SOLO ESCRITURA,SOLO GRACIA,SOLA FE,SOLO CRISTO,SOLO A DIOS LA GLORIA.“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:36

Los Sacramentos

Juan Calvino
1. NECESIDAD DE LOS SACRAMENTOS

Los Sacramentos han sido instituidos para ejercitar nuestra fe, tanto delante de Dios, como ante los hombres.
Ante Dios, ejercitan nuestra fe confirmándola en la verdad de Dios. El Señor conoce, en efecto, que para la ignorancia de nuestra carne es útil proponerle los misterios excelsos y celestiales bajo la forma de realidades visibles. No es que estas cualidades estén en la naturaleza de las cosas que nos son propuestas en los. Sacramentos, sino que la Palabra de Dios las marca con este significado. La promesa, comprendida en la Palabra, precede siempre; el signo se añade para confirmar y sellar esta promesa, y nos la hace más segura, pues el Señor ve que esto conviene a nuestras pobres aptitudes. Nuestra fe es tan pequeña y tan débil que si no está apuntalada por todos los lados y sostenida con toda clase de medios, queda enseguida quebrantada, agitada y vacilante.
Ante los hombres, los Sacramentos ejercitan nuestra fe, ya que se manifiesta en una confesión pública y se le insta de este modo a alabar al Señor.

2. QUÉ ES UN SACRAMENTO

El sacramento es un signo externo por medio del cual el Señor representa y nos testifica su buena voluntad hacia nosotros, para sostener nuestra débil fe.
De manera más breve y más clara: Sacramento es un testimonio de la gracia de Dios que se manifiesta por medio de un signo exterior.
La Iglesia cristiana sólo conoce dos Sacramentos: el Bautismo y la Cena.

3. EL BAUTISMO

Dios nos ha dado el Bautismo, primero para servir nuestra fe en Él, y luego para servir a nuestra confesión ante los hombres.
La fe mira a la promesa por la que el Padre misericordioso nos ofrece la comunión con su Cristo, para que, revestidos de Él, participemos de todos sus bienes.
El Bautismo representa en particular dos cosas: la purificación que obtenemos por la sangre de Cristo, y la mortificación de nuestra carne que hemos obtenido por su muerte.
El Señor ha mandado que los suyos. se bauticen para remisión de los pecados . Y San Pablo enseña que Cristo santifica por la Palabra de vida y purifica por el Bautismo de agua a la Iglesia de la que Él es el Esposo . San Pablo enseña también que somos bautizados en la muerte de Cristo siendo sepultados en su muerte para andar en novedad de vida .
Esto no quiere decir que el agua sea la causa, ni siquiera el instrumento de la purificación y de la regeneración, sino sólo que recibimos en este Sacramento el conocimiento de estos dones. Se dice que recibimos, obtenemos y confesamos lo que creemos que el Señor nos da, ya sea que conozcamos estos dones por primera vez, o que, conociéndolos ya, nos. persuadamos de ellos con más certeza.
El Bautismo sirve también a nuestra confesión delante de los hombres, pues es una señal por la cual, públicamente, hacemos profesión de nuestro deseo de formar parte del pueblo de Dios, para servir y honrar a Dios en una misma religión con todos los fieles.
y por cuanto la alianza del Señor con nosotros viene principalmente confirmada por el Bautismo, por eso con toda razón bautizamos también a nuestros hijos, pues participan de la alianza eterna por la que el Señor promete que será, no sólo nuestro Dios, sino también el de nuestra descendencia.

4. LA CENA DEL SEÑOR

La promesa que acompaña al misterio de la Cena aclara con evidencia por qué ha sido instituido y a que fines tiende.
Este misterio nos confirma que el cuerpo del Señor ha sido entregado por nosotros una sola vez, y esto de tal manera que ahora es nuestro y lo será también perpetuamente; pues la sangre del Señor ha sido derramada por nosotros una sola vez y de manera que Él será siempre nuestro.
Estos signos son el pan y el vino bajo los cuales el Señor nos presenta la verdadera comunión de su cuerpo y de su sangre. Es ésta una comunión espiritual, para la cual bastan los lazos del Espíritu Santo, ya que no requiere la presencia de su carne bajo el pan, o la de su sangre bajo el vino. Pues si bien Cristo, elevado al cielo, ha dejado esta morada terrestre en la que nosotros estamos toda vía como peregrinos, sin embargo ninguna distancia puede disminuir su poder con el cual alimenta a los suyos de sí mismo, y les concede, aun estando alejados de Él, disfrutar de su comunión de una manera muy íntima.
Y esto nos lo enseña el Señor en la Cena de un modo tan cierto y manifiesto que debemos poseer, sin la más mínima duda, la plena seguridad de que Cristo nos es presentado allí con todas sus riquezas, con más realidad que si lo viesen nuestros ojos y lo tocasen nuestras manos.
El poder y la eficacia de Cristo es tan grande que, no sólo otorga en la Cena a nuestros espíritus una confianza segura en la vida eterna, sino que además da la certeza de la inmortalidad de nuestra carne; pues está ya vivificada con su carne inmortal y participa, de alguna manera, de su inmortalidad. Por eso el cuerpo y la sangre están representados bajo el pan y el vino, para que aprendamos, no sólo que son nuestros, sino que también son vida y alimento. Así cuando vemos el pan consagrado en cuerpo de Cristo, tenemos que pensar inmediatamente en esta semejanza; así como el pan alimenta y conserva la vida de nuestro cuerpo, así también el cuerpo de Cristo es el alimento y la protección de nuestra vida espiritual. Y cuando se nos presenta el vino como símbolo de su sangre, tenemos también que considerar que recibimos espiritualmente de la sangre de Cristo los mismos beneficios que proporciona el vino al cuerpo.
Y así, del mismo modo que este misterio nos enseña cuan grande es la generosidad divina con nosotros, de la misma manera nos insta también a no ser ingratos ante una bondad tan manifiesta, exhortándonos a loarla como conviene y a celebrarla con acciones de gracias.
Finalmente, este Sacramento nos exhorta a unirnos los unos a los otros de la misma forma que se unen entre sí los miembros de un mismo cuerpo. Ningún aliciente más poderoso y más eficaz se nos podía dar para promover y excitar entre nosotros una mutua caridad como el de que Cristo, al darse a nosotros, no nos invite sólo con su ejemplo a damos y a consagramos los unos a los otros, sino que haciéndose común a todos, nos hace también a todos uno en sí mismo.