona desenfrenada está lejos de Dios. Cuando la reina de Sabá conoció a Salomón, se quedó asombrada (1 R. 10:4-5); pero aquí hay alguien mayor que Salomón (Mt. 12:42). Cuando nos acercamos al Señor, debemos “quedar asombrados”; no deberíamos atrevernos a mencionar Su nombre a la ligera ni hablar apresuradamente. Debemos ser como un siervo que espera a la puerta y debemos decirle a Dios que no sabemos nada. Que el Señor nos libre de nuestra enfermedad de hablar de lo que no entendemos y de emitir juicios sobre lo que no sabemos. Algunas veces tenemos que actuar inmediatamente, a pesar de no estar en continua comunión con Dios, y tomamos decisiones precipitadas. Este es un gran problema en muchas personas. No hay problema más serio en un siervo de Dios que hablar apresuradamente sin conocer la voluntad de Dios. Es un problema serio que un hombre emita juicios sin tener claridad a cerca de algún asunto delante del Señor. Tal persona no entiende claramente las cosas y siempre está hablando. Podemos entender claramente la voluntad de Dios sólo cuando vivimos delante de El y cuando estamos cerca de El continuamente.
El Señor Jesús dijo: “No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer del Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Jn. 5:19). El también dijo: “No puedo Yo hacer nada por Mí mismo; según oigo, así juzgo; y Mi juicio es justo, porque no busco Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió” (v. 30). Tenemos que aprender a escuchar, a entender y a ver. Todas estas aptitudes se derivan de una comunión íntima con el Señor. Sólo quienes viven en la presencia de Dios pueden escuchar, entender y ver. Aquellos que han aprendido las lecciones conocen la voluntad de Dios y, al vivir en la presencia de Dios, pueden hablar a los hermanos y hermanas. Cuando los problemas surgen entre los santos o en la iglesia, estas personas sabrán qué hacer. Si uno no practica esto, estará tomando el nombre del Señor en vano.
Permítanme decir con franqueza que el problema de muchos siervos de Dios hoy es que son muy osados o, en palabras más específicas, son demasiado imprudentes. No han aprendido a escuchar la palabra de Dios y nunca han visto ninguna revelación ni entienden la voluntad de Dios; sin embargo, ¡tienen el atrevimiento de hablar de parte de Dios! Déjeme preguntarles: ¿Qué clase de autoridad tiene usted al hablar? ¿Quién le ha dado autoridad? ¿Qué le diferencia de los demás hermanos y hermanas? Si uno no tiene la certeza de que lo que dice es la palabra de Dios, ¿qué autoridad posee entonces? Si yo le llevo a usted delante del Señor junto con alguien con quien usted discutió. ¿Tendrá la confianza de decir que todo lo que dijo era del Señor? Si Dios reconoce sus palabras, todo estará bien; pero si no, ¿qué autoridad tiene usted? Debemos recordar que la autoridad que se nos confía no es intrínsecamente nuestra. Si no representamos la autoridad de Dios ¿qué derecho tenemos de hablar o de laborar?
Todas las autoridades delegadas por Dios deben vivir delante de El y tener comunión con El. Debemos ser quebrantados por El y llevar las cicatrices en nuestro cuerpo. Cuando hablamos con los santos o con la iglesia, no debemos añadir nuestro yo, sino que debemos tener la seguridad de que nuestras palabras llevan autoridad. No nos engañemos pensando que tenemos alguna autoridad en nosotros mismos ni pensemos que somos fuente de autoridad. Tengamos siempre presente que Dios es el único que tiene autoridad. La Biblia dice claramente que toda autoridad procede de Dios.
Si hay alguna autoridad en mí, ésta viene de Dios. Yo soy solamente un canal por medio del cual fluye la autoridad. Aparte de esta diferencia, yo soy igual a los demás; no soy diferente del hombre más necio. El que me separa de los demás y me da la autoridad es Dios, pero nada procede de mí mismo. Por consiguiente, debemos aprender a temer a Dios y a tener comunión con El. Este no es un asunto trivial. Debemos decirle al Señor: “No soy diferente a los demás hermanos y hermanas”. Si Dios dispuso entregarnos alguna autoridad y si nosotros aprendemos a ser Su autoridad delegada, debemos vivir delante de El y tener una comunión constante con El. Debemos pedirle que nos muestre el deseo de Su corazón. Sólo cuando vemos algo delante de Dios podemos ministrarlo a los hermanos y hermanas, y sólo entonces, seremos aptos para ser autoridad delegada.
¿Por qué usamos la palabra comunicación al referirnos a la comunión con Dios? Porque la comunión no es algo que tengamos una sola vez delante del Señor, pues requiere que vivamos en la presencia del Señor continuamente. La comunicación es un ejercicio de toda la vida. Podemos aprender algunas lecciones básicas de una vez por todas, pero vivir en la presencia del Señor es un asunto continuo. Cuando nos alejamos de Dios, la autoridad se distorsiona y cambia de tono. Por lo tanto, debemos vivir delante del Señor continuamente y temerle siempre. Debemos tener presente que debemos pasar por el juicio de Dios. Debido a que Dios quiere usarnos, debemos vivir en Su presencia siempre.
Los tres aspectos mencionados son los requisitos básicos de la autoridad delegada. La autoridad procede de Dios, y nosotros somos simplemente Sus delegados. Así que, el hombre no puede tomar las cosas a modo personal, sino que debe negarse a sí mismo. Esta es la razón por la cual necesitamos vivir momento tras momento en comunión con El. Debido a que la autoridad le pertenece a Dios, nosotros no tenemos ninguna autoridad. No somos mas que representantes. La autoridad no me pertenece a mí; por lo tanto, yo no puedo tomarla como algo personal, sino que debo vivir en comunión con Dios. Si la comunión se interrumpe, la autoridad desaparece. Quienes tienen autoridad se hallan en una posición difícil, pues no pueden renunciar ni tampoco relajarse. Cuán diferente es esto del concepto humano. Los que verdaderamente conocen a Dios nos anhelan ser una autoridad, porque ser una autoridad delegada es un asunto muy delicado y muy serio.
NO ESTABLECER LA AUTORIDAD DE UNO
Debido a que Dios es el que establece Su autoridad, no hay necesidad de que las autoridades delegadas traten de desarrollar su propia autoridad. Conozco a algunos hermanos y hermanas que fueron necios al pensar que podían dirigirse a los demás con su propia autoridad. Trataron de desarrollar su propia autoridad, lo cual es una necedad delante de Dios. Hebreos 5:4 dice: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios”. Esto también se aplica a la autoridad; nadie puede tomar autoridad por su propia cuenta. Cuando Dios le concede a alguien ser Su autoridad, dicha persona tiene autoridad. Por consiguiente, no es necesario que exijamos la obediencia de los demás. Si ellos insisten en alguna equivocación, debemos dejarlos en su equivocación. Si algunos no obedecen, no los perturbemos. Si otros quieren seguir su propio camino, dejemos que lo hagan. No debemos discutir con nadie. Si no soy delegado por Dios para ejercer Su autoridad, ¿por qué habría de exigir obediencia de los demás? Y si soy una autoridad delegada por Dios ¿por qué habría de preocuparme si los demás no se me someten? En ese caso, ellos estarán desobedeciendo a Dios. Yo no tengo que preocuparme por la desobediencia de los demás. Si la autoridad está sobre mí, esas personas estarán discutiendo con Dios cuando discutan conmigo. No hay nada más serio que esto. No necesitamos forzar a los demás a que nos hagan caso, y podemos darle a cada uno la libertad de hacer lo que quiera. Si Dios respalda la autoridad ¿a qué hemos de temer? ¿Hay algún rey en la tierra que respalde a sus ministros? ¡No! Pero si uno es una autoridad delegada, Dios lo sostendrá, lo apoyará y lo respaldará.
Cuanto más conocemos la autoridad, más puertas abiertas, revelación y ministerio tengamos, más libertad debemos dar a otros para que tomen su propio camino. No debemos decir ni una sola palabra para vindicar nuestra autoridad; más bien, debemos dar a otros plena libertad. Permitamos que otros vengan a nosotros de la manera más espontánea posible. Si ellos no quieren que seamos su autoridad, y si se alejan de nosotros, no debemos forzarlos a aceptarnos. Si hay autoridad en nosotros, todo el que desee seguir al Señor, vendrá gustoso a nosotros. No hay nada más desagradable ver a alguien tratando de establecer su propia autoridad. Nadie puede hacer tal cosa. Lo que uno pueda ministrar a los demás en una localidad nadie más puede hacerlo. Por lo tanto, si uno tiene un ministerio, y algunos no se someten a uno, ellos son los que sufren pérdida. La administración de Dios es misteriosa. Muchas personas piensan que están creciendo espiritualmente, pero si no obedecen, la luz de Dios en ellos se detendrá, y aunque es posible que sólo se den cuenta de ello después de un tiempo, sin duda caerán.
Tomemos el caso de David. El nunca trató de establecer su propia autoridad. Después de que Dios rechazó a Saúl y lo ungió a él como rey, él permaneció muchos años sujeto a la autoridad de Saúl y nunca hizo nada para desarrollar su propia autoridad. Si Dios lo escogió a uno para ser una autoridad, uno debe pagar el precio de permitir que otros se opongan, lo desobedezcan y se rebelen. Pero si uno no es una autoridad delegada, será inútil tratar de defender su propia autoridad. Me molesta oír que algunos esposos les dicen a sus esposas: “Yo soy la autoridad delegada por Dios, y tú debes obedecerme”; o cuando oigo que los ancianos se dirigen a los santos o a la iglesia y dicen: “Yo soy la autoridad delegada por Dios”. Si uno es en realidad una autoridad delegada, otros se someterán espontáneamente. Si no se someten, ellos caerán y si se le oponen, no podrán avanzar espiritualmente. Pablo dijo que todos los que estaban en Asia lo habían abandonado (2 Ti. 1:15). Quienes abandonaron a Pablo nunca pudieron avanzar espiritualmente. Hermanos y hermanas, no traten de establecer su propia autoridad. Si Dios los escogió a ustedes para que ejerzan Su autoridad, simplemente acéptenla. Si Dios no los escogió como tales, entonces no hay por qué luchar para conseguir la autoridad. La autoridad autoestablecida deben ser erradicada de nuestro medio. Debemos permitir que Dios establezca cada autoridad y no tratar de establecer la nuestra. Si en verdad Dios nos comisionó como autoridad Suya, los demás tendrán dos caminos: desobedecernos y caer, u obedecernos y ser bendecidos.
CUANDO LA AUTORIDAD DELEGADA
ES PUESTA A PRUEBA
Cuando una autoridad es puesta a prueba, debe confiar en el gobierno de Dios. No tiene que preocuparse, defenderse, hablar ni hacer nada. Me parece terrible cuando algunos afirman: “Yo soy la autoridad delegada por Dios”. Cuando nos establecemos nosotros mismos como autoridad, encontramos mucha oposición y rebelión. Pero si somos verdaderamente una autoridad delegada, no necesitamos defender nuestra autoridad. Si un hombre se rebela, no es contra nosotros que lo hace, sino contra Dios, y no es nuestra autoridad la que ofende, sino la de Dios. Nosotros simplemente somos la autoridad delegada. Quien está siendo censurado, criticado es Dios, no nosotros; y a quien se le oponen es a Dios, no a nosotros. Si El permite que esta situación permanezca, ¿podremos nosotros ponerle fin? ¿Quiénes somos nosotros? Somos hombres humildes que siguen a Jesús de Nazaret. Está bien que seamos menospreciados; si no hemos visto esto, que el Señor tenga misericordia de nosotros. Debemos darnos cuenta de que cuando otros ofenden la autoridad, no nos ofenden a nosotros sino a la autoridad que está en nosotros. Puedo hablar por experiencia; si nuestra autoridad proviene de Dios y otros se oponen y nos ofenden, ellos sufrirán, pues no tendrán futuro en lo espiritual, y no recibirán revelación. ¡El gobierno de Dios lo más serio que hay! Debemos aprender a no confiar en nosotros mismos. Debemos temer a Dios y reconocer la autoridad. ¡Que el Señor nos dé Su gracia!
CAPITULO TRECE
LA BASE DE LA AUTORIDAD DELEGADA:
LA REVELACION
  Ex. 3:1-12; Nm. 12:1-5
En el Antiguo Testamento el principal representante de la autoridad delegada por Dios fue Moisés. De él podemos aprender muchas lecciones. Pongamos a un lado el aspecto general y el quebrantamiento que experimentó. Prestemos atención a la descripción de su reacción cuando fue agraviado, menospreciado y rechazado. Moisés fue rechazado muchas veces y cada vez que esto sucedía, él reaccionaba de una manera apropiada.
Antes de que Moisés fuera elegido por Dios como autoridad, mató a un egipcio que golpeaba a un israelita, alguien de su misma raza. Después reprendió a dos hebreos que estaban peleando, pero uno de ellos le respondió: “¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?” (Ex. 2:14). En ese entonces Moisés no había aprendido la lección, y no conocía el significado de la cruz ni de la resurrección; él actuaba simplemente por su esfuerzo carnal. Como resultado, no pasó la prueba, pues él mató a una persona y regañó a otras mostrándose muy fuerte, aunque internamente era débil. Cuando fue probado tuvo temor y huyó al desierto de los madianitas, donde permaneció cuarenta años. Allí aprendió las lecciones (vs. 11-22). Después de pasar por muchas pruebas, Dios le mostró la visión de la zarza ardiente, la cual parecía estar ardiendo, pero no se consumía; el fuego no la quemaba. Dios le mostró esta revelación, lo llamó y lo estableció como autoridad. Después de ese adiestramiento y de ese llamado, pudo Moisés ser apto para ser líder. Cuando llegó a ser líder, experimentó el rechazo de otros reiteradas veces. En una ocasión sus hermanos Aarón y María murmuraron contra él, lo rechazaron y lo censuraron como autoridad delegada. Veamos cómo respondió Moisés.
LA REACCION DE LA AUTORIDAD DELEGADA FRENTE AL RECHAZO
No presta atención a las murmuraciones
Según Números 12:1-2, Moisés se casó con una mujer cusita, debido a lo cual Aarón y María hablaron en contra de él. En este pasaje vemos la gran pérdida espiritual que ellos sufrieron como consecuencia de haber murmurado contra la autoridad delegada, y también la reacción de Moisés como autoridad delegada. En realidad, Aarón y María desafiaron a Moisés diciendo: “¿Será posible que sólo tú, que te casaste con una mujer cusita, puedas hablar por Dios? ¿No podemos nosotros hacer lo mismo? Tú, siendo un descendiente de Sem, te casaste con un descendiente de Cam. ¿Podrá una persona como tú hablar por Dios? ¿Será posible que nosotros que nunca nos hemos mezclado con la descendencia de Cam seamos privados de ser portavoces de Dios?” Es muy probable que hayan discutido con su cuñada, pero el verdadero problema era que ellos estaban atacando a Moisés, quien era la autoridad delegada. El versículo 2 dice: “Y Jehová lo oyó”. No dice que Moisés lo oyó, ya que él no era afectado por las palabras del hombre ni prestaba atención a las murmuraciones del hombre. Era un hombre que trascendía sobre estas cosas, un hombre de autoridad. Toda oposición, murmuración y rebelión estaban bajo sus pies. El dejaba que Dios fuera el que escuchara tales palabras, pero él mismo no les prestaba oído.
Los que desean ser ministros de la palabra de Dios, los que desean hablar por Dios y aspiran a algún liderazgo entre los hermanos y hermanas, deben aprender a no prestar atención a las palabras de murmuración. Debemos permitir que sea Dios quien escuche todas esas palabras, y dejar el asunto en Sus manos. No debemos prestar atención a las críticas ni a las murmuraciones. Quienes averiguan lo que otros dicen de ellos y luego se enojan, se sienten indignados o se vindican, no son aptos para ser una autoridad delegada. Los que son afectados por las murmuraciones o se dejan abrumar por las palabras proferidas contra ellos, no pueden ser una autoridad delegada. Moisés era una persona que no permitía que tales palabras lo afectaran.
No se vindica
Moisés no trató de vindicarse cuando murmuraron de él, ya que toda vindicación y toda reacción deben provenir de Dios y no del hombre. Los que procuran vindicarse no conocen a Dios. Ningún hombre que haya vivido sobre la tierra tiene más autoridad que Cristo; pero cuando El estuvo en la tierra, nunca se vindicó. El es la única persona que jamás hizo tal cosa. La autoridad y la vindicación son incompatibles. Por consiguiente, cada vez que tratamos de vindicarnos delante de aquellos que nos critican estamos diciéndoles que ellos están por encima de nosotros. Si uno se vindica, se pone bajo el juicio de los opositores. Quienes se vindican no tienen ninguna autoridad. Cada vez que una persona se trata de vindicar, pierde autoridad. Dios nos delegó su autoridad a nosotros, pero si nos vindicamos ante los hombres, perdemos la autoridad, porque les estamos rogando que sean nuestro juez.
Pablo era una autoridad delegada para los corintios; sin embargo les dijo: “Yo en muy poco tengo el ser examinado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún yo me examino a mí mismo” (1 Co. 4:3). La vindicación solamente debe venir de Dios. Debemos pasarle al Señor todas las palabras de murmuración y de crítica. Cuando la murmuración del hombre se intensifique, Dios actuará. Pero si nos vindicamos, estamos permitiendo que ellos sean nuestros jueces. Si tratamos de que alguien nos entienda, caemos a los pies de esa persona. Por consiguiente, jamás debemos vindicarnos ni buscar la comprensión de nadie.
Lleno de mansedumbre
Vemos en Números 12:2 que Dios escuchó las palabras de murmuración, y en el versículo 4 actuó. Pero hay un paréntesis en el versículo 3: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”. Esto es lo que encontramos en una autoridad delegada por Dios. ¿Por qué no hizo caso Moisés a las palabras de murmuración? Tal vez Moisés pensó que él estaba en verdad equivocado; así que no había razón para discutir con ellos. Dios no puede escoger como autoridad a una persona obstinada; tampoco puede escoger a un hombre conflictivo para que sea Su autoridad delegada. Las autoridades que Dios establece en la iglesia son personas mansas y que pasan inadvertidas. Dios no escoge personas con gran carisma para que sean Su autoridad, sino a aquellos cuya mansedumbre excede a la de todos los hombres que hay sobre la tierra. En otras palabras, ellos son tan mansos como Dios.
La autoridad delegada no puede desarrollar su propia autoridad. Cuanto más trata una persona de establecer su autoridad menos apta es para ser autoridad. Dado que la autoridad proviene de Dios, la vindicación sólo debe venir de Dios. Debemos orar para que no nos encontremos con muchas personas duras. No nos equivoquemos al pensar que una persona severa y capaz sería una buena autoridad delegada. Debemos ver claramente que sólo una persona como Pablo, cuya presencia física reflejaba fragilidad, puede ser una autoridad. El Señor dijo que Su reino no era de este mundo; por lo tanto, Sus servidores no debían luchar (Jn. 18:36). El reino de Dios no se establece por la fuerza; así que, la autoridad establecida por la fuerza no proviene de Dios.
Recordemos que Moisés era más manso que todos los hombres que había sobre la tierra. Esta fue la razón por la cual pudo ser una autoridad delegada. Si se nos pidiera que hiciéramos una lista de las características de una autoridad delegada, yo creo que casi todos enumeraríamos cualidades como: una buena apariencia física, mucho carisma, poder o por lo menos un porte imponente. El pensamiento humano acerca de cómo debe ser una autoridad es que debe ser competente, imponente, poderosa, acertada y elocuente. Pero tales rasgos no describen la autoridad, sino la carne. A ninguna otra persona en el Antiguo Testamento se le delegó tanta autoridad como a Moisés; sin embargo, él era una persona muy mansa. Antes de salir de Egipto, era violento; mató a un egipcio, y reprendió a dos hebreos. El trataba a los demás por medios carnales; por eso, Dios no lo usó como Su autoridad delegada en ese entonces. Sólo después de que Dios lo pasó por las pruebas y el quebrantamiento, llegó a ser más manso que todos los hombres que había sobre la tierra, y sólo después de esto, le pudo entregar la autoridad. Cuanto menos una persona parece ser una autoridad, más siente que lo es, y cuanto más piense que es autoridad, menos parece serlo.
LA REVELACION ES LA BASE DE LA AUTORIDAD
Números 12:4 dice: “Luego dijo Jehová a Moisés, a Aarón y a María: Salid vosotros tres al tabernáculo de reunión”. El Señor habló de una manera inesperada. Aarón y María habían criticado a Moisés muchas veces, pero de repente el Señor los llamó al tabernáculo de reunión. Muchas personas critican con facilidad y actúan en contra de la autoridad gratuitamente. Hablan en contra de otros de una manera descuidada debido a que viven en su propia tienda lejos del tabernáculo de reunión. Cuando uno permanece en su propia tienda, es fácil que critique; pero una vez que entra en el tabernáculo de reunión, comprende las cosas. Los tres vinieron al tabernáculo de reunión, y Jehová dijo a Aarón y a María: “Oíd ahora mis palabras” (v. 6). Ellos inicialmente se quejaron de que Dios hablara solamente por medio de Moisés, mas ahora Dios los llama para que escuchen Sus palabras directamente. Esto nos muestra que ellos nunca habían escuchado la palabra de Dios y que no sabían lo que era oír a Dios mismo. Aquel día Dios les habló por primera vez, pero las palabras que El expresó fueron palabras de reproche y no de revelación. Tales palabras no manifestaron la gloria de Dios, sino que trajeron juicio sobre las acciones de ellos. El dijo: “Oíd ahora mis palabras”. Esta expresión puede significar: “Yo no os dije nada antes, pero ahora os voy a hablar”. También pueden dar a entender: “Vosotros habéis hablado por tanto tiempo, pero ahora me corresponde a Mí hablar”. Una persona que habla demasiado no puede escuchar la palabra de Dios; sólo una persona mansa puede escuchar Sus palabras. Moisés era manso, y no hablaba mucho. El podía seguir cualquier dirección que Dios le indicara; podía ir hacia adelante o hacia atrás. Pero Aarón y María eran obstinados.
Después de esto, dijo Dios: “Cuando haya entre vosotros profeta... ” (v. 6b), lo cual parece dar a entender que no había certeza si había profeta entre ellos. Parece como si a Dios se le hubiera olvidado algo. Pero lo que El dijo era que si había por lo menos un profeta, El hablaría a éste por medio de una visión o un sueño (v. 6c). Pero a Moisés, Dios le hablaba cara a cara, claramente y no por medio de figuras (v. 8). De esta manera Dios vindicó a Moisés. El hablaba a Moisés por medio de revelación y de luz, las cuales eran muy claras. Moisés no se defendió y permitió que Dios lo vindicara. Toda persona que es enviada en nombre del Señor a hablar a los hijos de Dios, posee algún grado de autoridad. Así que, espero que no tratemos de vindicarnos. Sólo a Moisés se le concedió recibir la revelación, mas no fue ése el caso con Aarón ni con María. El que hablaba con Dios cara a cara era la autoridad delegada. Por lo tanto, Dios establece Su autoridad de acuerdo con Su elección; este asunto le pertenece a Dios, y el hombre no puede intervenir. Tampoco se puede anular una autoridad por medio de la murmuración. Sólo Dios puede establecer a Moisés como autoridad y sólo Dios puede quitarle la autoridad; por consiguiente, el asunto de que una persona sea una autoridad delegada o no lo sea pertenece a Dios, y el hombre no puede cuestionarlo. El hombre no pudo anular la autoridad que tenía Moisés por medio de sus murmuraciones ya que el valor del hombre delante de Dios no se basa en la evaluación que otros tengan de él ni en su propia evaluación. El valor de un hombre delante del Señor se basa en la revelación. La revelación es la medida de la evaluación de Dios. El establece una autoridad basado en la revelación que la persona tiene de El y la evalúa según esa revelación. Cuando el Señor desecha a una persona, ésta pierde toda revelación, y Dios no le hablará más. Dios dijo que Moisés era Su siervo y que hablaba con él cara a cara. Si Dios nos concede revelación, todo estará bien; de lo contrario, nada funcionará. Puesto que Aarón y María se quejaron, parecía que Dios les preguntase: “¿Cuánta revelación tenéis? Toda mi revelación la tiene Moisés”.
A fin de ser una autoridad, debemos examinar lo que somos delante de Dios. Cuando nos disponemos para la obra, debemos ver que la prueba no es evaluada por Aarón ni por María sino por Dios. Si Dios nos concede revelación, nos habla claramente acerca de El, y tenemos una comunión cara a cara con El, nadie nos podrá derrocar. Pero si no tenemos un camino claro delante de nosotros, y los cielos no están abiertos a nosotros, todo será en vano, aunque todas las puertas en la tierra estén abiertas para nosotros. Si el cielo se abre delante de nosotros, tendremos el respaldo de Dios; tendremos la prueba de que somos Sus hijos. Cuando el Señor fue bautizado, los cielos se abrieron (Mt. 3:16). Recordemos que el bautismo representa la muerte; así que, cuando él Señor fue crucificado, entró en la muerte y fue sepultado. Por lo tanto, podemos decir que cuando las tinieblas son densas, cuando el dolor es muy grande y cuando todas las puertas se cierran, los cielos se abren. La revelación es la base de la autoridad; por lo cual debemos aprender a no defendernos ni vindicarnos. No debemos ser como Aarón ni como María, que reclamaban autoridad, pues esto pondrá en evidencia el hecho de que uno está en la carne y en tinieblas. Además mostrará que uno no vio nada en el monte.
EL SIERVO DE DIOS
En Números 12:7, Dios dice: “Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa”. Este versículo es citado en el Nuevo Testamento, en el libro de Hebreos, donde se nos muestra a Moisés, como un tipo de Cristo el Hijo de Dios, quien fue fiel en toda la casa de Dios (3:2). Parece que Dios les estuviera diciendo a Aarón y a María: “Tal vez Moisés no haya sido fiel en vuestra casa por haberse casado con una mujer cusita, pero él sirve a mi pueblo y es fiel en toda mi casa. Vosotros hablasteis en contra de él porque su esposa tal vez no sea una buena cuñada en vuestra casa, pero él es Mi siervo. ¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra Mi siervo Moisés?”
Dios llamó a Moisés Su siervo. Ser siervo de Dios significa pertenecerle a El. Yo soy la herencia de Dios, y El me compró. Si llego a perderme, será una pérdida para Dios, y no para mí. Los que tienen siervos pierden su propiedad cuando sus siervos se pierden. Moisés era siervo de Dios, es decir, era propiedad Suya; por lo tanto, cuando alguien hablaba en contra de Su siervo, Dios tenía que intervenir y defenderlo. No tenemos que defendernos a nosotros mismos, y no necesitamos establecer nuestra propia autoridad, ya que esto es asunto de Dios. Si yo soy Su siervo, cuando alguien habla contra mí, El intervendrá. Si Dios no interviene, ¿de qué servirá defenderme? ¿De qué me servirá establecer mi autoridad? Si es Dios quien me delega Su autoridad, no tengo que hacer nada para establecerme como autoridad; sólo debo permitir que la revelación me vindique. Si otros tienen la revelación y la provisión, esto demuestra que Dios no me ha establecido a mí. Pero si Dios me establece a mí, quitará la revelación de otros para vindicarme a mí. Si uno es una autoridad delegada y otros ponen eso en tela de juicio, ellos estarán discutiendo con Dios. Si ellos tienen vida en ellos, experimentarán que los cielos se cierran y tendrán que ceder y reconocer la autoridad que hay en uno.
Espero que nadie se levante para reclamar su autoridad. Debemos permitir que el tiempo y la revelación nos vindique, debido a que la revelación es la mejor vindicación. Supongamos que uno dice que Dios lo escogió y que posee revelación y autoridad; si otros se oponen y se rebelan contra uno, y si acuden a Dios y también reciben revelación, significa que Dios no lo respalda a uno. En ese caso será inútil tratar de vindicarse. Si somos fieles en toda la casa de Dios, si ponemos todo lo que debemos poner en ella y si vemos que Dios quita Su revelación a otros, significa que Dios nos escogió a nosotros como autoridad. La autoridad está en las manos de Dios y no depende de uno. El mayor problema de hoy es el yo. Pero si uno entiende el significado de la autoridad y los caminos de Dios, entenderá que, como hemos dicho reiteradas veces, cuando otros discutan con uno, ellos estarán discutiendo con Dios puesto que uno le pertenece a Dios. Cuando otros lo atacan a uno, Dios les cerrará los cielos, y ellos no tendrán otra alternativa que arrepentirse y reconocer que uno es la autoridad de Dios. Por lo tanto, no necesitamos establecer nuestra autoridad, ya que todo depende de la vindicación que proviene de Dios. Si Dios quita Su revelación a otros, ello indicará que El lo escogió a uno para que sea Su autoridad delegada.
NO GUARDA RENCOR
Al final del versículo 8 Dios dijo: “¿Por qué pues no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” Dios sabe que existen algunas cosas a las cuales debemos temer. El es Dios y, por eso, conoce el significado del amor, la luz, la gloria y la santidad. Inclusive conoce el significado del temor porque preguntó a Aarón y a María: “¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” Aunque Dios no teme nada, les dijo a Aarón y a María que hablar contra Moisés era una cosa a la cual debían temer. Para Dios, ése era un asunto que se debía temer. A menos que ellos estuvieran en tinieblas, en ignorancia y en una insensibilidad total, ellos debían temer. En ese momento, Dios se detuvo y no ejecutó Su juicio todavía; sin embargo partió pues Su ira se encendió contra ellos (v. 9).
Dios se esfuerza por mantener Su autoridad. Permítanme repetir esto seriamente: Dios respalda Su propia autoridad; El no apoya la autoridad de Moisés. Podemos decir con todo respeto que cuando un siervo de Dios comete un error, ese asunto le corresponde exclusivamente a Dios. Por eso Dios no dijo: “Habéis hablado contra la autoridad de Moisés”, sino: “contra mi siervo Moisés”. En este caso, el siervo de Dios era Moisés, pero si hubiera sido otra persona habría pasado lo mismo; pudo haber sido “Mi siervo Fulano”. Dios defendió Su autoridad y no la de Moisés. Dios no permitirá que nadie infrinja Su autoridad. Tan pronto como el hombre se rebela contra Su autoridad, El se alejará airado.
Cuando Dios se alejó, la nube se apartó del tabernáculo (v. 10). La nube representa la presencia de Dios. Así que, si la nube se alejó, significa que la presencia de Dios se fue. Cuando la nube avanzaba, Dios avanzaba y el tabernáculo también avanzaba. Pero esta vez cuando la nube se movió, María quedó leprosa. En la tipología, cuando la nube se movía, los israelitas reanudaban el viaje, pero aquel día, no pudieron continuar la marcha debido a que la rebelión se había manifestado. Cuando Aarón vio esto, tuvo temor porque él había participado en esa rebelión. Debido a que María había tomado la iniciativa en esta rebelión, ella fue la que quedó leprosa.
Moisés guardó silencio, debido a que el tabernáculo no trajo ninguna revelación. El había aprendido su lección. Aunque era elocuente, mantuvo su boca cerrada y habló cuando Aarón le rogó que los perdonara. Aquellos que no han aprendido a refrenar su corazón ni su lengua, no son aptos para ser la autoridad. Quienes ejercen la autoridad de Dios, la tendrán tanto en el corazón como también en la lengua. Cuando Aarón le suplicó a Moisés que intercediera, éste clamó a Jehová. Pero hasta ese momento, Moisés era un espectador, y de él no salió ninguna murmuración ni reproche ni crítica. Cuando Aarón le rogó que intercediera, él oró. Aquí vemos la cruz, pues vemos que Moisés era una persona que no guardaba ningún rencor. Cuando vio a María leprosa y a Aarón rogando con temor, inmediatamente clamó a Dios. Moisés no dijo: “Está bien, como un favor, voy a tratar de pedirle a Dios que los perdone” ¡No! Por el contrario, Moisés clamó a Dios de inmediato y no les guardó rencor, ni mantuvo ningún pensamiento de justificación ni de retribución. Cuando el propósito de Dios se llevó a cabo, Moisés olvidó todo lo demás. Así que, la autoridad tiene el propósito de ejecutar las órdenes de Dios, y no de exaltar a nadie. La autoridad delegada debe traer la presencia de Dios y no su propia presencia, a los hijos de Dios. Nuestra meta es traer al hombre a la autoridad de Dios y no a la nuestra. Por consiguiente, no tiene importancia si nosotros somos rechazados. En el versículo 13 Moisés oró así: “Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora”. He aquí un hombre que era apto para ser una autoridad debido a que no albergaba ningún rencor. Que Dios nos libre de nuestros sentimientos personales; ya que cuando el hombre se enreda en sus propios sentimientos, los intereses de Dios son afectados y restringe a Dios.
Moisés no se alegró por el sufrimiento de Aarón y de María; al contrario, él le pidió a Dios que tuviera misericordia y oró para que María fuera sana. Si Moisés no hubiese tenido misericordia ni hubiese manifestado gracia, habría podido decirle a Aarón: “Ya que dijiste que Dios puede hablar también a través de ti, ¿por qué no oras a Dios tú?” O pudo decirle a Dios: “Si Tú no me vindicas, renunciaré”. Parece como si Dios le hubiera dado una oportunidad a Moisés para que se vindicara, pero Moisés no la buscó; ella vino sola. Moisés pudo haber dicho: “Si Dios no hubiese dicho nada, yo tampoco habría podido actuar, pero ahora que El intervino puedo aprovechar esta oportunidad para vindicarme”. El no tomó ninguna oportunidad para vindicarse ni defenderse. El pudo haber dicho: “Mi hermano y mi hermana me están criticando, si Tú no haces nada por mí, yo renunciaré”. Al hombre le es fácil aprovechar el momento en el cual Dios lo respalde, para vindicarse y vengarse. Pero Moisés no se justificó, ni se aprovechó de la oportunidad para defenderse cuando Dios lo vindicó. Moisés no guardó rencor, pues era una persona que no vivía centrado en su yo. Tales críticas eran muy pequeñas para él, pues su carne había sido completamente anulada. El no se vengó, sino que clamó a Dios que sanara a María. Es como cuando Cristo oró en la cruz por sus perseguidores (Lc. 23:34). Algunas personas piensan que es fácil ser una autoridad delegada por Dios, pero no lo es; pues tal persona debe estar completamente vacía de sí misma a fin de llegar a ser una autoridad delegada.
Moisés fue verdaderamente un tipo del Hijo de Dios; pues pudo actuar como una autoridad que representaba fielmente a Dios. El no fue provocado en su carne ni se protegió ni se vindicó. Tampoco se vengó de quienes lo atacaron. Esa es la razón por la cual la autoridad de Dios pudo fluir por medio de él sin obstáculos. Podemos decir que en verdad él fue un hombre que se había encontrado con la autoridad de Dios. Ni su carne ni su hombre natural ni su yo se manifestaron; en consecuencia, era apto para ser la autoridad delegada por Dios.
CAPITULO CATORCE
EL CARACTER DE LA AUTORIDAD DELEGADA: LA GRACIA
  Nm. 16
LA MANERA EN LA CUAL MOISES HACE FRENTE A LA REBELION
No hubo una rebelión tan grande como la relatada en Números 16. Coré, de la tribu de Leví, tomó la iniciativa y convocó a Datán y a Abiram, ambos de la tribu de Rubén. Además, 250 de los líderes de la congregación se les unieron. Toda esta compañía se reunió y profirió serias acusaciones contra Moisés y contra Aarón. Fue una gran rebelión. La murmuración descrita en Números 12 se limitó a Aarón y María y fue hecha a escondidas. Pero la rebelión del capítulo dieciséis fue corporativa y fue dirigida directamente contra Moisés y contra Aarón. Los rebeldes dijeron: “¡Basta ya de vosotros! ... ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (v. 3). Las acusaciones fueron muy serias y severas. Pero debemos prestar atención a lo siguiente: (1) la condición de Moisés, es decir, su actitud, y (2) la manera en que hizo frente a esta situación, es decir, la manera en que respondió.
La primera reacción:
se postró sobre su rostro
El versículo 4 dice que la primera reacción de Moisés fue postrarse en tierra. Esta es una actitud propia de un siervo de Dios, pues mientras los rebeldes estaban de pie hablando, Moisés estaba postrado sobre su rostro. He aquí un hombre que se ha encontrado con la autoridad, pues era verdaderamente manso y no guardaba ningún rencor. Tampoco se vindicaba ni discutía. Lo primero que hizo fue postrarse sobre su rostro. En los versículos del 5 al 7 parece como si estuviera diciendo: “Jehová dará a conocer quién es Suyo, quién es santo, y El lo escogerá y lo acercará a Sí mismo. No hay necesidad de discutir, ya que en la mañana todo se sabrá. No me atrevo a decir nada por mí mismo pues El demostrará claramente quién es Suyo. Si El nos escoge, estará bien, pero dejemos que sea El quién lo haga. No es decisión nuestra. Mañana nos presentaremos todos delante del Señor y seremos probados por los incensarios. Dejemos que el Señor decida quién es la persona que El escogió; nosotros no tenemos que pelear por esto. Dios mostrará quién es Suyo, sólo vayamos a El y abrámonos a Su palabra”. Moisés dijo algo así con mansedumbre mientras estaba postrado sobre su rostro. Sin embargo, sus últimas palabras fueron palabras solemnes: “¡Esto os baste, hijos de Leví!” (v. 7). Este fue un suspiro de dolor expresado por un anciano que conocía a Dios. Los israelitas habían estado vagando en el desierto por un largo tiempo, pero todavía no habían llegado a Canaán. Moisés esperaba que ellos pudieran entrar en Canaán y deseaba poderlos restaurar.
Exhortación y restauración
Los versículos del 8 al 11 contienen la exhortación que Moisés dio a Coré, con la cual trataba de restaurarlo. Moisés tuvo que hacer frente a las acusaciones de ellos, mientras esperaban la respuesta de Dios el próximo día. El estaba consciente de la seriedad del asunto y, al mismo tiempo, estaba preocupado por ellos. Pero no era suficiente preocuparse; así que, sintió la necesidad de exhortarlos. Parecía como si le dijese a Coré: “No es poca cosa que vosotros, los hijos de Leví, hayáis sido escogidos por Dios para servir en Su tabernáculo. Deberíais estar contentos con esto. ¿Por qué deseáis también ser sacerdotes? Al hacer esto, no os estáis oponiendo a mí sino a Jehová”. Moisés era generoso y sabía lo que estaba haciendo; pues conocía la gravedad del asunto, y por eso estaba preocupado por los hijos de Leví, y por eso mismo los exhortó. Su exhortación no fue hecha con arrogancia, sino con humildad. A pesar de que ellos lo atacaban y estaban equivocados, él podía exhortarlos. Esta es una característica de una persona verdaderamente mansa. Si abandonamos a los demás en sus errores, ello indica que estamos endurecidos y que no tenemos intención de restaurarlos. Si nos rehusamos a exhortarlos, nos falta humildad y, por el contrario, somos orgullosos. Cuando Moisés los reprendió, se dirigió a ellos con franqueza para hacer frente a la situación. Inclusive les dio una noche para que pensaran, con la esperanza de que se arrepintieran.
Cuando Moisés confrontó a los rebeldes, les habló por separado. Primero habló con Coré, el levita, y después con Datán y Abirám. En el versículo 12 manda a llamar a Datán y a Abirám, pero éstos se rehusan a acudir, indicando así que ellos querían dividirse. Aquí vemos que aun cuando la autoridad delegada es rechazada, ésta siempre procura evitar que los opositores se dividan. Más bien trata de recobrar a los perdidos. Datán y Abiram dijeron: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel?” (v. 13). Esta frase es una tergiversación, ya que es totalmente lo contrario a la verdad. Habían olvidado que en Egipto hacían ladrillos y que allí no había miel ni leche; ni siquiera tenían paja para hacer ladrillos. Esto es como conducir a una persona al Señor, y que luego ella nos acuse de haberla llevado al infierno, o como el caso de los diez espías que vieron personalmente las riquezas de Canaán y no quisieron entrar sino que murmuraron contra Moisés. Por lo tanto, nada se puede hacer en este caso, salvo ejecutar juicio sobre la rebelión de Datán y Abiram, que había ido tan lejos. Moisés hizo lo posible por restaurarlos, pero ellos declararon dos veces que no irían. Entonces Moisés perdió toda esperanza, se enojó y se presentó a Jehová para resolver el asunto. (v. 15). Le dijo a Coré “Tú y todo tu séquito, poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y tomad cada uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de Jehová, cada uno con su incensario, doscientos cincuenta incensarios; tú también, y Aarón, cada uno con su incensario” (vs. 16-17). El séquito de Coré se presentó delante del tabernáculo de reunión murmurando contra Moisés y Aarón nuevamente. En ese momento la gloria de Jehová apareció ante toda la congregación.
Dios se presentó para traer juicio. Coré era el cabecilla de la rebelión, y la congregación lo seguía, por lo cual Dios estaba preparado para destruir no sólo al caudillo de la rebelión, sino también a toda la congregación (v. 21). Pero Moisés se postró delante del Señor nuevamente. La primera vez que Moisés se postró sobre su rostro fue delante de sus hermanos, y la segunda vez fue delante del Señor. El oró por toda la congregación e intercedió a su favor, por lo cual Dios respondió a sus oraciones y ordenó a la congregación que se apartara de aquellos impíos (vs. 22-24). Moisés se levantó y fue a donde se encontraban Datán y Abirám (ellos eran de la tribu de Rubén y vivían en un lugar separado). Debido a que ellos no fueron a Moisés, éste fue a ellos y ordenó que la congregación se apartara de ellos; entonces Dios ejecutó Su juicio sobre Coré, Datán y Abiram (vs. 25-33).
No posee un espíritu de juicio
Cuando Dios estaba a punto de ejecutar el juicio, Moisés dijo: “En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad” (v. 28). Moisés era una persona mansa; así explicó por qué debía hacer aquello, pues Dios le había ordenando que lo hiciera. Según su propio sentir, él no juzgaría a los que se rebelaran contra él, pero lo hizo porque Dios se lo mandó. El demostró de nuevo que era un siervo de Dios, pues no les dijo que lo habían ofendido a él, sino que habían ofendido a Jehová. Tenemos que aprender a percibir el espíritu de las personas como él. No tenía ningún deseo de juzgar, pues él era un siervo de Dios y sólo deseaba obedecerle. Moisés no tenía ningún sentimiento personal; el único sentir que él tenía era que la congregación había ofendido a Dios al ofender a Su enviado. Después, les dijo que Dios lo había enviado y que habría evidencias que confirmarían esto. Debemos comprender que Moisés no estaba equivocado. Si lo hubiera estado, el éxodo de los israelitas habría sido un fracaso. Dios lo había enviado a sacarlos de Egipto, así como envió a Cristo para impartir vida al hombre. El tenía que establecer a Moisés como Su autoridad. El resultado del juicio fue la destrucción total de tres familias y la muerte de los 250 líderes que fueron consumidos por el fuego. Dios ejecutó un juicio terrible con el fin de establecer Su autoridad delegada. El camino de los rebeldes va hacia el Hades; la rebelión y la muerte siempre van juntas. La autoridad es establecida por Dios, y cuando el hombre ofende la autoridad de Dios, menosprecia a Dios mismo. Así que, Moisés actuó como una autoridad delegada y nunca habló por su propia cuenta ni hubo espíritu de juicio en él.
Intercesión y propiciación
Cuando los israelitas vieron que la tierra abrió su boca, tuvieron temor de caer también (v. 34). Ellos tenían temor del juicio, pero no de Dios. Todavía no reconocían a Moisés, y sus corazones no se habían arrepentido. Por lo tanto, su temor no les ayudó en nada. Pensaron en las palabras de Moisés toda la noche; aún así, se rebelaron de nuevo. Toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón diciendo: “Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová” (v. 41). De hecho, si uno no ha experimentado la gracia de Dios, no puede esperar cambio alguno. Esta fue la razón por la cual Dios quiso destruir inmediatamente a toda la congregación. En ese pasaje vemos la reacción de una autoridad delegada frente a la oposición. Moisés pudo haberse enojado mucho por la acusación de toda la congregación, pues esto no había sido obra suya sino de Dios. No obstante, los israelitas lo culparon a él. Ellos no se rebelaron contra Dios, sino que atacaron a la autoridad delegada y le juzgaron duramente. Los versículos del 42 al 45 nos dicen que la reacción de Dios fue más rápida que la de Moisés y Aarón. Entonces, la gloria de Dios apareció de repente, y una nube cubrió el tabernáculo de reunión. Dios iba a juzgar a toda la congregación, y les dijo a Moisés y a Aarón que se apartaran de en medio de la congregación. Esta orden parecía decir a Moisés y a Aarón: “La oración que hicisteis ayer fue una equivocación, pero de todos modos, la contesté. Pero hoy voy a destruir a toda la congregación; ¿que me podéis decir ahora?” Dios nunca se equivoca; además está lleno de misericordia, por lo cual había contestado la oración del día anterior. Sin embargo, en esta ocasión El no toleraría más la rebelión.
Por lo tanto, Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros la tercera vez. El discernimiento espiritual de Moisés era claro y sabía que esta vez la oración no resolvería el problema pues el pecado del día anterior todavía seguía, de algún modo, escondido. Ahora se había manifestado abiertamente. El le dijo a Aarón que tomara el incensario, fuera a la congregación e intercediera por ellos (vs. 45-47). Moisés era apto para ser una autoridad delegada de Dios. El conocía el final trágico que los israelitas iban a tener y sabía que la pérdida de ellos era la pérdida de Dios; así que le rogó a Dios que, por Su gracia, perdonara al pueblo. Su corazón estaba lleno de compasión y misericordia. Este es el corazón de uno que conoce a Dios. Moisés no era un sacerdote y, por ende, no podía ofrecer ningún sacrificio, pero sabía que la situación era crítica y no tenía tiempo de rogar a Dios. Así que ordenó a Aarón que ofreciera un sacrificio e hiciera propiciación por el pueblo inmediatamente. Vemos aquí la intercesión y la propiciación. En ese momento la mortandad había comenzado; por eso, Aarón corrió y se puso en medio de la congregación, entre los muertos y los vivos; entonces la mortandad cesó. Aquel día murieron catorce mil setecientas personas (vs. 48-49). Si Moisés y Aarón no hubiesen reaccionado tan rápidamente, el número de muertos habría sido mayor.
Aquí podemos ver la clase de persona que era Moisés y cómo actuaba en calidad de autoridad delegada. El tenía la intención de hacer propiciación; su corazón era tan misericordioso como el del Señor. El corazón de Moisés intercedía y perdonaba. El no se gozaba en la ejecución del juicio. La clase de persona que puede servir a Dios como autoridad delegada debe representar a Dios y, al mismo tiempo, preocuparse llevando los hijos de Dios sobre sus hombros. La autoridad que Dios delega debe cuidar a Su pueblo. El debe llevar sobre sus hombros no sólo a los obedientes sino también a los desobedientes. Si Moisés sólo se preocupara por sí mismo y se ofendiera por la manera como lo trataran y si se quejara constantemente de no poder soportar esto o aquello, no sería competente como autoridad delegada. Cuando Dios busca alguien en quien depositar Su autoridad, no sólo tiene en cuenta la sumisión individual de la persona, sino también su reacción cuando otros se oponen a ella como autoridad delegada. La reacción de una persona a la rebelión y a la oposición de otros, saca a la luz la clase de persona que es. Muchos sólo se preocupan por sí mismos y se turban mucho por las críticas, las censuras, los malos entendidos y la oposición. Su mente gira en torno a ellos mismos. Se consideran muy importantes. Tales personas no pueden ser una autoridad delegada por Dios.
EL CARACTER DE LA AUTORIDAD DELEGADA: IMPARTE GRACIA
Cuando uno es apartado para la obra de Dios, debe aprender como Moisés. El fue fiel en toda la casa de Dios, no para sí mismo. Si él hubiera permitido que Dios sufriera pérdida, su carne habría disfrutado tranquilidad y comodidad; pero en ese caso, no habría sido fiel. Puede ser que nos rechacen y menosprecien, pero debemos llevar los asuntos de los hijos de Dios sobre nuestros hombros y no permitir que la casa de Dios sufra pérdida. Esto nos presenta un cuadro hermoso de la fidelidad de Moisés en toda la casa de Dios. Mientras Aarón ofrecía sacrificios por los hijos de Israel, Moisés estaba postrado orando a Dios. El no sabía lo que iba a hacer Dios; así que le pidió a Aarón que ofreciera sacrificios e hiciera propiciación por el pueblo de Israel. Aunque el pueblo se rebeló contra Moisés, él llevó los pecados de ellos sobre sus hombros. El se encargó de su caso y aunque ellos se le oponían y lo rechazaban, él intercedía por ellos. Moisés era la parte ofendida; sin embargo, él era quien rogaba a Dios que los perdonara. Pese a que murmuraban en su contra, él intercedía por ellos delante de Dios. Vemos, entonces, la clase de persona que puede ser una autoridad delegada. La autoridad delegada no debe actuar según sus propios sentimientos ni se debe preocupar por sí misma ni ser egocéntrica.
Si queremos ser una autoridad delegada por Dios, debemos aprender a llevar a todos los hijos de Dios sobre nuestros hombros. Que el Señor nos haga misericordiosos y capaces de tolerar a todos los hijos de Dios y de llevarlos sobre nuestros hombros. Si nos preocupamos solamente por nuestros propios sentimientos, no podremos llevar las cargas de los hijos de Dios. Debemos confesar nuestros pecados. Somos muy cerrados y severos, y no somos como Moisés. Dios tiene mucha gracia, pero no quiere impartirla directamente; por eso desea que Sus siervos busquen Su gracia internamente mientras llevan a cabo la justicia de Dios externamente. La obra de Dios es justa externamente, y al mismo tiempo Su corazón está lleno de gracia; por consiguiente, El desea que todos Sus siervos, es decir, Su autoridad delegada, tengan el mismo corazón que El tiene y también estén llenos de gracia. El desea que nosotros llevemos Su gracia a otros; por lo tanto, debemos pedir más gracia internamente. Esto complace a Dios. ¿Por qué hay tantas personas cerradas y egocéntricas? Muchas personas no pueden soportar ninguna ofensa, pero si Dios puede recibir ofensas, nosotros también debemos recibirlas.
Si llevamos sobre nuestros hombros la carga de la iglesia y de los hijos de Dios y aprendemos a postrarnos delante del Señor, El podrá obtener Su autoridad delegada sobre la tierra hoy. Cuanto más impartamos la gracia, más aptos seremos para ser la autoridad delegada por Dios, pues dicha acción es una característica de la autoridad delegada. Los que tratan a los demás conforme a la justicia no son aptos para ser una autoridad delegada. Debemos invertir todo nuestro tiempo orando por esto si queremos aprender bien la lección. Debemos aprender a bendecir a los que murmuran de nosotros, a interceder por los que nos rechazan y a rogar que Dios perdone a quienes nos ultrajan. Las autoridades delegadas por Dios suministran gracia. Los que solamente procuran ser justos, necesitan la misericordia de Dios. Debemos permitir que sólo Dios ejecute Su justicia en todos los aspectos, y nosotros debemos impartir la gracia a todos los hombres. Este es el carácter de la persona a quien Dios delega Su autoridad.
CAPITULO QUINCE
LA BASE DE LA AUTORIDAD DELEGADA:
LA RESURRECCION
Nm. 17
El propósito de Números 17 es mostrarnos cómo juzga Dios la rebelión de Israel. En el capítulo dieciséis de Números surgió una rebelión como nunca antes, pero en el capítulo diecisiete se relata la forma en que se le puso fin; también nos muestra cómo apartarnos de la rebelión y de la muerte. ¿Qué hizo Dios? El vindicó a cada uno de los que El había escogido como Su autoridad delegada. También mostró a los israelitas la base sobre la cual El escoge a Sus autoridades delegadas y la razón por la cual lo hace. Tal base es indispensable en cada una de las autoridades delegadas por Dios, y la ausencia de la misma incapacita a alguien como autoridad delegada.
LA BASE DE LA AUTORIDAD DE DIOS ES LA RESURRECCION
Dios les ordenó a los doce líderes que tomaran sus varas, una por cada tribu de Israel, y las pusieran delante del arca del tabernáculo de reunión. Luego añadió: “Y florecerá la vara del varón que yo escoja” (v. 5). Una vara es un pedazo de madera; es una rama a la que se le arrancaron las hojas y se le cortó la raíz. Estuvo viva, pero ahora está muerta. Antes recibía la savia del árbol y florecía y llevaba fruto, pero ahora está muerta. Las doce varas carecían de hojas y de raíz, y estaban secas y muertas. La vara que floreciera sería la que Dios había escogido. Vemos con esto que la resurrección es la base de la elección que Dios hace, y también la base de la autoridad.
El capítulo dieciséis habla de la rebelión del hombre contra la autoridad delegada por Dios y de la manera en que el hombre se opone a dicha autoridad. El capítulo diecisiete muestra que Dios respalda Su autoridad delegada. La base sobre la cual Dios vindica Su autoridad es la resurrección. Por medio de ésta Dios detuvo la murmuración del hombre. Es obvio que el hombre no tiene derecho a cuestionar a Dios, pero Dios fue condescendiente y le dijo cuál era la razón y la base de Su autoridad delegada. La base de dicha autoridad es la resurrección. Esto silenció a los israelitas.
Tanto Aarón como los israelitas eran descendientes de Adán y eran carnales. Debido a su naturaleza y a su carácter natural tanto el uno como los otros eran hijos de ira; por lo cual no había diferencia entre ellos. Las doce varas eran iguales; ninguna de ellas tenía hojas ni raíz; todas estaban muertas y secas. Esto nos muestra que la base del servicio no puede ser nuestra vida natural; lo que nos da la autoridad es la vida de resurrección que recibimos de Dios. La autoridad no está relacionada con el hombre sino con la resurrección que se manifiesta por medio de éste. Aarón no era diferente a las demás personas, excepto que Dios lo había escogido y le había dado la vida de resurrección. Vemos, por consiguiente, que la base de la autoridad es la resurrección.
EL FLORECIMIENTO DE LA VARA ES UNA EXPERIENCIA QUE NOS HACE HUMILDES
Las doce varas estuvieron toda la noche frente al arca. Dios permitió que la vara de Aarón floreciera, echara botones y diera almendras maduras. Era una vara muerta, pero Dios infundió en ella el poder de la vida. Moisés sacó todas las varas que habían sido puestas delante del arca y las trajo a los israelitas. ¿Qué significaba el hecho de que la vara de Aarón reverdeciera? En primer lugar, hace que su dueño se humille; segundo, silencia a los dueños de las demás varas. Si tomamos una vara seca y muerta como la de Aarón, la cual sabemos que jamás ha de florecer y para nuestra sorpresa encontramos que ha reverdecido, florecido y echado fruto en una sola noche, ¿cuál sería nuestra reacción? Confesaríamos a Dios con lágrimas, que El hizo esto y que aquello está muy por encima de nosotros. Esta será Su gloria y no la nuestra. Espontáneamente nos humillaremos delante de Dios. Esto es lo que Pablo quiso decir cuando dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Co. 4:7). Sólo los necios se enorgullecen. Una persona que ha recibido gracia de parte de Dios caerá postrado delante de El, diciendo: “Dios hizo esto; no tengo nada de qué gloriarme pues todo depende de la misericordia de Dios y no del deseo ni del afán del hombre. No hay nada que no hayamos recibido. Todo lo que tenemos lo debemos a la elección de Dios”.
Aquí vemos que la base de la autoridad no depende del hombre ni tiene que ver con él. Cuando Aarón sirvió al Señor nuevamente con su autoridad, él pudo decirle al Señor: “Mi vara estaba tan muerta como las otras; sin embargo, yo puedo servir, pero ellos no; yo tengo autoridad espiritual y ellos no. Mi vara estaba tan seca como las demás. Ninguna de nuestras varas se puede tomar en cuenta. Lo único que cuenta es la misericordia de Dios. Fue Dios quien me escogió”. De aquel día en adelante, él no sirvió valiéndose de su vara, sino de la vara que reverdeció.
LA SEÑAL DEL MINISTERIO: LA RESURRECCION
La vara significa la posición humana, mientras que el florecimiento denota la vida de resurrección. En cuanto a posición, los doce líderes de las doce tribus estaban en el liderazgo. Aarón era el representante de la tribu de Leví, la cual no era diferente a las demás, Aarón no podía servir a Dios basado en su posición, porque su posición era igual a la de los demás. De hecho, ésa fue la razón por la cual las otras tribus se opusieron a su liderazgo. ¿Pero qué hizo Dios? El ordenó que se pusieran doce varas delante del arca en el tabernáculo de reunión, toda una noche. La vara de aquel a quien Dios escogiera, reverdecería, lo cual se refiere a la resurrección. La resurrección es la única señal que Dios reconoce. El sólo reconoce como siervos Suyos a aquellos que han pasado por la muerte y la resurrección. Por lo tanto, la señal del ministerio es la resurrección. El hombre no puede basar su servicio a Dios en su propia posición, sino en la elección de Dios. Después de que Dios permitió que la vara de Aarón reverdeciera, floreciera y llevara fruto, las tribus lo vieron y no tuvieron nada que decir.
La autoridad no es algo por lo cual uno puede pelear, ya que es establecida por Dios. No tiene nada que ver con nuestra posición como líderes. La autoridad que uno tenga depende de si ha pasado por la muerte y la resurrección. No hay nada en nosotros mismos que nos establezca como autoridad espiritual. Todo depende de la gracia, la elección y la resurrección. Para uno caer en el orgullo tiene que degradarse y sumirse en profundas tinieblas y ceguera. Si depende de nosotros mismos, ninguna vara florecerá, ni aun si tuviera años para hacerlo. Lo difícil hoy es encontrar una persona que se postre y reconozca que es igual a los demás.
Cuando Aarón vio que su vara había reverdecido, debió ser el primero en sorprenderse, y debió postrarse con lágrimas en adoración al Señor. Esta tal vez fue su oración: “¿Por qué floreció mi vara? ¿No es mi vara igual a las demás? ¿Por qué me has otorgado tal gloria y poder? Mi vara jamás habría florecido sola”. Lo que es de la carne siempre será carne. Aarón era igual al resto del pueblo de Dios. Después de esta experiencia, otros podrían engañarse pero Aarón no. El comprendió que toda autoridad espiritual proviene de Dios. Hoy debemos darnos cuenta de que no hay motivo alguno de jactancia. Tenemos misericordia porque a Dios le plugo darnos Su misericordia. No somos competentes en nosotros mismos para emprender este ministerio, sino que nuestra competencia viene de Dios (2 Co. 3:5). Es extraño que un hombre afirme que vive delante del Señor y no sea humilde. ¡Qué osadía y necedad tan extrema habría tenido el pollino si hubiera pensado que, al entrar Jesús en Jerusalén sobre él, las alabanzas eran dirigidas hacia él! Vendrá el día cuando veremos cuán vergonzoso es esto. Aun si anhelamos esta gloria, debemos tener presente que nuestra gloria está en el futuro y no en el presente.
Todos los hermanos y hermanas jóvenes deben aprender a ser humildes. Recordemos que no podemos seguir adelante. No pensemos que por haber aprendido algunas lecciones espirituales, somos diferentes a los demás. Todo depende de la gracia de Dios y todo proviene de Dios. No podemos hacer nada por nuestra cuenta. Aarón sabía que Dios hizo que su vara reverdeciera; pues tal obra sólo pudo efectuarla un poder sobrenatural. Debido a esto Dios habló a los israelitas y también habló a Aarón. De ahí en adelante, Aarón supo que su servicio se cimentaba en que la vara había reverdecido y no en él mismo. Si queremos servir a Dios hoy, debemos darnos cuenta de que nuestro servicio está basado en la resurrección, la cual se basa en Dios, y no en nosotros.
¿QUE ES LA RESURRECCION?
Respondemos que la resurrección es todo aquello que no proviene de nuestro ser natural ni de nosotros mismos ni se basa en nuestra capacidad. La resurrección se refiere a lo que está más allá de nuestro alcance, lo que no podemos hacer nosotros. A cualquier vara se le pueden tallar algunas flores o pintar de colores, pero nadie puede hacerla florecer. Nunca hemos escuchado que una vara pueda reverdecer y florecer, después de haber sido usada por décadas. Esta es la obra de Dios. Ninguna mujer puede dar a luz después que se ha cerrado su matriz, pero Sara tuvo un hijo después de cerrarse su matriz (Ro. 4:19). Esta fue la obra de Dios. Por lo tanto, Sara tipifica la resurrección. ¿Qué es la resurrección? La resurrección manifiesta que nadie puede hacer nada por su propio esfuerzo sino por medio de Dios. No tiene importancia alguna si uno es más inteligente o más elocuente que otros. Si uno tiene alguna espiritualidad, esta espiritualidad no proviene de uno, sino de la obra de Dios. Supongamos que Aarón hubiera sido lo suficientemente necio como para decirles a los demás: “Mi vara es diferente a las de ustedes, es más fina, más dura y más derecha; por eso reverdeció”. ¡Cuán insensato habría sido! Si pensamos que somos diferentes a los demás, eso sería una terrible necedad. Incluso si hay algo diferente en uno, es el resultado de la obra de Dios. La resurrección indica que todo proviene de Dios.
El nombre Isaac significa “risa”. ¿Por qué llamo Abraham a su hijo “risa”? Lo hizo por dos razones. Primero, Dios le prometió a Abraham que Sara daría a luz un hijo. Cuando ella escuchó esto se rió, lo cual era apenas natural. Cuando se miró a sí misma, no pudo hacer otra cosa que reírse. El tiempo de concebir había pasado, y su matriz estaba cerrada. ¿Cómo podría ella dar a luz? Pensó que era imposible. Por eso se rió cuando Dios le dijo a Abraham que ella tendría un hijo. En segundo lugar, un año después, cuando Sara dio a luz a un hijo ella se reía de alegría. Por eso Dios le puso por nombre Isaac (Gn. 18:10-15; 21:1-3, 6-7), que significa “risa”. La primera vez que ella se rió, lo hizo pensando en lo imposible que le parecía la promesa. La segunda vez, se rió porque descubrió que había sido posible. Si uno nunca ha experimentado la primera risa, no podrá experimentar la segunda. Si nunca se ha percatado de su propia incapacidad, no podrá experimentar el poder de Dios. Sara se conocía a sí misma muy bien y estaba consciente de que no podía concebir, pero tan pronto vio la obra de Dios, pudo reírse. Así que la resurrección significa que Dios nos da algo que no tenemos en nosotros mismos. La Biblia testifica una y otra vez que el hombre no puede hacer nada por su cuenta. Pero muchas personas piensan que pueden. En lo relativo al servicio, si algunos se ríen de sí mismos reconociendo que no pueden llevar a cabo la tarea que les es propuesta, se reirán nuevamente diciendo: “Yo no lo hice, pero he visto con mis ojos que el Señor lo hizo por mí”. Si hay alguna manifestación de la autoridad en nosotros, debemos decirle al Señor: “Señor Tú hiciste esto; no fui yo”. La resurrección indica que uno no puede hacerlo y que Dios lo hace todo.
LA RESURRECCION ES EL PRINCIPIO ETERNO DEL SERVICIO
El principio de todo servicio yace en la vara que reverdeció. Dios devolvió las once varas a los líderes, pero guardó la vara de Aarón dentro del arca como un memorial eterno. Esto significa que la resurrección es un principio eterno en nuestro servicio a Dios. El siervo del Señor debe haber muerto y resucitado. Dios da testimonio a Su pueblo reiteradas veces de que la autoridad para servirlo se basa en la resurrección, y no en el hombre. Todos los servicios ofrecidos al Señor deben pasar por la muerte y la resurrección a fin de que sean aceptables delante de Dios. La resurrección significa que todo es de Dios y no de nosotros; significa que todo es hecho por El y no por nosotros. Los que tienen un alto concepto de sí mismos, no conocen el significado de la resurrección. Nadie debe equivocarse al pensar que puede hacerlo todo por sí mismo. Si un hombre continúa pensando que tiene capacidad, que puede hacer algo y que es útil, no sabe lo que es la resurrección. Tal vez sepa de la doctrina, la razón o el resultado de la resurrección, pero no conoce la resurrección. Todos los que conocen la resurrección perdieron toda esperanza en sí mismos, y saben que no pueden hacer nada. Mientras permanezca la fuerza natural, no habrá lugar para que el poder de la resurrección se manifieste. Mientras Sara podía tener un hijo, Isaac no vino. Todo lo que podamos hacer nosotros pertenece a la esfera natural, mas lo que es imposible para nosotros, pertenece a la esfera de la resurrección.
El poder de Dios no se manifiesta en la creación ni por medio de ella sino en la resurrección y por medio de la misma. Cuando el poder de Dios se manifiesta en la creación, no necesita ser precedido por la muerte. Lo creado no necesita nada que lo preceda, pero todo lo que provenga de la resurrección, necesita algo que lo preceda. Si un hombre puede sobrevivir por lo que poseía, no ha experimentado la resurrección. Si la capacidad de un hombre radica en lo que tenía anteriormente o si es lo que era antes, no tiene la resurrección. Debemos reconocer que no podemos hacer nada ni ser nada ni tener nada. Somos como un perro muerto. Si reconocemos esto, y hallamos que hay todavía algo vivo en nosotros, eso es la resurrección. La creación no necesita haber pasado por la muerte, pero la resurrección requiere que caigamos postrados delante de Dios y confesemos: “No puedo hacer nada; no soy nada y no tengo nada. Esto es lo que soy. Si puedo dar algo a otros es porque Tú me lo diste primero. Si puedo hacer algo, es porque Tú lo haces por medio de mí”. Una vez que nos postramos delante del Señor, todo lo que tenemos vendrá a ser la obra de Dios en nosotros. En lo sucesivo, no estaremos equivocados, ya que reconoceremos que todo lo que está muerto es nuestro y que todo lo vivo pertenece a Dios. Debemos distinguir claramente entre el Señor y nosotros; todo lo que tenga que ver con la muerte pertenece a nosotros, y todo lo que se relacione con la vida pertenece al Señor. El Señor nunca se confunde, pero nosotros sí nos confundimos a menudo. Uno debe llegar al final de sí mismo para convencerse de su total inutilidad. Después de que Sara dio a luz a Isaac, no fue tan necia como para pensar que ese hijo era producto de su fuerza. El pollino no debía equivocarse al pensar que la proclamación de hosanna estaba dirigida hacia él. Dios tiene que llevarnos al punto donde no confundamos lo que procede de El con lo que sale de nosotros.
Todo aquel que está en una posición de autoridad debe tener esto presente y no debe equivocarse jamás al respecto. No debe haber ningún mal entendido acerca de la autoridad, pues ésta procede de Dios y no de nosotros; somos solamente guardianes de ella. Sólo quienes han visto esto, son aptos para recibir la autoridad delegada. Hermanos y hermanas, cuando nos preparamos para la obra, no debemos ser necios pensando que tenemos alguna autoridad innata. Tan pronto como violemos el principio de la resurrección, perdemos la autoridad; y cuando tratemos de exhibir la autoridad, la perderemos. Una vara seca sólo puede exhibir muerte; pero cuando uno está en resurrección, tiene autoridad, ya que ésta descansa en la resurrección y no en la vida natural. Todo lo nuestro es natural. Por lo tanto, la autoridad no reposa sobre nosotros, sino sobre el Señor.
EL TESORO Y LOS VASOS DE BARRO
Lo que Pablo presenta en 2 de Corintios 4:7 concuerda con esta enseñanza. He pensado muchas veces que Pablo describe un hermoso cuadro en este capitulo. El se compara con un vaso de barro, y compara con un tesoro el poder de la resurrección que está en él. Es como el ungüento precioso contenido en el frasco de alabastro. El sabía perfectamente que él era como un vaso de barro y que el tesoro que tenía dentro era la excelencia del poder. Hay una gran diferencia entre estas dos cosas. Pablo dijo que el poder de la resurrección es un tesoro y que es sobremanera grande. Estas son palabras francas de un hombre sincero, el cual lo describe muy bien con la expresión “la excelencia del poder”. Luego añade que él estaba atribulado, mas no angustiado debido a la eficacia del tesoro. En sí mismo no tenía salida, pero con el tesoro sí. El era perseguido, pero por el tesoro no estaba abandonado. Estaba derribado, pero por el tesoro no estaba destruido. El era oprimido en todo aspecto, mas por el tesoro no estaba angustiado. Por un lado, actuaba la muerte y, por otro, la vida. Aunque la muerte nos asedia constantemente, la vida es producida en nosotros. A medida que la muerte opera, se manifiesta la vida. En 2 Corintios 4 y 5 se revela el centro del ministerio de Pablo. Lo único que allí encontramos es el principio de la muerte y la resurrección. Todo lo que hay en nosotros es muerte, y todo lo que está en el Señor es resurrección.
DONDE HAY RESURRECCION HAY AUTORIDAD
Toda la autoridad que se vea en nosotros proviene de Dios, no de nosotros. No debemos equivocarnos; necesitamos ver claramente que toda autoridad viene del Señor. Estamos aquí en la tierra con el único fin de mantener Su autoridad, no para ejercer la nuestra, ya que la autoridad no nos pertenece. Cada vez que confiamos en el Señor, se despliega la autoridad. Pero cuando expresamos la vida natural, somos iguales a cualquier otra persona y carecemos por completo de autoridad. Sólo lo que procede de la resurrección puede ejercer la autoridad, ya que ésta se basa en aquella, y no en el hombre. Ninguna vara común puede ser puesta delante de Dios; sólo una vara que esté en resurrección puede ser puesta delante de El. Además, la resurrección se encuentra en la vara que haya reverdecido. No nos referimos a una resurrección superficial sino a una resurrección completa. No se trata solamente de una expresión de la vida de resurrección que luego se desvanece, sino una vida que ha reverdecido, florecido y dado frutos. Esta es la vida de resurrección madura. Sólo quienes son maduros en la vida de resurrección, pueden actuar en calidad de autoridad delegada por Dios. Cuanto más se exprese en nosotros la vida de resurrección, más autoridad tendremos.
CAPITULO DIECISEIS
EL ABUSO DE LA AUTORIDAD DELEGADA, Y EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS
  Nm. 20:2-3, 7-13, 22-28; Dt. 32:48-52
LA AUTORIDAD DELEGADA DEBE SANTIFICAR AL SEÑOR
Después de que los israelitas vagaron por el desierto más de treinta años, vemos que en Números 20 olvidaron la lección que habían aprendido a cerca de la rebelión. Cuando llegaron al desierto de Zin, no hallaron agua y murmuraron contra Moisés y Aarón (vs. 2-3). Estos habían aprendido ya muchas lecciones delante del Señor, pero en esta ocasión Moisés no se condujo debidamente como autoridad delegada de Dios. Examinemos cómo juzga Dios a una persona que es Su autoridad delegada cuando ésta comete un error. Dios no estaba enojado esta vez ante la murmuración del pueblo, pero le dijo a Moisés que tomara la vara, la cual es símbolo de la autoridad de Dios, y hablara a la roca para que de ésta saliera agua. Esto nos muestra que Moisés y Aarón eran la autoridad delegada por Dios. Dios no dijo que El quería castigar al pueblo. Moisés y Aarón no eran jóvenes; con todo y eso, fracasaron en su posición como autoridad delegada. El versículo 10 nos muestra que Moisés se enojó cuando dijo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” El apelativo rebeldes es una expresión bastante severa tanto en español como en hebreo. Es una expresión cortante en el idioma original. Moisés usó palabras muy severas, ya que estaba bastante enojado. Posiblemente pensó: “Este pueblo rebelde ha causado problemas por décadas y todavía sigue en las mismas”. El olvidó la orden de Dios y golpeó la roca dos veces. Aunque Moisés estaba equivocado, de todos modos el agua brotó (v. 11).
Este acto hizo que Dios inmediatamente reprendiera a Su siervo. El dijo: “No creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel” (v. 12a). Esto significa que Moisés y Aarón no habían santificado a Dios, es decir, no habían separado a Dios de ellos mismos. Las palabras de Moisés estaban erradas y también cometió el error de golpear la roca. Su espíritu estaba equivocado, por lo cual representó a Dios de manera errónea. Debemos tocar el espíritu de lo que Dios le dijo. Parece como si Dios le hubiera dicho: “Yo vi que Mi pueblo tenía sed, y le di de beber. ¿Por qué les reprendes?” Les dijo a Moisés y a Aarón que no lo habían santificando. Esto significa que ellos no lo habían puesto aparte como aquel que es Santo. Parece como si les dijera: “Vosotros me incluisteis en vuestros errores”. Las palabras expresan la actitud que uno tenga, y lo que dijo Moisés no santificó a Dios. Su actitud y sus sentimientos fueron diferentes a los de Dios. Dios no reprendió al pueblo, pero Moisés sí lo hizo. Esto hizo que los israelitas tuvieran una percepción equivocada de Dios, pues pensaron que Dios era terrible y que estaba pronto a condenar y, por ende, no tenía misericordia.
Es necesario que la autoridad represente debidamente a Dios. Ya sea en ira o en compasión, debemos representar a Dios siempre. Si estamos equivocados, debemos confesar que lo estamos; jamás debemos involucrar a Dios en nuestros errores. Si lo hacemos, recibiremos juicio. Debemos tener cuidado, pues es peligroso implicar a Dios en nuestros errores. Moisés había sido una autoridad delegada por varias décadas, pero involucró a Dios en su error. El representó mal a Dios. Por eso, Dios tuvo que juzgarlo. Cuando una autoridad delegada comete un error y no lo confiesa, Dios interviene y se vindica. El no podía dejar de juzgar a Moisés y a Aarón; por lo cual trajo Su juicio sobre ellos, para dejar en claro que habían actuado independientemente de El, y que El no había tenido parte en tal acción. La rebelión de Israel pudo haber sido una rebelión de actitud solamente, y su espíritu pudo haber estado libre de rebeldía. Por eso Dios no juzgó al pueblo. Moisés no debió haberlos juzgado precipitadamente si Dios no los había juzgado. No debió proclamar aquellas palabras desenfrenadas basándose en su parecer. Moisés reprendió a los israelitas. Esta fue su actitud y su ira, lo cual pudo conducir a los israelitas a creer que ésta era la actitud y la ira de Dios. La ira del hombre no puede cumplir la justicia de Dios. Por eso a Dios le corresponde vindicarse. El tuvo que separarse de Moisés y de Aarón para dejar en claro que Moisés actuó por su cuenta en esa ocasión. Las palabras que Moisés expresó aquel día fueron sus propias palabras, y no las de Dios. Jamás debemos implicar a Dios en nuestros errores o fracasos personales. Tampoco podemos dar a otros la impresión de que nuestra actitud es la actitud que Dios expresa por medio de Su autoridad delegada. Si hacemos tal cosa, Dios tendrá que vindicarse. La autoridad delegada actúa de parte de Dios. Si nosotros nos enojamos, solamente podemos decir que nosotros estamos enojados, no Dios. Debemos establecer la diferencia. Mi mayor temor es que el hombre se atreva a asociar sus propios actos con la obra de Dios y piense que no es necesario identificar sus acciones como propias y no de Dios.
Estamos prontos a equivocarnos y cuando lo hacemos, debemos reconocerlo. Por un lado, esto nos salva de representar mal a Dios y de caer en una trampa; y por otro, nos guarda de caer en tinieblas. Si tomamos la iniciativa de reconocer nuestros errores, Dios no tendrá que vindicarse; de lo contrario, seremos juzgados por Su mano gubernamental.
LA SERIEDAD DE SER UNA AUTORIDAD DELEGADA
El resultado de este incidente fue la manifestación del juicio de Dios. Dios dijo que Moisés y Aarón no entrarían en la tierra de Canaán debido a su error (v. 12b). Cuando el hombre habla y actúa apresuradamente y no santifica a Dios, éste tendrá que vindicarse. Cuando eso sucede, el hombre no puede pedirle a Dios que lo perdone nuevamente. He aquí otro aspecto que debemos resaltar: cada vez que ejerzamos la autoridad de Dios y cuidemos de Sus asuntos, debemos hacerlo con temor y temblor; debemos velar y no ser arrogantes por todos los años que tenemos. Cuando Moisés se enojó y arrojó al suelo las tablas de piedra escritas por Dios, Dios no lo juzgó, porque Moisés estaba lleno del celo de Dios y fue correcto lo que hizo. El tenía celo por Dios, quien no lo reprendió. Pero después de seguir a Dios por tantos años, él representó mal a Dios al desobedecerlo, pues golpeó dos veces la roca y habló a la ligera. De este modo, involucró a Dios en sus errores e hizo que pensaran que sus palabras eran las palabras de Dios y que su juicio era el de Dios. Este fue un grave error. A fin de servir a Dios, debemos santificarlo y no asociarlo descuidadamente con nosotros. De lo contrario, cuando Dios se vindique, sufriremos severamente Su juicio. Moisés perdió su derecho de entrar a la tierra de Canaán debido a este único error.
EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS
Los israelitas no pudieron entrar en Canaán debido a que se rebelaron muchas veces. Moisés y Aarón se equivocaron una sola vez, y eso fue suficiente para impedirles entrar. Ser una autoridad delegada es un asunto muy serio. El juicio de Dios sobre la autoridad delegada es muy serio. En Números 18 Dios le dijo a Aarón que él y sus hijos llevarían el pecado del santuario (v. 1). Cuanto más representa una persona la autoridad de Dios, más lo examina Dios y no le permite seguir adelante. En Lucas 12 el Señor también dijo: “A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará, y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (v. 48).
Números 20 dice que Aarón moriría en el monte de Hor como castigo. Vemos a Moisés, a Aarón y a su hijo Eleazar subir al monte de Hor juntos (vs. 25-27). ¡Qué hermoso cuadro es éste! Los tres fueron sumisos y estuvieron dispuestos a aceptar el juicio de Dios. Verdaderamente conocían a Dios. Así que, ni siquiera oraron. Aarón sabía que su día había llegado, y Moisés también sabía lo que le iba a suceder a él. Ellos fueron como Abraham cuando subió con Isaac al monte. Abraham sabía lo que esperaba a Isaac. Dios le dijo a Moisés que subiera con Aarón y Eleazar al monte, debido al incidente de las aguas de la rencilla. Moisés iba adelante, y ya en el monte, supo el camino que Aarón seguiría y el rumbo que él mismo tomaría.
Tan pronto como Aarón fue despojado de sus vestiduras, murió (v. 28). Cuando un hombre se quita sus vestiduras, no muere, pero el caso de Aarón indica que su vida era sustentada por su servicio. Es decir, cuando un siervo del Señor termina su servicio, su vida se detiene. Existen muchas personas que no son siervos genuinos. Cuando ellos terminan su presunto servicio, su vida continúa. Aquí vemos que Aarón era un siervo genuino del Señor.
Deuteronomio 32 muestra que el juicio de Dios no se deja de ejecutar a pesar del transcurso del tiempo. Dios juzgó a Moisés de la misma manera que a Aarón. El le dijo a Moisés que subiera al monte Nebo y que allí moriría. (vs. 48.52). Durante aquellos días Moisés fue fiel. Deuteronomio 32 y 33 muestra que antes de morir, él cantó y bendijo a los hijos de Israel. El no le pidió a Dios que lo librara de ese juicio, sino que humildemente se sometió a Su mano. A pesar de ser una autoridad delegada por Dios, de ser obediente a El toda la vida, no se le permitió entrar en Canaán debido a su único fracaso al representar a Dios. ¡Cuán grande fue esta pérdida! Moisés fue llevado al monte Nebo, a la cumbre de dicho monte, la cual se le conocía como Pisga. Allí Dios le dijo a Moisés: “Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá” (34:4). La promesa de Dios tardó quinientos años, desde los días de Abraham; pero Moisés pudo verla solamente y no pudo heredarla debido a que representó mal la autoridad de Dios en Meriba. ¡Qué pérdida tan grande sufrió!
Tengo una pesada carga que quisiera compartir con ustedes. Nada es tan serio ni tan delicado como representar mal la autoridad. Tengo temor de que nuestros jóvenes representen equivocadamente la autoridad de Dios. Tal vez nos equivoquemos una sola vez, pero ese error puede acarrear el juicio de Dios. Cada vez que ejercemos la autoridad de Dios, debemos orar para estar unidos a Dios. En el momento en que cometamos un error, debemos dejar en claro que lo hicimos separados de Dios. De lo contrario, traeremos el juicio de Dios sobre nosotros. Cuando tomemos una decisión debemos preguntar si la decisión concuerda con la voluntad de Dios. Podemos decir que actuamos en Su nombre sólo si estamos seguros de que ésa es la voluntad de Dios. Moisés reprendió a los israelitas y golpeó la roca en Meriba. El no podía decir que estaba actuando en el nombre del Señor. Debió haber dicho: “Estoy haciendo esto por cuenta propia”. De lo contrario, el recibiría juicio. Espero que no seamos insensatos y vivamos delante del Señor en temor y temblor. No actuemos precipitadamente cuando digamos que actuamos en nombre del Señor. No debemos excedernos al juzgar ni tomemos decisiones ligeramente. Controlemos nuestro espíritu y nuestra lengua. Especialmente no digamos nada cuando estemos enojados. Cuando uno actúa representando la autoridad de Dios, puede hacerlo como debe o puede involucrar a Dios en sus errores. Este es un asunto muy serio. Cuanto más conozcamos a Dios, más cuidadosos seremos. Si caemos en la mano gubernamental de Dios, es posible que seamos perdonados, pero es posible que no. Por ningún motivo podemos ofender el gobierno de Dios. Esto es algo que debemos comprender bien. Sólo después de haber visto la manera apropiada de representar la autoridad, podremos ser una autoridad delegada.
LA AUTORIDAD DELEGADA NO PUEDE DARSE EL LUJO DE COMETER ERRORES
Un servicio iniciado por el yo no puede ser aceptado por Dios. De hecho, nadie puede servir a Dios por su propio esfuerzo. Uno debe servir estando en resurrección para que su servicio sea acepto a Dios. El Señor no quiere que nos equivoquemos pensando que la autoridad procede de alguien aparte de Dios. No somos la autoridad, sino sólo representantes de la misma. No hay lugar para la carne. Debemos decirle a los demás que todos los errores vienen de nosotros y que todo lo correcto proviene de Dios. Cada vez que hablemos o enfrentemos algo, debemos recordar que no podemos confiar en nosotros mismos y debemos conocer la voluntad de Dios. No podemos actuar por nuestra cuenta y tomar decisiones ligeramente. La autoridad no descansa en nosotros, pues sólo somos autoridades delegadas. Si actuamos conforme a nuestra propia voluntad, crearemos grandes problemas. La iglesia no puede estar sin autoridad y tampoco puede tolerar el abuso de autoridad. Dios tiene la meta específica de establecer Su autoridad.
En la iglesia la sumisión es incondicional, y el temor y temblor por parte de la autoridad delegada debe también serlo. Sin sumisión la iglesia no existe. Al mismo tiempo, la autoridad delegada no debe tomar decisiones ni hablar ni dictar los pasos de otros descuidadamente. Está mal juzgar a los hermanos o interpretar la Biblia livianamente. Nuestra sumisión y nuestra representación de la autoridad deben ser incondicionales. Existen dos problemas en la iglesia hoy: Uno es la falta de sumisión perfecta, y el otro es la mala representación de la autoridad. Debemos aprender a no hablar descuidadamente ni hacer sugerencias gratuitamente. Debemos abrir nuestro espíritu al Señor continuamente para contemplar Su luz. Si no lo hacemos, implicaremos a Dios en nuestros errores. Podemos incluso decir que actuamos en nombre del Señor o para El. En realidad, ninguna de nuestras acciones son del Señor. Debemos aprender a someternos y, al mismo tiempo, a representar a Dios. Por lo tanto, debemos conocer el significado de la cruz y la resurrección. El avance de la iglesia depende de la medida en que hayamos aprendido esta lección.
LA AUTORIDAD SE BASA EN EL MINISTERIO, Y ESTE SE BASA EN LA RESURRECCION
La autoridad del hombre se fundamenta en su ministerio, el cual, a su vez, se basa en la resurrección. Sin resurrección no hay ministerio, y sin ministerio no hay autoridad. Sin resurrección Aarón no podía servir, pues tanto su servicio como su autoridad delante de los hombres estaban cimentados en la resurrección, la cual nos capacita para servir a Dios y nos establece como autoridad ante los hombres. Dios no puede escoger como autoridad Suya a un hombre que no tenga un ministerio.
La autoridad no es un asunto de posición. Sin servicio espiritual no puede haber autoridad delegada. Sólo cuando tenemos un servicio espiritual ante el Señor, podemos tener autoridad ante los hombres, ya que después que tenemos un ministerio espiritual Dios puede escogernos para que seamos Su autoridad entre Sus hijos. Por lo tanto, la autoridad está basada en el ministerio que uno tenga delante de Dios, y el ministerio se fundamenta en la resurrección. De este modo, no hay confusión con respecto a la autoridad, porque tampoco hay confusión con respecto al ministerio. El ministerio es dado por Dios. Por lo tanto, la autoridad también es dada por Dios. Si uno no tiene un ministerio, tampoco puede tener autoridad. Toda autoridad se basa en el servicio. Si no hay servicio, no hay autoridad. Aarón tenía autoridad debido a que tenía un servicio delante del Señor. Su incensario hizo propiciación, y la plaga se detuvo, pero los incensarios de los 250 líderes fueron maldecidos. La rebelión descrita en Números 16 fue una rebelión no sólo contra la autoridad, sino contra el ministerio. Aarón tenía un ministerio espiritual porque estaba en resurrección. El podía ser la autoridad, porque él tenía un ministerio.
Nuestra autoridad jamás debe ir más allá de nuestro ministerio. No debemos jactarnos de ninguna autoridad que no sea parte de nuestro ministerio. Debemos ser fieles en nuestro ministerio ante Dios y en nuestro servicio ante los hombres. No debemos emprender planes demasiado grandes para nosotros (Sal. 131:1). Debemos ser fieles en nuestra porción delante del Señor. Muchas personas cometen el error de pensar que cualquiera puede ejercer autoridad y no comprenden que la autoridad procedente de un ministerio nunca va más allá del servicio que desempeña entre los hijos de Dios. La medida de la autoridad delante de los hombres debe corresponder a la medida de su ministerio delante de Dios. El servicio que uno ofrece delante de Dios determina la autoridad que tiene ante los hombres. Si la autoridad va más allá del ministerio, viene a ser una posición y carece de respaldo espiritual.
La autoridad procede del ministerio y, cuando se ejerce, trae la presencia de Dios. El ministerio crece en resurrección y se basa en Dios. Si un ministro representa mal la autoridad, su ministerio se detendrá, tal como se detuvieron el ministerio de Moisés y de Aarón. Debemos mantener la autoridad del Señor y no hablar livianamente. De lo contrario, sufriremos el juicio de Dios.
LA VINDICACION DE DIOS
Cuando la autoridad delegada comete un error, Dios intervendrá y la juzgará. Su juicio es Su vindicación, la cual es un principio importante en Su administración. Dios desea delegarnos Su nombre; El nos permite usar Su nombre, como una persona que da su sello a alguien y le permite usarlo en su nombre. Siendo éste el caso, cuando representamos mal a Dios, El se ve obligado a vindicarse, pues tiene que demostrar que el error fue nuestro y no Suyo.
Moisés y Aarón sufrieron un juicio muy serio como resultado de su error. Al final, ambos murieron. La gran pérdida fue que no pudieron entrar en Canaán. Ninguno de los dos debatió con Dios; pues sabían que la vindicación de El era más importante que la entrada de ellos a Canaán. Ellos estuvieron dispuestos a permitir que Dios se vindicara y a no entrar en Canaán. En Deuteronomio 32, Moisés muestra específicamente que ellos habían cometido el error, y no Dios. Debemos mantener la verdad absoluta; no debemos tratar de tomar la senda más fácil. Ningún siervo de Dios que sea fiel debe tomar el camino fácil. La vindicación de Dios es más importante que nuestro nombre, nuestras preferencias o nuestros años de oración y nuestras esperanzas. Moisés y Aarón fueron mansos y se sometieron a la mano de Dios. Ellos pudieron haber argumentado con Dios, pero prefirieron no hacerlo. No oraron por sí mismos ni aun al final. Habían orado muchas veces por los hijos de Israel, pero no oraron por sí mismos. Este silencio es precioso. Ellos supieron permitir que Dios se vindicara y estuvieron dispuestos a llevar la vergüenza sobre ellos mismos. Cuando Moisés asentó el relato en su libro, dejó en claro que él había cometido el error. El no discutió frente al juicio ni hizo propuestas livianamente ni trató de ejercer control. El fue humilde y lleno de gracia, y temió a Dios. El es en verdad un modelo para nosotros los que servimos al Señor.
Que el Señor nos dé Su gracia para que seamos sensibles. Que le dé Su gracia a la iglesia en estos tiempos finales. Debemos orar así: “Señor, manifiesta Tu autoridad en la iglesia y permite que cada hermano y hermana conozca la autoridad. Manifiesta Tu autoridad en la iglesia local y permite que Tu autoridad delegada se manifieste por medio del hombre”. Espero que los que toman la responsabilidad en la iglesia no cometan ningún error con respecto a la autoridad, y que tampoco haya ningún error por parte de los que reciben las órdenes de la autoridad. Espero que cada uno de nosotros reconozca su condición, para que el Señor pueda seguir adelante.
CAPITULO DIECISIETE
LA AUTORIDAD DELEGADA DEBE ESTAR BAJO AUTORIDAD
1 S. 24:1-6; 26:7-12; 2 S. 1:5-15; 2:1; 4:5—5:3; 6:16-23; 7:18; 15:19-20, 24-26; 16:5-14; 19:9-15
En el Antiguo Testamento David fue el segundo rey que Dios estableció, y el primero fue Saúl, quien también fue puesto por Dios. David era la autoridad que Dios había designado en ese entonces; era el ungido de Dios en ese momento. Así que Dios reemplazó a Saúl, a quien había ungido él anteriormente. Pese a que el Espíritu de Dios se apartó de Saúl, éste seguía en el trono. David había sido escogido como rey, pero Saúl no había cedido el trono. ¿Qué debía hacer David? En este caso, David se sometió a la autoridad y él no estableció su propia autoridad. El fue un hombre conforme al corazón de Dios. El pudo ser una autoridad delegada porque se sometía genuinamente a la autoridad.
ESPERA QUE DIOS ESTABLEZCA SU AUTORIDAD
En 1 Samuel 24 se relata lo sucedido en el desierto de En-gadi. Saúl perseguía a David. Cuando éste se escondió en una cueva, Saúl entró allí para hacer sus necesidades. David estaba escondido en los rincones de la cueva y cortó una punta del manto de Saúl, pero luego se turbó su corazón (vs. 4-5). Su conciencia era muy sensible. En 1 Samuel 26 se describe otra oportunidad que tuvo David de matar a Saúl. En esta ocasión, sólo tomó la lanza y la vasija de agua que pertenecían a Saúl (v. 12a). David cortó una punta del manto de Saúl y se apoderó de algo. Esto le sirvió de evidencia para jactarse delante de Saúl (vs. 17-20). Este es el comportamiento de un abogado, no de un creyente. Un abogado sólo se preocupa por los razonamientos y las evidencias. Pero un creyente sólo se preocupa por su sentir y por los hechos, no por su razonamiento ni por evidencias. David tuvo el sentir de un creyente, por lo cual se turbó por haber cortado la punta del manto de Saúl. Debemos preocuparnos sólo por los hechos, y no por formalismos. No debemos centrarnos en los procedimientos. Tanto en Shanghai como en Fuchow, he visto hermanos que sólo se preocupan por los procedimientos y las evidencias. Pero en este pasaje vemos a un hombre que se turbó por haber cortado el manto de Saúl. El creyente se preocupa por su sentir interno y no por las pruebas ni las evidencias. A la gente del mundo sólo le interesan las pruebas. Una persona puede cortar el manto de otros, tomar la lanza y la vasija de agua y jactarse de ello sin que su corazón lo censure por ello. David se sometió a la autoridad y esperó a que Dios lo estableciera como autoridad. El pudo esperar y no trató de precipitar la muerte de Saúl. Los representantes de la autoridad de Dios deben aprender a no establecer su propia autoridad y a respaldar la de aquellos que están por encima de ellos.
LA ELECCION DE DIOS Y DE LA IGLESIA
En 2 Samuel se nos dice que una persona vino a David para informarle que él había dado muerte a Saúl, pensando que sería recompensado, pero, por el contrario, David ordenó su ejecución. Aquel hombre había cometido el error de anular la autoridad de Dios (1:10-15). Aunque él no le hizo nada a David, éste percibía que no estaba bien que el hombre hubiera puesto fin a Saúl, quien era la autoridad. David juzgó toda anulación de la autoridad.
Después de que Saúl murió, David le preguntó a Dios a cuál ciudad debería ir. En aquel tiempo el palacio estaba en Gabaa. ¿Quiénes de entre los israelitas no conocían a David? Tan pronto como David supo de la muerte de Saúl, él pudo haber ido a la capital con sus guerreros. Desde la perspectiva humana, él debió apresurarse a ir a Gabaa con su ejército; ése era el momento oportuno. ¿Cómo podría dejar pasarlo? Por sentido común, debió ir a Gabaa. Ya se había sometido lo suficiente. Todo el pueblo sabía que él era un guerrero. Pero él actuó de manera extraña. Le preguntó a Dios, quien le contestó que fuera a Hebrón (2:1), una ciudad pequeña e insignificante. Algunos vinieron de Judá para ungirle como rey de Judá. Esto nos muestra que David no trató de apoderarse de la autoridad, sino que permitió que estos varones de Dios lo ungieran (v. 4). Cuando Samuel lo ungió, fue una señal de que Dios lo había escogido. Cuando los varones lo ungieron, fue una señal que el pueblo de Dios (un tipo de la iglesia) lo había escogido. David no rechazó la unción de los varones de Judá. No dijo: “Puesto que Dios me ungió ¿qué necesidad tengo de que ellos me unjan?” Hay diferencia entre ser ungido por Dios y ser ungido por el pueblo. La autoridad delegada no debe ser elegida por Dios solamente, sino también por la iglesia. Nadie puede imponer su autoridad sobre otros; si Dios lo escogió debe esperar a que los hijos de Dios hagan su elección.
David no fue a Gabaa, sino que esperó que el pueblo de Dios viniera a él a Hebrón. El esperó siete años y seis meses, lo cual no es un tiempo corto. Pero él no tenía prisa. Jamás he visto una persona llena de su yo y en busca de su propia gloria, que haya sido escogida por Dios como autoridad. Dios ungió a David como rey no sólo de Judá sino de toda la nación de Israel. Sin embargo, mientras el pueblo no lo reconoció como tal, él no dio ningún paso. Cuando sólo la casa de Judá lo ungió, él estuvo satisfecho con ser rey de Judá. El no tenía ninguna prisa; podía esperar.
Después de siete años y medio, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón y hablaron con David diciendo: “Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. Y aun antes de ahora, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a Israel a la guerra, y lo volvías a traer. Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel” (5:1-2). La tribu de Judá lo reconoció como rey en Hebrón primero. Después de siete años y medio, los ancianos de las tribus de Israel lo ungieron como rey, y luego él reinó en Jerusalén por treinta y tres años. David no se nombró a sí mismo como autoridad. Tampoco se impuso sobre los demás. La autoridad es delegada por Dios y ungida por el hombre. Un hombre no debe proclamarse a sí mismo como rey, y no es nombrado solamente por Dios para ser rey. Primero, Dios lo escoge, y luego el pueblo lo reconoce. David fue un verdadero rey. En el Nuevo Testamento, cuando se habla de David, se le llama “el rey David” (Mt. 1:6), pero a Salomón no se le llama rey. El Nuevo Testamento da un reconocimiento especial al reinado de David porque él no confió en sí mismo. El tuvo la unción de Dios y esperó la unción del pueblo, es decir, de la iglesia.
No sólo necesitamos la unción del Señor sino también la de la iglesia para asumir alguna autoridad entre los hijos de Dios. David esperó desde sus treinta años hasta los treinta y siete, y no dudó. Tampoco dijo: “¿Qué pasará si los hijos de Israel no me ungen?” El fue humilde al permanecer bajo la mano de Dios. Todo el que conoce a Dios puede esperar y no necesita mover un dedo para ayudarse a sí mismo. Si estamos en la condición apropiada, Dios nos reconocerá como Sus representante, y la iglesia también nos reconocerá como tales. Espero que tengamos la unción de Dios y también la de la iglesia. No debemos pelear ni tratar de defender nuestra autoridad; no debemos dejar lugar alguno para la carne. Nadie debe proclamar: “Yo soy la autoridad delegada por Dios, y ustedes deben obedecerme”. Primero debemos tener un ministerio espiritual delante del Señor y esperar el tiempo de Dios antes de poder servirlo entre Sus hijos.
SI UNA PERSONA ES AUTORIDAD, SUSTENTA LA MISMA
David esperó en Hebrón siete años y medio, porque Is-boset, el hijo de Saúl, continuó siendo rey en Mahanaim después de la muerte de Saúl (2 S. 2:8-9) hasta que fue asesinado por Baana y Recab, los cuales tomaron su cabeza y se la llevaron a David en Hebrón, pensando que le traían buenas noticias a David. Pero éste los hizo ejecutar (4:5-12); es decir, juzgó a los rebeldes. Esto nos muestra que una persona que verdaderamente es una autoridad, vela por la misma. No podemos establecer nuestra autoridad a expensas de la de otros. Cuanto menos uno se considere que es la autoridad, más Dios le dará autoridad. Cuando una persona se rebela contra la autoridad, uno debe juzgarla, aunque no se rebele contra la autoridad de uno. Cuando David hizo esto, obtuvo el favor del pueblo de Dios. En 2 Samuel 5 dice que las once tribus enviaron hombres para buscar a David. El hombre que conoce la autoridad de Dios es sumiso a la autoridad y es apto para ser una autoridad. No debemos juzgar a nadie sólo porque haya ofendido nuestra autoridad. Debemos esperar que los hijos de Dios nos unjan como autoridad. Antes que los hijos de Dios nos unjan, no debemos quejarnos ni murmurar.
CARECE DE AUTORIDAD ANTE DIOS
En 2 Samuel 6 dice que cuando David regresó el arca a la ciudad de David, siendo ya rey de toda la nación de Israel, él danzó delante del arca con todo su poder. Cuando Mical, la hija de Saúl, vio esto, ella lo menospreció (vs. 14-16). Ella pensó que debido a que David era el rey, debía santificarse ante los ojos de los israelitas. Es cierto que un rey no debe ser una persona descontrolada. Pero David no estaba equivocado en lo que había visto. El vio que no tenía ninguna autoridad delante de Dios, que él era pobre e insignificante. El error de Mical fue el mismo que había cometido su padre. Saúl guardó lo mejor del ganado y de las ovejas, pero desobedeció la orden de Dios; por eso Dios lo rechazó. A pesar de eso, trató de vindicarse pidiéndole a Samuel que lo recomendara delante del pueblo de Israel (1 S. 15:1-30). La actitud de Mical fue diferente a la de David, y Dios juzgó a Mical, a raíz de lo cual no pudo tener descendencia hasta el día de su muerte (2 S. 6:23). Esto significa que Dios cortó la continuación de tal persona; es decir, no permitió que se reprodujera.
Cuando David se presentó delante del Señor, sintió que él era tan pobre como cualquier otro y no se consideró más que los demás. La autoridad delegada debe considerarse pobre y humilde como los demás del pueblo de Dios. No debe exaltarse a sí misma ni tratar de mantener su autoridad delante de los hombres. En el trono, David era el rey, pero delante del arca, él era igual a todos los hijos de Israel. Todos eran el pueblo de Dios y, por ende, eran iguales. Mical quería mantener su posición, por lo cual quería que David fuera rey aun delante de Dios. Ella no pudo tolerar el comportamiento de David y le dijo: “¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel!” (v. 20). Pero Dios aprobó lo que hizo David y rechazó la actitud de Mical. Cuando Moisés se presentó delante de Jehová, él era igual al pueblo de Israel, y cuando David se acercó a Jehová, también era uno más del pueblo. Podemos ser autoridad en la iglesia, pero cuando nos acercamos al Señor, somos iguales a los demás. Así que, la base y la llave de la persona que es autoridad es permanecer al mismo nivel de todos los hermanos cuando se acerca al Señor.
NO ESTA CONSCIENTE DE SER UNA AUTORIDAD
Me agrada mucho una cláusula que se halla en 2 Samuel 7:18: “Entró el rey David y se puso delante de Jehová”. Como el templo no había sido edificado todavía, el arca estaba en el tabernáculo, y David se sentaba en el suelo. Dios hizo un pacto con David, y éste ofreció una oración maravillosa, en la cual podemos tocar un espíritu dócil y sensible. Antes de que David fuera rey, era un guerrero, y nadie podía prevalecer frente a él. Ahora que era rey y que su nación había llegado a ser fuerte, él era lo suficientemente humilde para sentarse en el suelo frente al arca. He ahí una persona que se mantuvo humilde. El podía orar con mucha sencillez. Este es un cuadro de lo que es la autoridad delegada.
Mical, quien había nacido en el palacio, se preocupaba por la pompa y la majestad, igual que su padre. Ella no se daba cuenta de la diferencia entre ser un enviado del Señor y entrar en Su presencia. Cuando el hombre es enviado por el Señor, tiene cierto grado de autoridad al hablar o actuar de parte de Dios, pero cuando entra en la presencia del Señor, debe postrarse ante los pies del Señor y tener presente su propia condición. David era un rey escogido por el Señor; a él se le había dado la autoridad de Dios. Aparte de Saúl, fue el primer rey que Dios escogió. Cristo no sólo es descendiente de Abraham, sino también de David. El último hombre cuyo nombre se menciona en toda la Biblia es el nombre de David (Ap. 22:16). Pero lo asombroso es que a pesar de que él era un rey, no estaba consciente de su posición. El sabía que no era nada a los ojos del Señor. Si una persona está siempre consciente de su autoridad, no es apta para ser autoridad, ya que para ser autoridad debe conocerse a sí misma. Si una persona es una autoridad, deja de estar consciente de su autoridad. La autoridad delegada por Dios debe tener la ignorancia bienaventurada de ser una autoridad sin estar consciente de ella.
NO NECESITA DEFENDER SU PROPIA AUTORIDAD
En 2 Samuel 15 se narra la rebelión de Absalón. Esta fue una rebelión doble. Por un lado, fue la rebelión de un hijo contra su padre, y por otro, fue la rebelión del pueblo contra su rey. Esta fue la rebelión más grande que afrontó David. Su hijo fue el caudillo de esta rebelión. En aquel tiempo, muchas personas estaban siguiendo a Absalón; así que David tuvo que huir de la capital. Aunque necesitaba seguidores, cuando Itai geteo quiso seguirlo, David pudo decirle: “Vuélvete y quédate con el rey” (v. 19). David era humilde en verdad y su espíritu era muy sensible. El no dijo: “Yo soy el rey, y todos vosotros debéis seguirme a mí”. Al contrario, le dijo a Itai: “Sigue tu propio camino, pues yo no tengo ninguna intención de que te unas a mis desgracias. Aun si decides seguir al nuevo rey, estará bien”. El estaba en medio de una tribulación, pero no pidió que lo siguieran. No es fácil conocer a una persona cuando vive en el palacio, pero cuando está en medio de las tribulaciones, se manifiesta su verdadera personalidad. Aquí David no se apresuró ni fue descuidado. El siguió siendo humilde y sumiso.
Después de atravesar el torrente de Cedrón y estando a punto de dirigirse al desierto, Sadoc el sumo sacerdote con todos los sacerdotes y levitas, quisieron ir con él y llevaron consigo el arca. Si el arca hubiera salido de la ciudad, muchos israelitas hubieron seguido el arca. La actitud de Sadoc y de los levitas era correcta, ya que cuando surge la rebelión, ellos debían retirar el arca de en medio. Pero aun en ese caso, David no dijo: “Esto está bien. No dejéis el arca con los rebeldes”. David pensó que si el arca salía de Jerusalén, muchos israelitas se confundirían. El había ascendido mucho y no permitiría que el arca fuera con él; estaba dispuesto a someterse a la disciplina de Dios. Tuvo la misma actitud que Moisés, quien también fue humilde y se sometió bajo la mano de Dios. Ambos ascendieron a una altura que estaba por encima de sus opositores. David dijo que si él hallaba gracia a los ojos del Señor, El lo haría volver nuevamente y vería el arca y su tabernáculo. Así que si no hallaba gracia a los ojos de Dios, todo sería inútil aunque se llevara consigo el arca. Por lo tanto, exhortó a Sadoc el sumo sacerdote y a los levitas a que llevaran de regreso el arca a Jerusalén (vs. 24-26). Esto era fácil de decir, pero difícil de hacer. Eran pocas las personas que habían escapado de Jerusalén, y la ciudad estaba llena de rebeldes. Ahora él había devuelto a sus buenos amigos. ¡Cuán puro era el espíritu de David! El permaneció humilde ante el Señor, tal como lo hizo Moisés.
En el versículo 27 David le dijo a Sadoc que como él era sacerdote y vidente, debía dirigir a los sacerdotes y llevarlos de regreso junto con el arca. Con aquellas palabras la compañía se devolvió. Cuando leemos este pasaje, debemos detectar el espíritu de David. Su espíritu estaba diciendo: “¿Por qué he de pelear? Si permanezco como rey o no, es asunto del Señor. No necesito que muchos me sigan y tampoco necesito que el arca me acompañe”. El se dio cuenta de que ser autoridad depende de Dios y que uno no tiene que tratar de mantener su propia autoridad. El subió al monte de los Olivos llorando y con la cabeza cubierta (v. 30). ¡He ahí un hombre humilde y dócil! Esto fue lo que David hizo cuando lo ofendieron. No defendió su autoridad. Esta es la actitud apropiada de una autoridad delegada por Dios.
UNA AUTORIDAD DEBE TENER LA CAPACIDAD DE SOPORTAR LAS OFENSAS
El espíritu rebelde es contagioso. En 2 Samuel 16 se narra el caso de Simei, quien salió al camino y empezó a arrojar piedras contra David y a maldecirlo acusándolo de haber derramado la sangre de la casa de Saúl. Aun los seguidores de David sufrieron por él, pues aquella acusación era completamente infundada, pues él jamás derramó sangre de la familia de Saúl. Simei podía decir que David había reinado en lugar de Saúl y que David estaba huyendo para salvar su vida, porque no todo eso era cierto; pero fue una terrible calumnia decir que David había derramado la sangre de la casa de Saúl. Con todo y eso, David no respondió, ni trató de justificarse, ni negó nada. El todavía tenía consigo a sus hombres valientes, y le habría sido fácil deshacerse de aquel hombre, pero él no lo hizo. Simei maldijo hasta que hubieron pasado. Ni los seguidores de David lo toleraron, pero David los exhortó a que no lo mataran. El dijo: “Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho” (v. 11). El era verdaderamente un hombre quebrantado y dócil. Había aprendido a someterse a una autoridad superior. David dijo que era Dios que le había dicho a Simei que lo maldijera. Cuando leemos este pasaje de la Biblia, debemos detectar el espíritu de David. El estaba solo y era perseguido. Por lo menos habría podido desahogar su infortunio sobre Simei y vindicarse un poco. Pero él era una persona completamente sumisa, se sometió incondicionalmente a Dios y lo aceptó todo como de Dios.
Debemos tener presente que la autoridad delegada por Dios debe ser apta para soportar las ofensas y para ser ultrajada. Si uno no tolera ninguna ofensa, no es apto para ser una autoridad. No podemos actuar como nos plazca porque se nos haya delegado autoridad. Sólo los que han aprendido a obedecer son aptos para ser una autoridad. El versículo 13 dice que Simei continuó maldiciendo a David, pero éste fue sumiso. Sólo una persona así es apta para ser una autoridad. Aquí vemos un hombre verdaderamente dócil ante el Señor. David y sus seguidores descansaron en cierto lugar bastante fatigados. Aunque Absalón se había rebelado, David mantuvo la debida actitud. Pese a que vivió en tiempos del Antiguo Testamento, él estaba lleno de la gracia del Nuevo Testamento. El había sido tan quebrantado que tenía tal espíritu. En verdad era una persona apta para ser autoridad.
APRENDE A HUMILLARSE BAJO LA MANO PODEROSA DE DIOS
En 2 Samuel 19, después de que Absalón fue derrotado, los israelitas oyeron que David estaba sentado a la puerta de la ciudad, y cada uno huyó a su propia casa (v. 8). David no regresó con alboroto al palacio. Absalón también había sido ungido como rey. Por eso David tuvo que esperar. Las once tribus vinieron a pedirle que regresara, pero la tribu de Judá no vino con ellos. Así que envió hombres para recobrar la tribu de Judá (vs. 9-12). David era de la tribu de Judá, y había huido de ella; por consiguiente, debía esperar que ellos le pidieran que regresara. El era la autoridad delegada por Dios, pero durante sus pruebas, aprendió a humillarse bajo la mano poderosa de Dios. No trató de establecer su propia autoridad. El aceptó sus circunstancias y fue humilde bajo la mano poderosa de Dios. El no tenía ningún afán ni peleó por sí mismo, a pesar de ser un guerrero. El pueblo de Dios fue el que peleó todas las batallas. Anteriormente, el pueblo de Dios lo había ungido como rey y para regresar a su reinado, él debía esperar que lo ungieran nuevamente.
Aquellos a quienes Dios usa para ser autoridad, deben tener el espíritu de David. No deben decir nada con el fin de justificarse. No tenemos que decir nada ni debemos actuar por nuestra cuenta. No necesitamos mover ni un dedo para probar que Dios nos escogió. Debemos confiar, esperar y humillarnos. Debemos esperar que Dios cumpla lo que prometió. Cuanto más sumisos seamos, más aprenderemos a ser una autoridad. Cuanto más nos postremos delante del Señor, más nos vindicará El. Pero si tratamos de hablar bien de nosotros, de luchar o de quejarnos, destruiremos la obra de Dios. Debemos aprender a humillarnos bajo la mano poderosa de Dios. Cuanto más tratemos de ser una autoridad, más equivocados estaremos. El camino está abierto para nosotros. En el Antiguo Testamento la mayor autoridad fue la de Moisés, y entre todos los reyes, fue David quien tuvo más autoridad. Ambos se comportaron de la misma manera conforme a su capacidad como autoridades delegadas. Debemos reconocer el espíritu de estos hombres a fin de mantener la autoridad de Dios.
CAPITULO DIECIOCHO
LA VIDA Y LA ACTITUD DE LA AUTORIDAD DELEGADA
  Mr. 10:35-45
BEBE DE LA COPA DEL SEÑOR Y PARTICIPA DE SU BAUTISMO
Cuando el Señor estuvo en la tierra, rara vez enseñó cómo ser una autoridad. Esto se debe a que Su meta en la tierra no era establecer autoridades. Marcos 10:35-45 contiene la enseñanza más clara con respecto a la manera de ser una autoridad. Todo el que quiera ser una autoridad debe leer este pasaje, ya que es la enseñanza directa del Señor. Aquella conversación fue iniciada por Jacobo y Juan, quienes querían sentarse a la derecha y a la izquierda del Señor en Su gloria. Sabían que tal petición era directa y para no ir directamente al grano, comenzaron diciendo: “Queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos” (v. 35). Ellos antepusieron esta petición para comprometer al Señor a que lo hiciera. Pero el Señor no les contestó inmediatamente, sino que les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” (v. 36). Como no sabía lo que querían, no podía prometerles nada. Entonces añadieron: “Concédenos que en Tu gloria nos sentemos el uno a Tu derecha, y el otro a Tu izquierda” (v. 37). Esto implica dos cosas. En primer lugar, querían estar cerca del Señor y, en segundo lugar, querían autoridad en la gloria. Estaba bien que desearan estar cerca del Señor, pero eso no era lo único que querían; ellos también deseaban autoridad en la gloria. Querían estar sobre los otros discípulos. El Señor les contestó que no sabían lo que pedían (v. 38a).
Ellos pensaron que sentarse a la derecha y a la izquierda era algo que Dios podía concederles. Pero el Señor les dijo que eso no era sencillo. Querían estar cerca del Señor y tener autoridad. El Señor no dijo que su petición era incorrecta ni que estaba mal desear estar a Su derecha o a Su izquierda. Les dijo que para sentarse a Su derecha o a Su izquierda, ellos debían beber de la copa que El bebía y ser bautizados con el bautismo por el cual El tenía que pasar. Jacobo y Juan pensaron que podían adquirir ese lugar con sólo pedirlo, pero el Señor les dijo que no era asunto de pedir sino de beber la copa y participar de Su bautismo. No es asunto de oración ni de esforzarse por sentarse al lado del Señor. Si una persona no bebe de la copa del Señor ni es bautizada con Su bautismo, su petición es vana. Si uno no bebe de la copa del Señor ni es bautizado con el mismo bautismo que El experimenta, no podrá estar cerca del Señor ni tener ninguna autoridad. El Señor no puede otorgarnos una posición ni una autoridad gratuitamente. Sólo aquellos que beben de Su copa y son bautizados con Su bautismo, reciben tal posición y tal autoridad. El fundamento consiste en beber y ser bautizado. Si el cimiento está equivocado, no puede haber una estructura correcta. Supongamos que un niño sube al monte a coger algunas flores, y luego las siembra sobre la tierra. Aunque él piense que plantó un jardín, las flores no crecen por carecer de raíz. Jacobo y Juan estaban equivocados de raíz. A fin de estar cerca del Señor y de tener autoridad en la gloria, ellos debían beber de Su copa y ser bautizados con Su bautismo. Si estos discípulos no bebían esa copa ni eran bautizados con ese bautismo, no podrían estar cerca del Señor ni recibir ninguna autoridad ni posición. Esto es algo que ellos no sabían. Es algo que tiene que ver con el presente y no sólo con el futuro.
LA COPA DEL SEÑOR
¿Cuál es la copa del Señor? Su copa tiene un solo significado. Cuando el Señor estuvo en el huerto de Getsemaní, El tenía una copa delante de Sí, que era la copa de la justicia de Dios y de la cual debía beber. Sin embargo, El oró a su Padre diciendo: “Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mt. 26:39). Aquí vemos claramente que la copa y la voluntad de Dios eran dos cosas diferentes. En ese momento la copa era la copa, y la voluntad de Dios era la voluntad de Dios; todavía no era una sola cosa. La copa podía cambiarse, pero no la voluntad de Dios. El Señor preguntaba si la copa podía pasar, pero no estaba tratando de eludir la voluntad de Dios. La copa podía pasar, pero El cumpliría la voluntad de Dios. La copa no era indispensable, pues no era permanente sino temporal. Si la copa no era la voluntad de Dios, El estaba dispuesto a dejarla a un lado, pero si la copa era la voluntad de Dios, la bebería. La actitud del Señor era clara; si la voluntad de Dios era que bebiera la copa, El la bebería; de lo contrario, no. Tales palabras deben llevarnos a adorarlo. El nunca invertiría el orden de estas palabras. Habría sido un error invertir el orden. En otras palabras, lo que el Señor quería saber en el huerto era si la copa era la voluntad de Dios. Antes de que la copa y la voluntad de Dios fueran una sola cosa, estaba bien que el Señor orara de esa manera. De hecho, el oró de esta manera tres veces (v. 44). Pero cuando supo que la copa y la voluntad de Dios eran una sola cosa, El le dijo a Pedro: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11). En el huerto El podía pedir que la copa le fuera quitada, porque la copa y la voluntad de Dios no eran todavía una misma cosa. Fuera del huerto, la copa y la voluntad de Dios eran lo mismo. En este momento la copa era la voluntad del Padre; por eso le dijo eso a Pedro.
Aquí vemos una profunda lección espiritual. El Señor no estaba apresurado ni siquiera para tomar la cruz. Lo único que El deseaba hacer era la voluntad de Dios. El no insistiría en ir a la cruz, a pesar de que era tan crucial, pues no reemplazaría la voluntad de Dios. Aunque la crucifixión del Señor era lo más importante, El estaba bajo la voluntad de Dios. Aunque el Señor vino a fin para ser la propiciación por los pecados de muchos, y aunque vino expresamente para ser crucificado, la cruz no podía sobrepasar la voluntad de Dios. El no fue a la cruz simplemente porque la cruz era buena y necesaria para la salvación del hombre. El no vino para ser crucificado, sino para hacer la voluntad de Dios. El fue a la cruz sólo después de tener la certeza de que la voluntad de Dios era ir a la cruz. El fue a la cruz por la sencilla razón de que era la voluntad de Dios. El no fue crucificado porque tenía que ir a la cruz; pues la voluntad de Dios era más importante que la cruz. Por lo tanto, beber la copa no era solamente cuestión de ir a la cruz, sino de hacer la voluntad de Dios. El fue a la cruz porque el Padre así lo quería.
Podemos ver que la copa no es indispensable, pero la voluntad de Dios sí. El Señor no pidió ser eximido de hacer la voluntad de Dios. Su relación con la cruz no era directa sino indirecta, pero Su relación con la voluntad de Dios era directa. Por eso, El oró en el huerto de Getsemaní que Dios le librase de beber la copa. El sólo quería circunscribirse a la voluntad de Dios. El no escogió la cruz, sino la voluntad de Dios. Por lo tanto, la copa del Señor muestra Su sujeción a la voluntad suprema de Dios. El Señor se postró para escoger la voluntad de Dios, y Su único deseo era cumplir esa voluntad. Por lo tanto, les preguntó a Jacobo y a Juan “¿Podéis beber la copa que Yo bebo?” (Mr. 10:38). Les estaba preguntando si ellos podían postrarse y escoger la voluntad de Dios de la misma manera que El se postró delante de Dios para escoger Su voluntad.
Esto es semejante al caso de Abraham cuando ofreció a Isaac, lo cual ya mencionamos. Al final, Abraham recibió nuevamente a Isaac. Muchas personas han ofrecido su Isaac, pero se les presenta un problema cuando su Isaac les es devuelto, pues parece que quedan mal ante los demás. Algunos se adhieren directamente a su consagración; otros se deciden a sufrir, y otros a servir en la obra. Pero debemos disponernos para una sola cosa: hacer la voluntad de Dios. Beber la copa del Señor significa que no debemos comprometernos con ninguna otra cosa que no sea hacer la voluntad de Dios. Si la copa no es la voluntad de Dios, no debemos tomarla. A pesar de que todos sabían que el Señor iba a la cruz, El oró en Su hora final para saber si la cruz era la voluntad de Dios. Todo depende de la voluntad de Dios y no de nosotros. Muchas personas trabajan para la obra misma. Una vez que se ocupan de la obra, no pueden ocuparse de nada más. Se estancan en su obra y son absorbidos por ella; a tal grado que no tienen tiempo de examinar la voluntad de Dios. Ellos insisten en llevar su obra hasta el final. Esto no es laborar por la voluntad de Dios, sino por el beneficio de la obra misma. El Señor sólo estaba interesado en la voluntad de Dios, por lo cual podía hasta renunciar a la cruz. Cuando El entendió que la voluntad de Dios era que fuera a la cruz, El la tomó sin preocuparse por el dolor que ello implicaba. Beber la copa significa que nos negamos a nuestra propia voluntad para tomar la de Dios. El Señor les preguntó a los discípulos si ellos podían aceptar la voluntad de Dios de la misma manera que El estaba dispuesto a aceptarla. Esta es la copa del Señor. Si queremos estar cerca del Señor o recibir gloria, tenemos que obedecer la voluntad de Dios.
La obediencia a la voluntad de Dios es muy importante. Si uno afirma gratuitamente que obedece la voluntad de Dios, probablemente no ha visto la enorme importancia de la voluntad de Dios. Obedecer la voluntad de Dios significa estar relacionado con ella directamente. Todo lo demás puede cambiar; aun la cruz, la cual es la copa de la ira de Dios. Pero Su voluntad jamás cambia. Cuando leemos la oración que el Señor ofreció en Getsemaní, debemos detectar el espíritu de dicha oración. El huerto de Getsemaní habla de la cumbre de la sumisión del Señor en la tierra. El no puso la copa por encima de la voluntad de Dios. Este es un principio muy profundo. El objeto de Su sumisión era la voluntad de Dios, no la copa. Desde el primer día hasta el último tuvo una lealtad firme a la voluntad de Dios. El Señor obedeció la voluntad de Dios hasta el final. Esto era más importante para El que todo lo demás. Yo creo que hay una revelación muy profunda en la experiencia terrenal descrita en Getsemaní. Debemos conocer a Cristo por medio de esta profunda revelación. Hasta algunas horas antes de ir a la cruz, El todavía no estaba comprometido con la obra de ir a la cruz, pues sólo estaba comprometido con obedecer la voluntad de Dios. Por lo tanto, el llamado más alto no es ni la obra ni el sufrimiento ni la cruz, sino la voluntad de Dios. Por esto el Señor les dijo a Jacobo y a Juan: “¿Podéis beber la copa que Yo bebo?” Parece que el Señor estuviera diciendo: “Si un hombre quiere estar cerca de Mí, y tener una posición en la gloria por encima de los demás hijos de Dios, debe ser como Yo que obedezco la voluntad de Dios y la tomo como Mi única meta. Sólo estas personas pueden estar junto a Mí y se pueden sentar a Mi derecha o a Mi izquierda”. Estar cerca del Señor y sentarnos a Su derecha o a Su izquierda depende de si podemos beber Su copa, es decir, de si nos rendimos en absoluta obediencia a Su voluntad.
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
¿Cuál es el bautismo del Señor? Es obvio que esto no se refiere a Su bautismo en el río Jordán, porque tal bautismo ya había pasado. El bautismo que el Señor estaba a punto de experimentar estaba por venir, y se refería a Su muerte en la cruz. En Lucas 12:50 el Señor dijo: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” En el libro La liberación del Señor, Austin Sparks dice que esto se refiere al deseo del Señor de ser liberado. El Señor anhelaba ser liberado. La palabra angustia implica que estaba confinado o restringido. Cristo tenía un cuerpo santo en el cual estaban todas las riquezas de Dios. Tales riquezas gloriosas estaban limitadas por la carne y ¡cuán restringido y confinado estaba El! ¡Cuán maravilloso sería que esas riquezas fueran liberadas! Parece como si estuviera diciendo que la vida de Dios estaba confinada y restringida dentro de El y que sería maravilloso liberarla. Por un lado, la cruz traería la redención de los pecados y, por otro, liberaría la vida. Dios liberó Su vida por medio de la cruz. El Señor deseaba que esta vida fuera liberada. Antes de la crucifixión, dicha vida estaba confinada en El; por lo tanto, la importancia fundamental del bautismo es la liberación de la vida.
Después de esto, el Señor dijo que una vez que la vida de Dios fuera liberada, se esparciría como fuego sobre la tierra. ¿Cuál es el resultado del bautismo? Produce algo similar al fuego, algo que trae división, en vez de paz, sobre la tierra (v. 51). Cuando el fuego toca algo, lo consume. De ahí en adelante, en una familia algunos miembros estarían en contra de otros, los creyentes y los incrédulos estarían en bandos antagónicos, lo mismo que quienes tuviesen la vida y los que no la tuviesen, y que quienes tuviesen el fuego y los que no lo tuviesen. Esto es lo que significa ser bautizado con el bautismo del Señor. Una vez que la vida brota, fluye y ocasiona divisiones. Dondequiera que esta vida vaya, no traerá paz sino antagonismo. Una vez que la vida entra en una casa, allí habrá conflictos. Los que pasan por el bautismo son separados inmediatamente de los que no han pasado por él. El Señor estaba diciendo: “Yo voy a la cruz a liberar Mi vida, y esto traerá conflictos. ¿Pueden sobrellevar esto? ¿Les gusta esto?” Primero habrá muerte, mas luego la vida brotará. Esto es el bautismo, el cual produce división. Los muertos no pueden luchar, sólo los que están vivos pueden hacerlo. La palabra de Señor nos muestra que la muerte opera en nosotros, y la vida en otros (2 Co. 4:12). El bautismo del Señor consistió en quitarse Su corteza exterior y liberar Su vida por medio de la muerte. Esto mismo es lo que hacemos hoy. Debemos dejar que nuestro cascarón sea quebrantado para que la vida que hay en nosotros pueda brotar.
En los mensajes que dimos en Fuchow junto al monte Kuling, mencioné que la vida no puede ser liberada a menos que el hombre exterior sea quebrantado. Nuestro hombre exterior encierra la vida y le impide fluir. Debemos comprender que si el hombre exterior no es quebrantado, la vida no podrá fluir, pero cuando el cascarón del hombre es quebrantado, éste viene a ser una persona accesible, y la vida puede fluir fácilmente. De lo contrario, la vida queda atada, el espíritu del hombre no puede ser liberado, y la vida no puede brotar libremente. Es muy diferente poder explicar 2 Corintios 4:12 de darles a otros un toque de vida. Muchas personas piensan que este versículo nos es más que una enseñanza. Permítanme repetir que si nuestro hombre exterior no es quebrantado, la vida no podrá fluir de nosotros. Una vez que la corteza del hombre es quebrantada, él viene a ser una persona accesible. Esto es igual que un grano de trigo que cae en tierra y muere; la vida que contiene se abre paso rompiendo la cáscara, y a medida que sale, crece la abertura espontáneamente. Esto es lo que el Señor dijo en Juan 12:24: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Cuando un grano de trigo cae en la tierra, el cascarón que lo envuelve se rompe, y la vida brota. Después de esto, el Señor añadió: “El que ama la vida de su alma la perderá; y el que la aborrece en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde Yo esté, allí también estará Mi servidor. Si alguno me sirve, Mi Padre le honrará” (vs. 25-26). Si uno quiere preservar su cascarón, no podrá liberar la vida. Una vez que uno pierde el cascarón, lleva mucho fruto.
La cruz tiene dos aspectos: la redención y la liberación de la vida. En Marcos 10:35-45 el Señor no habló de Su muerte; sólo mencionó Su bautismo, porque el no quiso dar a entender que Jacobo y Juan podían participar en Su obra redentora. La redención solamente puede ser llevada a cabo por Cristo, nuestro Sumo sacerdote; nadie puede participar en ella ni añadirle nada. No podemos participar en el aspecto de la muerte del Señor que se relaciona con la redención, pero sí podemos participar de la liberación de Su vida. Por eso el Señor sólo mencionó el aspecto de la muerte que se relaciona con Su bautismo al tomar la cruz. Dicha muerte se refiere a la liberación de la vida, y no a la redención. El Señor dijo que El estaba pronto a pasar por ese bautismo, lo cual significa que Su cascarón se rompería y que la vida sería liberada, como el grano de trigo cuyo cascarón se rompe y lleva mucho fruto. Si una persona es bautizada con el bautismo del Señor, significa que es quebrantada delante del Señor y que libera la vida divina. Si el hombre exterior no es quebrantado, será muy difícil que la vida del Señor brote. Es posible que uno tenga la vida por dentro, pero ésta no brotará, y aunque estemos muy cerca de una persona, la vida no podrá tocarla.
El resultado del bautismo es fuego y división. Cuando la vida fluye, no hay paz en la tierra; sino división. Muchas personas están divididas por esta vida ya que existe un gran abismo entre los que siguen al Señor y los que no, entre los que pertenecen al Señor y los que no, entre quienes lo tienen a El y quienes no, entre los fieles y los incrédulos, y entre los que aceptan las pruebas y los que no. Una vez que un hombre toca la vida de Cristo, toma un camino diferente. El Señor parece decir: “¿Estás dispuesto a asumir las consecuencias de tomar mi bautismo? Si quieres sentarte a Mi derecha o a Mi izquierda, debes ser diferente. ¿Estás dispuesto a aceptar las consecuencias de tomar Mi bautismo y de ser diferente de los demás hijos de Dios?” Con el fin de sentarnos a la derecha o a la izquierda del Señor y tener una posición de gloria, debemos beber Su copa y ser bautizados con Su bautismo, lo cual significa que debemos reconocer la voluntad de Dios por encima de todo y permitir que nuestro hombre exterior sea quebrantado para que la vida pueda ser liberada. Sólo las personas que tienen esta actitud saben lo que significa sentarse a la derecha o a la izquierda del Señor. Esta es la senda del creyente.
El Señor les dijo a Jacobo y a Juan algo así: “Primero debéis beber Mi copa y pasar por Mi bautismo, para poderos sentar a Mi derecha o a Mi izquierda en la gloria. ¿Podéis beber esta copa y ser bautizados con este bautismo? Ellos respondieron: “Podemos” (10:39). Ellos le pidieron esto al Señor, pero no sabían lo que pedían. Ellos no son únicos en este sentido, pues todos los descendientes de Adán somos iguales. El Señor les explicó las condiciones, y ellos contestaron que podían llenar los requisitos. El Señor les dijo que para sentarse a Su derecha o a Su izquierda, debían beber Su copa y ser bautizados con Su bautismo. Pero aun al decirles esto, no les prometió que se sentarían a Su derecha o a Su izquierda. El Señor quiso decir que si uno no bebe Su copa ni es bautizado con Su bautismo, no podrá sentarse ni a Su derecha ni a Su izquierda. Pero aun si ellos bebían Su copa y pasaban por Su bautismo, eso no garantizaba que se sentarían a Su derecha ni a Su izquierda, porque esto depende de la elección de Dios (v. 40). Tal vez Jacobo y Juan preguntaron: “¿Qué podemos decir?” Si una persona no bebe la copa y no toma el bautismo con toda seguridad quedará descalificada; pero si bebe la copa y participa de este bautismo, es posible que tampoco se siente a la derecha o a la izquierda, pues ello depende de la elección de Dios. Aunque posiblemente Jacobo y Juan estaban equivocados en su petición, el Señor no fue exacto en Su respuesta. Si El hubiera dado a Jacobo sentarse a Su diestra y a Juan sentarse a Su izquierda, esos dos lugares no habrían estado disponibles durante estos dos mil años de historia de la iglesia. Otros lugares estarían disponibles, pero por haber reservado esos lugares estos dos discípulos, los demás creyentes se habrían desanimado de seguir en el camino del Señor. El Señor no les concede Su petición y, en consecuencia, estos lugares siguen disponibles. Algunos entre nosotros todavía tienen la oportunidad de ocupar estos dos lugares. Por lo tanto, esta lección se aplica todavía a nosotros. El punto principal de este pasaje no es la discusión anterior sino lo que viene a continuación.
UNA AUTORIDAD NO DOMINA NI CONTROLA, SINO QUE SE HUMILLA Y SIRVE
Después de esa respuesta, el Señor habló a cerca de la autoridad. El versículo 41 dice que cuando los otros discípulos oyeron de la petición de Jacobo y de Juan, se indignaron. Da la impresión de que Jacobo y Juan hicieron esta petición en secreto, pero los diez discípulos se enteraron. Así que, el Señor les enseñó algo también a ellos, que es el tema de todo ese pasaje. El reunió a Sus discípulos a su alrededor y les habló de la gloria futura. Les dijo: “Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y sus grandes ejercen sobre ellos potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (vs. 42-45). La pregunta de los dos discípulos condujo a una enseñanza sobre la autoridad. El Señor les mostró que lo que contaba no era el futuro, sino el presente. Este tema se aplica desde aquel día hasta hoy, es decir el Señor presentó el espíritu que se aplica desde aquel día hasta el presente. Vemos que dos personas querían sentarse en el trono para gobernar a los demás, por lo cual el Señor les mostró que entre los gentiles, hay algunos que son tenidos por gobernantes y se enseñorean de los demás. Entre los gentiles existe una lucha por la autoridad. A los hombres les gusta ser reyes para gobernar y controlar a otros. Pero no será así entre nosotros. Es bueno que algunos de entre nosotros busquen la gloria futura, pero tales personas no deben pensar en enseñorearse de los hijos de Dios ni tener la intención de controlar o gobernar a otros.
No hay nada de malo en desear sentarse a la derecha o a la izquierda del Señor. Pero no está bien hacer esfuerzo alguno por regir a los hijos de Dios. No debe haber ninguna lucha por el poder ni deseo alguno por controlar a otros. Si lo hacemos, caeremos en la misma condición de los gentiles. Nada es tan desagradable como la lucha de una persona por ser la autoridad, ni nada es más horrible que el control que la persona ejerce cuando trata de controlar a otros. La ambición por la autoridad o el deseo de ser una persona grande es algo que pertenece a los paganos. Debemos erradicar este espíritu de la iglesia. El Señor sólo puede usar a quienes beben Su copa y están dispuestos a ser bautizados con Su bautismo. Si bebemos Su copa y tomamos Su bautismo, tendremos autoridad espontáneamente. Esto fue lo que Dios dispuso y es la raíz de todo el asunto. Si no tomamos este camino y aun así tratamos de llegar a nuestro destino, o si no tenemos esta base y tratamos de producir fruto, tal esfuerzo es en vano. Debemos abundar en el conocimiento de la voluntad de Dios y aceptar todo quebrantamiento para que la vida que está en nuestro interior pueda brotar. En cuanto a nuestra posición delante de Dios, ésta depende de Su elección. Si alguien quiere escalar por encima de los demás hijos de Dios, o si quiere controlar o regirlos, tal persona en realidad es un pagano. Debemos erradicar ese espíritu pagano de nuestro medio y no tolerarlo. Necesitamos a quienes Dios puede usar y no a los que pueden regir a otros. Dicha actitud debe desaparecer por completo de entre nosotros para poder descender de la montaña y ayudar a otros o hacer frente a algunos asuntos importantes.
Cuanto más desea una persona ser autoridad o ser grande, menos podemos confiarle autoridad. Dios no concede autoridad a quienes desean ser autoridad. Cuanto más una persona tenga el espíritu de los paganos, menos podrá Dios usarlo. Espero que ninguno de nosotros sea un diplomático que manipula, controla y silencia a los demás, y que se considera el único que da órdenes. No podemos tolerar tal cosa. Cuanto más consciente esté una persona de sus errores, más autoridad le dará Dios. Debido a que es así como el Señor escoge al hombre, es así como debemos proceder. Nunca debemos ser diplomáticos ni usar artilugios. Tampoco debemos tener el concepto de que si no le damos a cierta persona una posición, se rebelará contra nosotros. No podemos hacer frente a esa clase de persona de ese modo. En la casa de Dios debemos tomar el camino espiritual que concuerda con el principio espiritual; no debemos seguir el camino de la política. Espero que podamos ser fieles. Debemos tener una actitud humilde y dócil, pero también debemos ser fieles delante del Señor. Dios sólo puede usarnos después de que nos humillamos ante El. Si somos altivos, El no podrá usarnos.
En los versículos 42 y 43 el Señor dijo que los gentiles tienen gobernantes que se enseñorean sobre ellos y sus dirigentes ejercen potestad sobre ellos, pero “no será así entre vosotros”. Cuán bellas son las palabras pero entre vosotros, pues indican que hay una gran diferencia entre los gentiles y la iglesia en lo relacionado con la autoridad. Si no somos cuidadosos en este asunto, no podremos avanzar en la iglesia. Los gentiles gobiernan según la posición, pero la iglesia sirve según la vida espiritual. Si la iglesia se contamina con la práctica de los gentiles, estará arruinada. La iglesia debe mantener un muro de separación entre ella y los gentiles. Entre éstos se puede ver una lucha por el poder, pero entre nosotros, cuanto más uno piense que es una autoridad, menos apto será. Cuanto más una persona se crea apta, menos lo estará. Siempre debemos mantener esta actitud entre nosotros.
EL QUE QUIERA SER GRANDE, SERA EL SERVIDOR, Y EL QUE QUIERA SER EL PRIMERO, SERA ESCLAVO DE TODOS.
El Señor usa tres veces la expresión entre vosotros. El establece Su autoridad en la iglesia. Aquellos que son grandes en la iglesia, es decir, aquellos a quienes el Señor establece como tales, son verdaderamente siervos y esclavos de los demás. Todo el que quiera ser grande, debe ser el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, sea el esclavo de todos. Esa es la autoridad existente en la iglesia. Vemos dos grandes requisitos para ser una autoridad delegada por Dios. Primero, uno debe beber la copa (obedecer a la voluntad de Dios) y aceptar el bautismo (reconocer que tiene que morir para que la vida pueda brotar). Segundo, no debe ambicionar el poder. Tal persona solamente debe ser un servidor y el esclavo de todos. Por un lado, debe tener una base espiritual, que consiste en honrar la voluntad de Dios dándole primordial importancia, y debe emanar vida. Por otro lado, debe ser humilde, lo cual significa que no tiene interés en ser autoridad entre los hermanos y hermanas y que está satisfecho con ser un servidor y un esclavo. Dios solamente puede usar a estas personas como su autoridad. El Señor escogerá como grandes y confiará Su autoridad a quienes están dispuestos a ser servidores, los que tienen un corazón que se complace en servir a los hermanos y hermanas. En otras palabras, uno necesita por un lado, un fundamento espiritual y, por otro, la debida actitud y el punto de vista correcto con respecto a la autoridad. No debe tener ningún anhelo de ser autoridad. Sólo en ese caso puede uno ser una autoridad delegada por Dios.
Planteo estos dos aspectos con mucha franqueza. Si carecemos del primer aspecto (un fundamento espiritual), no podremos aspirar al segundo (la humildad). Sin el fundamento, será inútil tratar de ser humildes. Cuando el Señor les contestó a Jacobo y Juan, primero expuso el primer punto, aunque con ello no quiso decir que basta con tener el fundamento espiritual para sentarse a la derecha o izquierda del Señor. Dijo explícitamente que ese lugar lo dará Dios a quien El desee. Después del primer requisito, se menciona el segundo, que consiste en ser servidor y esclavo entre los hermanos y hermanas. Los que cumplen estas dos condiciones y se consideran indignos e incapaces son aptos para ser la autoridad. El Señor busca a aquellos que se consideran ineptos y que sirven como esclavos. El dijo que tales personas serán grandes y serán los primeros. Para poder ser una autoridad, uno debe beber la copa y participar del bautismo mencionado por el Señor; de lo contrario, todo lo que haga será inútil. Además, debe ser verdaderamente humilde considerándose un simple servidor (no sólo de boca sino de corazón). El Señor dijo que esas personas serán grandes. Tememos a la humildad que es sólo de labios; la humildad debe provenir del corazón.
Para ser una autoridad delegada, debemos tener una base espiritual y ser humildes; es necesario que estemos conscientes de nuestra incapacidad e ineficacia. Una cosa es cierta: ninguna de las personas que Dios usó en el Antiguo Testamento era orgullosa. Puedo decirle con sinceridad que cuando una persona se enorgullece, Dios la deja a un lado. Como un obrero que he sido por veinte años, nunca he visto que Dios use a un hombre orgulloso. Aun si uno es un poco orgulloso en privado, sus palabras tarde o temprano lo pondrán en evidencia, porque las palabras siempre revelan la condición oculta del corazón. Hasta las personas humildes se sorprenderán grandemente frente al tribunal de Cristo. Sin embargo, la sorpresa que le espera al orgulloso ¡será mucho mayor que la del humilde! Debemos tener presente cuán inútiles somos, porque Dios puede usar solamente a los esclavos inútiles. Debemos mantenernos en la posición de esclavos (Lc. 17:10). Dios no confía Su autoridad a los que confían en sí mismos y son seguros de sí mismos. Debemos rechazar el orgullo y ser humildes y mansos. No debemos hablar por nuestra cuenta, sino aprender a conocernos a nosotros mismos y ver las cosas desde el punto de vista de Dios.
Por último, el Señor dijo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45). El no vino para regir sino para servir. Cuanto menos ambición tenga un hombre y más humilde sea, más útil será delante del Señor. Si uno tiene un alto concepto de sí y piensa que es diferente a los demás, no será útil en las manos del Señor. El Señor tomó forma de siervo y se hizo siervo de todos; jamás tomó una actitud autoritaria, ya que toda Su autoridad venía de Dios. El Señor fue exaltado de una posición humilde a las alturas. Este es el principio que El aplicó. No debemos tratar de asumir ninguna autoridad carnal ni valernos de medios carnales. Debemos ser siervos de todos. A medida que Dios nos delega ciertas responsabilidades, aprendemos a representarlo. La base de la autoridad es el ministerio, y solamente se tiene un ministerio cuando hay resurrección. Si alguien tiene un ministerio, tiene un servicio, y cuando uno tiene un servicio, tiene autoridad. Que el Señor nos libre de los pensamientos altivos.
El hombre que trate de usurpar la autoridad de Dios y se valga de medios carnales, sufrirá un juicio severo. Debemos tener temor tanto de la autoridad como del fuego del infierno. Representar a Dios es difícil, grandioso e insondable para el hombre, y algo que no nos atrevemos a tocar con nuestras propias manos. Debemos seguir el camino de la obediencia, y no el de la autoridad. La llave es ser un servidor y no una persona importante; es ser un esclavo y no el primero entre todos. Moisés y David fueron grandes autoridades; sin embargo, ninguno de ellos estableció su propia autoridad. Los que sirven como autoridades hoy deben aplicar el mismo principio. Debemos temblar con temor al ejercer autoridad. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.
CAPITULO DIECINUEVE
LA AUTORIDAD DELEGADA DEBE SANTIFICARSE
  Jn. 17:19
Dijimos que la autoridad espiritual depende del nivel espiritual, que ninguna autoridad es delegada por el hombre, y que tampoco es delegada por Dios solo. Tengamos presente que la autoridad se basa, por un lado, en el nivel espiritual y, por otro, en la humildad. Vamos a añadir algo acerca de la necesidad de que una autoridad delegada se separe de los demás. Aunque el Señor fue enviado por Dios y tuvo una comunión ininterrumpida con el Padre, dijo: “Por ellos Yo me santifico a Mí mismo” (Jn. 17:19). Una autoridad delegada debe santificarse a sí misma por causa de los demás.
EL SEÑOR SE SANTIFICO
¿Qué significa que el Señor se santificara? Significa que se abstuvo de muchas cosas que le eran permitidas, por el bien de Sus discípulos. El pudo haber hecho y dicho muchas cosas, adoptado muchas actitudes, usado muchas clases de vestiduras y comido diferentes clases de alimentos. Sin embargo, por el bien de Sus discípulos, se abstuvo de todo ello. El Señor Jesús es el Hijo de Dios y no conoció el pecado. Cuando estuvo en la tierra, tuvo mucha más libertad que la que nosotros tenemos y pudo haber hecho muchas más cosas que nosotros. Hay muchas cosas que no podemos hacer porque somos la persona equivocada. Hay muchas palabras que no podemos proferir porque somos impuros, pero El no tenía tal problema ya que es santo. Nosotros somos impacientes; por lo tanto, necesitamos aprender a esperar. Pero El era paciente; por lo tanto, El no necesitaba aprender a esperar. Hay muchas restricciones que no se aplicaban a El, porque El no tenía pecado. De no ser por las personas impuras que rodeaban al Señor Jesús, El como hombre pudo haber tenido mucha más libertad. Aun cuando llegó a enojarse, Su ira era santa y libre de pecado. Con todo y eso, El dijo que se santificaba por causa de Sus discípulos, debido a lo cual estuvo dispuesto a aceptar muchas restricciones.
El Señor era santo no sólo delante de Dios sino ante Sí mismo. En Su carácter, no tenía pecado. Pero mientras El se movía entre los discípulos, necesitaba santificarse. Para poder ser santos, debemos abstenernos de muchas cosas, pero el Señor es santo por naturaleza. Por eso El podía hacer muchas cosas más que nosotros. Estaría mal que alguien dijese que es bueno, pero es perfectamente correcto que el Señor lo diga. El puede decir muchas cosas que nosotros no podemos, porque no hay vestigio de pecado en El. El tiene más libertad que nosotros. Aun así, se sujetó voluntariamente y se restringió. El no sólo es santo, sino que además desciende a nuestra santidad, la cual requiere que nos separemos de los demás y nos refrenemos de hacer muchas cosas.
Además de su propia santidad, el Señor tomó nuestra santidad sobre Si. Por eso se santificó. El Señor voluntariamente aceptó restringirse para nuestro beneficio. El hombre habla y juzga según su propio nivel pecaminoso. Si el Señor hubiera actuado y hablado de acuerdo a su propio nivel de santidad, el hombre lo hubiera criticado de acuerdo a sus propios pensamientos pecaminosos. Por eso, se sometió voluntariamente a tantas restricciones. Nosotros nos abstenemos de muchas cosas debido a nuestros pecados, pero el Señor lo hizo debido a Su santidad. Nosotros no hacemos ciertas cosas porque no debemos hacerlas, pero aunque El podía hacerlas, no las hizo. Se abstuvo de hacer muchas cosas que podía, a fin de mantener la autoridad de Dios. El se mantuvo apartado del mundo. Esta fue la razón por la cual el Señor se santificó a sí mismo.
LA SOLEDAD DE LA AUTORIDAD
A fin de ser autoridad, necesitamos ser diferentes a los hermanos y hermanas, ya que necesitamos abstenernos de muchas cosas que de otra manera haríamos o diríamos. Debemos estar separados en nuestras palabras y nuestras reacciones. Es posible que tengamos cierta actitud cuando estamos solos, pero cuando estamos con otros, debemos evitar esa actitud. Podemos tener comunión con los hermanos y hermanas sólo hasta cierta medida. No podemos ser descuidados ni frívolos. Necesitamos renunciar a nuestra libertad y afrontar la soledad, la cual es una señal de quienes son autoridad. Los que son descuidados entre los hermanos y hermanas no pueden ser autoridad. No se trata de orgullo; solamente nos referimos a que para representar la autoridad de Dios, debemos tener ciertas limitaciones en nuestra comunión con los hermanos y hermanas. No podemos ser descuidados ni superficiales. Los gorriones vuelan en manadas, pero las águilas vuelan solas. Si únicamente podemos volar bajo para no sufrir la soledad de volar en las alturas, no somos aptos para ser autoridad. Para llegar a ser autoridad, debemos restringirnos y estar apartados. No podemos hacer lo que otros hacen con tanta libertad, ni decir lo que los demás profieren tan gratuitamente. Debemos someternos al Espíritu del Señor, el cual nos enseñará todas las cosas. Esto nos hará solitarios y nos quitará toda reacción. No nos atreveremos a bromear con los hermanos y hermanas. Este es el precio que la autoridad debe pagar. Debemos santificarnos como lo hizo el Señor Jesús, a fin de ser autoridad.
Por ser miembro del Cuerpo, la persona que tiene autoridad no debe llamar la atención, sino que debe ser igual a los demás hermanos y hermanas, para así mantener la comunión del Cuerpo de Cristo. Pero al representar a Dios, la autoridad debe aceptar la restricción que Dios le dicte y santificarse. Debe ser un modelo para los santos, pero al desempeñarse como miembro, debe coordinar y servir junto con los demás sin apartarse como si fuera una clase especial.
LA AUTORIDAD DEBE RESTRINGIR SUS REACCIONES
Levítico 10:1-7 relata el juicio que Dios trajo sobre Nadab y Abiú, quienes fueron juzgados por no permanecer bajo la autoridad de su padre Aarón. Este tenía dos hijos que servían como sacerdotes en el santuario, los cuales fueron ungidos el mismo día que él. Ellos no debían servir independientemente, sino que debían ayudarle en el servicio de Dios. Ellos no podían hacer nada por su propia cuenta. Pero un día Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño, sin la autorización de su padre. Esto les acarreó el juicio de Dios, y murieron al ser consumidos por fuego. Moisés dijo: “Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré” (v. 3). Dios quería hacer notar que quienes estaban cerca de El no podían ser descuidados. Este castigo fue más severo y estricto que el que infligió al resto del pueblo.
Nadab y Abiú murieron el mismo día. ¿Qué debía hacer Aarón? Ante Dios, él era el sumo sacerdote y la cabeza de su casa; desempeñaba un papel doble. ¿Puede un hombre ocuparse tanto en el servicio a Dios que descuide a sus hijos? Según la tradición judía, cuando un hombre moría, sus familiares debían descubrirse la cabeza y rasgar las vestiduras. Pero Moisés solamente ordenó que los cadáveres fueran sacados del campamento. A Aarón y a su familia no se les permitió descubrirse la cabeza ni rasgar las vestiduras.
La pena y el dolor son sentimientos humanos normales. Pero en este caso, el siervo del Señor no podía expresar su pena, pues si lo hacía, moriría. Este asunto es muy serio. El juicio que un siervo de Dios puede sufrir es diferente al de un israelita común. Un siervo de Dios no puede hacer lo que un israelita común puede hacer. Es entendible y perfectamente lícito que un padre haga duelo por su hijo o que una persona se lamente por su hermano. Pero quienes fueron ungidos por Dios deben santificarse, o sea, mantenerse apartados. Este asunto no se relaciona con el pecado, sino con la santificación. No podemos afirmar que podemos hacer muchas cosas simplemente porque son lícitas y no son pecaminosas. Lo que cuenta no es si las acciones son pecaminosas, sino si nos apartamos o santificamos. Posiblemente esté bien que otros las hagan, pero el siervo de Dios no puede hacerlas ya que él debe santificarse.
Lo opuesto a ser santo es ser común. Santificarnos significa que no podemos hacer lo que todo el mundo hace. El Señor no podía hacer lo mismo que los discípulos. Por lo tanto, podemos decir que quien tiene autoridad no puede hacer lo que les es lícito a sus hermanos. El sumo sacerdote no puede expresar sus emociones, a menos que deje de ser sumo sacerdote. Si es descuidado en este asunto, morirá. Los israelitas murieron por causa del pecado, mientras que los sacerdotes murieron debido que no se separaron. Entre los hijos de Israel, los homicidas debían morir, pero Aarón habría sufrido ese mismo castigo con sólo hacer duelo por sus hijos. ¡Qué gran diferencia! Para ser autoridad es necesario pagar un alto precio.
Aarón ni siquiera pudo salir del tabernáculo. El tuvo que dejar que otros sepultaran a sus dos hijos muertos. Los israelitas no tenían que vivir en el tabernáculo siempre, pero ni Aarón ni sus hijos podían salir de allí. Ellos debían cumplir cuidadosamente lo que Dios les había encomendado. La unción santa nos santificó y nos separó de todas las actividades. Así que, debemos honrar la unción que Dios nos dio. Debemos presentarnos ante El y pedirle que nos separe de los demás. El mundo y algunos hermanos y hermanas pueden expresar afecto a sus parientes, pero la autoridad delegada se aparta para llevar en alto la gloria de Dios. Una persona que tenga la autoridad delegada no puede buscar la comodidad ni aferrarse a sus propios sentimientos. Tampoco se puede rebelar ni ser descuidada. Más bien, debe exaltar a Dios y darle gloria.
El siervo de Dios tiene la unción santa sobre sí, por lo cual debe sacrificar sus emociones y abandonar sus sentimientos aunque sean perfectamente normales. Este es el único camino que nos conduce a ser una autoridad delegada. Todo aquel que mantiene la autoridad de Dios, también debe rechazar sus propios sentimientos y estar dispuesto a renunciar a sus afectos más profundos, sus sentimientos filiales, sus amistades y aun a su amor. Si se enreda en estas cosas, no podrá servir al Señor. Los requisitos de Dios son bastante estrictos. Si uno no renuncia a sus propios afectos, no podrá servir al Señor. Los siervos de Dios se distinguen de los demás, no así las personas comunes. Los siervos de Dios deben santificarse por el bien del pueblo.
LA AUTORIDAD DEBE SANTIFICARSE EN SU VIDA Y EN SUS DELEITES
¿Por qué ofrecieron fuego extraño Nadab y Abiú? Según Levítico 10:9, Dios le dijo a Aarón: “Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión”. Muchos estudiosos de la Biblia afirman que los hijos de Aarón ofrecieron fuego extraño después de haberse embriagado. Según el versículo 5, es posible que ellos estuvieran desnudos en el santuario. Por eso, otros entraron y los sacaron a ellos y sus túnicas. Es muy fácil que una persona embriagada se desnude. Los israelitas podían tomar vino y bebidas embriagantes, pero un sacerdote no podía hacer lo mismo. Esto se relaciona con los deleites. No podemos disfrutar lo que otros disfrutan ni podemos regocijarnos en lo que otros se regocijan (el vino denota gozo). El siervo de Dios debe restringirse y diferenciar lo santo de lo común, y lo limpio de lo inmundo. Está bien que tengamos comunión en el Cuerpo de Cristo con los hermanos y las hermanas, pero no podemos llevar una vida liviana dado que tenemos un servicio especial. No podemos comprometernos con nada que elimine nuestras restricciones.
Levítico 21 enumera requisitos específicos que los sacerdotes debían cumplir para santificarse:
(1) No podían contaminarse con la muerte, excepto en el caso de parientes cercanos. Debían santificarse (vs. 1-4). Este es un requisito general.
(2) Un sacerdote debía santificarse en su forma de vestir y en su cuerpo (vs. 5-6). No podían raparse la cabeza ni recortarse la barba (lo cual hacían los egipcios cuando adoraban al dios sol). Tampoco podían hacerse cortadas en su carne (una costumbre africana).
(3) Un sacerdote debía santificarse en el matrimonio (vs. 7-9).
(4) El sumo sacerdote estaba limitado por un requisito adicional más estricto: no podía tocar cuerpo muerto, ni siquiera el de su padre o el de su madre (vs. 10-15). Por consiguiente, cuanto más alta sea la posición de un siervo de Dios, mayor es la exigencia de parte de Dios. Dios presta atención a la separación de Sus siervos de todo lo común. Cuando más se acerca una persona a Dios, más estrictos son los requisitos que Dios le exige. El grado de nuestra cercanía a Dios determina el grado de los requisitos que El nos impone. Cuanto más autoridad Dios le confía a alguien, más le exige. Dios da mucha importancia a la santificación de los que lo sirven.
LA BASE DE LA AUTORIDAD ES SU SEPARACION
La autoridad se cimienta en la separación. Sin ésta no hay autoridad. Si uno anhela la compañía de otros, no puede ser una autoridad. Si nuestra conversación con los demás no tiene restricciones, no se nos puede delegar autoridad. Cuanto más alta sea una autoridad, mayor será su separación. Dios es la autoridad suprema, por lo cual El ejerce la mayor separación. Todos nosotros debemos separarnos de los demás en todo lo que no sea santo. El Señor Jesús pudo haber actuado como quisiera, pero prefirió santificarse por el bien de Sus discípulos. El se separó y se mantuvo en la soledad. Debemos buscar gustosamente una separación profunda, una separación de las cosas que no sean santas. Esto no significa que debamos separarnos de los hijos de Dios aseverando que somos más santos. Cuanto más nos santifiquemos y nos restrinjamos, y cuanto más estemos bajo Su autoridad, más posibilidad tendremos de ser autoridad. No se podrá mantener la obediencia en la iglesia si quienes tienen autoridad no se comportan debidamente. Si no se establece claramente el asunto de la autoridad, habrá confusión en la iglesia.
Quienes tienen autoridad no deben usurpar la autoridad. Una persona a quien Dios le delega Su autoridad es un siervo Suyo y debe pagar el precio de renunciar a sus sentimientos. El siervo que recibe autoridad debe ascender a las alturas y no temer de la soledad, para así ser una persona santificada. Debe estar dispuesto a pagar el precio para restablecer la autoridad de Dios. Este es el camino por el cual el Señor conduce a la iglesia en la actualidad.
CAPITULO VEINTE
REQUISITOS DE LA AUTORIDAD DELEGADA
  Ef. 5:22, 25, 38, 33; 6:1, 4, 9; Sal. 82:1-2; 1 Ti. 4:12; 3:4-6; Tit. 2:15; 1:6-8; 1 P. 1:21
Dios ha establecido autoridades en muchos lugares. En la familia están el esposo, los padres y los amos. Por encima de nosotros están los gobernantes y los oficiales. En la iglesia están los ancianos y los obreros. Cada autoridad delegada tiene sus propios requisitos. Examinemos los diferentes requisitos de cada una de estas autoridades.
LOS DIVERSOS REQUISITOS DE LAS AUTORIDADES DELEGADAS
El esposo
La Biblia enseña que la esposa debe someterse al esposo y que éste debe ser la autoridad. Sin embargo, existen requisitos que los esposos deben cumplir. Efesios 5 menciona tres veces que el esposo debe amar a su esposa y que debe amarla como a sí mismo. Quienes tienen autoridad deben cumplir los requisitos que Dios les exige. A un esposo como autoridad delegada se le exige que ame a su esposa. Como modelo del amor del esposo por la esposa tenemos el amor de Cristo por la iglesia. Así como Cristo amó a la iglesia, los esposos deben amar a sus esposas. El amor que un esposo le tiene a su esposa debe corresponder al amor de Cristo a la iglesia. Para que un esposo mantenga la autoridad y represente a Dios, debe amar a su esposa.
Los padres
Los hijos deben obedecer a sus padres. Como autoridades delegadas, los padres también deben cumplir algunos requisitos. La Biblia dice que los padres no deben provocar a ira a sus hijos. Aunque los padres tienen autoridad sobre sus hijos, deben aprender a controlarse. No pueden decir que por haber engendrado a los hijos y por criarlos, pueden tratarlos como les plazca. Aunque Dios nos creó, El no nos trata como El quiere, sino que nos da completa libertad. Por este motivo, los padres no deben provocar a ira a sus hijos. Algunas personas no se atreven a hacer ciertas cosas delante de sus amigos, sus compañeros de clase, sus subordinados o sus parientes, pero las hacen con toda libertad delante de sus hijos. Esto no está bien. Lo más importante que los padres deben aprender hacer es ejercer dominio propio. Deben permitir que el Espíritu Santo los controle. Los padres deben confrontar a sus hijos hasta cierto punto, ya que tienen autoridad sobre ellos sólo con el fin educarlos. Deben amonestarlos y nutrirlos con la enseñanza del Señor. No debe hacerlo con una actitud de dominio ni de castigo. El corazón de un padre debe inclinarse a educarlos y no a castigarlos.
Los amos
Los siervos deben obedecer a sus amos, pero a éstos se les exige algunos requisitos. El amo no debe intimidar a sus siervos ni atemorizarlos ni enojarse con ellos. Dios no permitirá que una autoridad se conduzca sin restricción alguna. El amo debe temer a Dios. Tanto el siervo como el amo tienen el mismo Amo en los cielos. El amo debe recordar que él mismo está bajo autoridad. A pesar de que otros estén sujetos a él, él también está bajo autoridad, la autoridad de Dios. Por eso no puede ser descuidado. Cuanto más una persona conozca la autoridad, menos intimidará y atemorizará a otros. Como autoridades debemos aprender a ser mansos y tiernos, y a mantener una actitud de perfeccionar a otros, ya que dicha actitud es necesaria. Si una autoridad delegada sólo sabe atemorizar y juzgar, tal persona será juzgada por Dios tarde o temprano. Por lo tanto, un amo debe aprender a andar con temor y temblor delante de Dios.
Los gobernantes
Debemos someternos a la autoridad de los gobernantes y oficiales. En el Nuevo Testamento no se da una enseñanza específica con respecto a la manera en que debe conducirse un gobernante. Dios entregó el mundo a los incrédulos, no a los creyentes. Tampoco hallamos algún indicio de que los creyentes deban ser gobernantes en el mundo. En el Antiguo Testamento hubo casos en los que algunos hombres de Dios fueron gobernantes civiles (Sal. 82). A quienes están en una posición de autoridad y poder, Dios les exige justicia, integridad, equidad y compasión por los pobres. Este es el principio que deben aplicar los que ejercen autoridad en oficios públicos. Si uno está por encima de otros, no debe tratar de defender su posición, sino que debe hacer lo posible por defender la justicia.
Los ancianos de la iglesia
Los ancianos son la autoridad en la iglesia local. Todos los hermanos deben someterse a ellos. Tito 1 habla de los requisitos básicos de un anciano: dominio propio y sumisión. Una persona inicua no puede hacer cumplir la ley, y una persona rebelde no puede inculcar en otros la sumisión. Un anciano debe ejercer un estricto dominio propio. Muchas personas se caracterizan por la falta de disciplina. Por lo tanto, para escoger a los ancianos, debemos seleccionar específicamente a los que ejercen dominio propio. Dios establece a los ancianos para que administren la iglesia. En dicha función, deben ser sumisos y tener dominio propio. Deben esforzarse por ser un modelo para los demás en todos los aspectos. Dios nunca escoge como anciano a una persona que siempre quiere ser el primero (como Diótrefes, 3 Jn. 9). Los ancianos son la mayor autoridad en la iglesia local. Es por eso deben tener dominio propio.
En 1 Timoteo 3:4-5 se menciona otro requisito básico de un anciano: debe gobernar bien su casa, lo cual no se refiere a gobernar a los padres ni a la esposa, sino principalmente a los hijos. Un anciano debe enseñarles a sus hijos a andar sobriamente y a ser obedientes en todo. Uno debe ser primero un buen padre antes de ser un anciano. Uno tiene que ser primero la autoridad en la casa antes de ser un anciano en la iglesia.
Un anciano no debe ser arrogante. Si uno se enorgullece cuando se le delega cierta autoridad, no es apto para ser anciano. Un anciano de una iglesia local debe sentirse como si no tuviera ninguna autoridad. Si está siempre consciente de su autoridad, no es apto para ser un anciano ni para administrar los asuntos de la iglesia. Sólo los necios y los ignorantes son orgullosos, ya que no pueden soportar la tentación de tomar para sí la gloria de Dios ni se les puede encomendar la comisión de Dios. Una vez que se les entrega algo, caen en la trampa. Es por eso que a un recién convertido no se le puede nombrar de anciano (1 Ti. 3:6). La palabra griega que aquí se traduce “un recién convertido” se usa para aludir a un novato en algún oficio, como por ejemplo, entre los carpinteros un novato es el que escasamente sabe usar el martillo, en contraste con los maestros, quienes llevan décadas en el oficio. Si a un novato se le nombra anciano, el orgullo lo cegará y caerá en la condenación del diablo.
Los que sirven en la obra del Señor
En Tito 2:15 se enumeran los requisitos de las personas a quienes se les delega autoridad en la obra. Tito no era un anciano de la iglesia, sino un obrero del Señor, que desempeñaba la función de apóstol. Pablo encargó a Tito que exhortara a ciertos hombres. El no sólo debía hablar en público sino también a exhortar a algunas personas una por una. Debía convencer a los hombres con toda autoridad. Al mismo tiempo, no debería permitir que lo menospreciaran en sus palabras ni en sus hechos. A fin de que otros no nos desprecien, debemos santificarnos. Si somos iguales a los demás en muchos aspectos, y si somos desordenados, descuidados y desenfrenados en nuestra vida diaria, otros nos menospreciarán. No debemos ser relajados en ningún aspecto, pues sólo así se nos respetará y se nos honrará como autoridad y como representantes de Dios. Esto fue lo que Pablo le dijo a Timoteo (1 Ti. 4:12). Aunque un obrero no debe buscar la gloria ni el honor de los hombres, tampoco debe ser menospreciado hasta el punto de perder su porte santo.
En todo el Nuevo Testamento, Pablo sólo dirigió dos de sus epístolas a colaboradores jóvenes, que fueron 1 Timoteo y Tito. En estos dos libros Pablo expresa reiteradas veces que un obrero no debe se menospreciado, sino que debe ser un modelo en todo. Por lo tanto, debemos evitar todo lo que provoque menosprecio. Existe un precio que debemos pagar para ser autoridad. Debemos apartarnos y estar dispuestos a vivir solos. El modelo debe ser diferente a los demás; así que debe santificarse. Si uno es igual a los demás, no podrá ser un modelo. No debemos exaltarnos a nosotros mismos, pero tampoco debemos hacer que otros nos menosprecien. Debemos santificarnos siempre y no debemos bromear ni hablar livianamente. Debemos aprender en el Señor a separarnos. Un obrero no debe ser arrogante, pero tampoco debe dar lugar a que otros lo menosprecien. Si un obrero se halla en una condición muy común, no será apto para la obra y habrá perdido su utilidad y su autoridad.
Un obrero debe también mantener su posición y la autoridad que Dios le delegó. La autoridad se manifiesta cuando hay separación y se ve una diferencia. Lo más importante de la autoridad delegada, es que representa a Dios. Ser una autoridad va a la par con ser un modelo. Este es un asunto muy serio. Una autoridad delegada es una persona que “representa” la autoridad, no una que “impone” la autoridad.
DIOS JUZGA LOS ERRORES DE LA AUTORIDAD DELEGADA
En Números 30:13 vemos que Dios respalda la autoridad que delega. Dice que un esposo puede ratificar el voto de su esposa o anularlo. Por un lado, Dios le dice a la esposa que se someta al esposo y, por otro, El respalda la autoridad del esposo. Si el esposo anula tanto el voto como el juramento de la esposa, ella debe someterse; al quebrantarlos, no se le cuenta a ella como pecado, pero el esposo tendrá que llevar sobre sí la iniquidad de ella. Supongamos que una persona a quien Dios ha delegado autoridad propone algo equivocado, y quienes están sujetos a ella se someten. Aunque ellos estén haciendo algo equivocado, no les será contado por pecado, pero la persona que tomó aquella decisión llevará la iniquidad. Por lo tanto, no debemos proponer ni sugerir nada a la ligera, porque tendremos que sufrir las consecuencias. Es extremadamente peligroso ser un consejero de la iglesia y hacer propuestas precipitadas. En toda la Biblia el cuadro más claro con respecto a la sujeción a la autoridad delegada, se presenta en Números 30, donde podemos ver que Dios le dice al hombre que se someta a la autoridad incondicionalmente. En ese mismo capítulo se muestra claramente la responsabilidad tan seria que tiene la autoridad delante de Dios. Cuantas más propuestas haga una autoridad delegada, más problemas tendrá y más juicio estará invitando sobre sí.
Debemos aprender a no tener la presunción de tratar de controlar las vidas de los demás. No debemos forzar a nadie a aceptar nuestras ideas. Si no tenemos plena certeza, no debemos echarnos encima la carga de otros. Sólo un hombre quebrantado y dócil, estará libre de iniquidad delante de Dios. Un hombre severo y obstinado llevará sobre sí mucha iniquidad. La vida del Cuerpo es la base que guía la iglesia. Debemos llevar dicha vida y tener comunión con el Señor y con los hermanos. No debemos ser individualistas en nuestras decisiones ni tener confianza en nosotros mismos. Cuanto más presentemos nuestras sugerencias a la iglesia para tener comunión con los miembros al respecto, más seguros estaremos. No debemos llamarnos el Cuerpo de Cristo, mientras estemos ocupados en actividades de la carne, ya que si lo hacemos, no recibiremos otra cosa que el juicio que merece nuestra propia iniquidad. Debemos esperar delante del Señor, entender Su voluntad y estar abiertos a los demás. No debemos hablar antes de haber oído del Señor ni proclamar nada antes de que lo hayamos visto nosotros, pues si caemos en eso, llevaremos la iniquidad sobre nosotros mismos. La persona a quien Dios ha delegado Su autoridad debe ser mansa y humilde. Esto la salvará de meterse en problemas. De lo contrario, Dios tendrá que reprenderla porque llevará sobre sí la iniquidad de otros, lo cual es bastante serio.